Por Alejandra Ojeda Garnero 

El desenlace de una tortuosa historia ocurrió un 17 de mayo de 2013, tras varios años de relación y otros tantos de convivencia, Fernanda Serna jamás pensó que el final fuera tan terrible, si bien ya vislumbraba que algo podía pasar, nunca imaginó tanto.

Esa noche fue como tantas otras, pero con un final terrible, que en realidad se convirtió en la continuidad de una tortuosa relación de la cual no fue fácil salir, como en tantos otros casos donde las mujeres víctimas de violencia de género se encuentran acorraladas por sus agresores.

¿Es posible cuantificar la crueldad de una persona? En muchos casos es difícil imaginar hasta dónde llega el límite aunque existen muchas señales previas al terrible desenlace, que en ocasiones, lamentablemente su vuelve irreversible.

La historia de Fernanda Serna puede servir de ejemplo para muchas mujeres que pueden estar pasando por una situación similar pero creen que no pasará a mayores.

“Era el 17 de mayo de 2013. En la casa de él había una colonia de murciélagos, en la madrugada escucho ruido en las paredes cuando prende la luz un murciélago me pega en la boca. Hacía dos años ya me había mordido un murciélago y cuando llamé a emergencias me dijeron que me pase mucho alcohol”, rememoró Fernanda sobre la noche en la que sufrió el peor ataque de su pareja.

“Yo estaba enferma con fiebre y medio dormida, me levanté y me pasé alcohol. Tenía puesto un pijama de raso y me mojé toda. Eso me desbordó y le dije que me iba pero me dijo que me quede tranquila que en una hora se tenía que ir a trabajar”.

Para calmarse un poco Fernanda decidió cambiar de aire y “me voy a la cocina para poner a calentar agua. Nos pusimos a discutir y le dije que cuando volviera de trabajar yo ya no iba a estar. Él estaba parado a punto de prender un cigarrillo. En un momento me di vuelta no me di cuenta cómo pero estaba toda prendida fuego”, contó Fernanda.

“Corrí a la ducha y le decía que se fuera. Pero el estaba pálido. En un momento me veo en el espejo y me vi toda quemada, vomité y creo que eso me salvó la vida”, recuerda.

“Me acuerdo que vi todo mi pelo en el piso y empecé a sentir el dolor en el cuerpo. Después de eso no me acuerdo más nada. Sólo algunas imágenes de cuando estuve en los piletones del sanatorio Británico. Todo lo que sé durante esos días es lo que él dijo”.

El relato del agresor siempre busca desligarse de la responsabilidad. “El me dijo que todo fue un accidente y nunca se movió un minuto de al lado mío”, por lo tanto Fernanda jamás pudo decirle a su familia, amigos y personas que la visitaban, que él la había prendido fuego.

Fueron 35 días de internación, sin poder moverse y sometida a varias cirugías para reconstruir el 45 por ciento del cuerpo que había sufrido quemaduras de segundo grado.

Cuando obtuvo el alta médica e intentó volver a su casa, su hija le informó que “en el departamento no había nada. Me vendió todo lo que tenía, cama, muebles, televisor, mesa, sillas, todo. No me dejó nada”, se lamentó.

Otra vez más el agresor, con su práctica habitual, la dejó sin opciones. Con la mitad del cuerpo quemado, con un proceso de rehabilitación por delante, sin trabajo y sin medios para estar en un lugar apto para su recuperación, no tuvo más opción que la que le ofrecía Oscar S. y volvió a la casa del agresor.

“Durante dos días permitió que me visiten mis familiares y amigos. Después me encerró y no me dejó hablar con nadie. Vivía aterrada, me encerró en su casa y me aisló de todo. Me decía que necesitaba remedios, la obra social y que el único que podía darme lo que necesitaba era él”.

No fue fácil para Fernanda escapar de esa situación. Agobiada por el encierro, el maltrato y la falta de comunicación con sus seres queridos, le había cortado todos los accesos a teléfonos, internet y la mantenía encerrada en su casa, decidió contactarse con su psicóloga por una vía alternativa.

“La pude contactar a mi psicóloga y me consiguió una internación en una clínica, me fui con lo puesto. Al otro día fue a la clínica y le dije que se quede tranquilo que yo iba a estar bien que me deje recomponer y después iba a estar bien”.

Pero la solución no llegó, lejos de eso “ahí empezó lo peor, a la noche se subía arriba mío, me ahorcaba y me decía vos no te vas a ir nunca porque sos mi chiquita, todavía estaba recuperándome de las quemaduras”.

“En octubre me dio una paliza terrible, me incomunicó totalmente, me cortó el teléfono, internet y me dejó encerrada, aislada de todo y me decía ‘vos tenés que entender donde yo trabajo, todos se van a reír si me denuncias’”, palabras que todavía resuenan en los oídos  de Fernanda.

“Después de eso no paró más, siguió el infierno. En febrero de 2014 me tomaron la denuncia en el Ministerio Público de la Acusación, pero nunca me dejó en paz, iba a mi casa, no paraba de llamarme, me mandaba mensajes en Facebook, y hasta hoy no para de molestarme”.

La lucha que emprendió Fernanda no fue ni es fácil, “cuando lo denuncié, denuncie al poder judicial también. El trabajaba en Correccional 7 y como lo viví escrachando ahora lo pasaron a Instrucción 14. Además fue sub secretario gremial del sindicato de Judiciales de la provincia de Santa Fe durante 7 años”, aclaró para que se entienda porqué con tantas pruebas presentadas, la fecha para iniciar el juicio se sigue dilatando.

De hecho una de las amenazas que repetía Oscar S. constantemente era “andá a denunciarme a Correccional 7 (donde él trabajaba) y se reía, no tenía manera de denunciar”.

“Yo empecé a tenerle mucho miedo, el me miraba y yo me paralizaba, estaba muy angustiada. Yo estaba convencida que él era incapaz de hacerme algo, de lastimarme. Pero yo tenía miedo de lo que podía llegar a hacer”.

“Me hacía sentir que tenía poder, que hacía un llamado y podía hacer cualquier cosa, me provocaba mucho miedo. El podía seguirme o poner gente que me siguiera”, recordó Fernanda.

“Una vez separados me seguía molestando, me seguía mandando mensajes y hasta me obligó a ir de viaje con él, me vivía amenazando”, recuerda para graficar el grado de violencia tuvo que soportar.

Oscar S., trabaja en el Poder Judicial de Santa Fe “desde hace más de 30 años y ostenta los favores que le deben muchas personas para amedrentar y hostigar a Fernanda. Además de gozar de total impunidad para frenar la causa y llevar a funcionarios judiciales a “cajonear” la causa por violencia de género”.

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Fernanda asegura que Oscar S. le quemó el 45 por ciento de su cuerpo que le provocaron lesiones de segundo grado, estuvo 35 días internada y el convenció a toda su familia y amigos que ella había sufrido un accidente. Además intentó convencer a todos que Fernanda atravesaba un estado depresivo y pensaba quitarse la vida. Un plan macabro y perverso para desligarse de cualquier tipo de responsabilidad.

Como ocurre en la mayoría de estos casos, él la obligó a aislarse de todos sus familiares y amistades, y hasta de su propio trabajo a tal punto de dejarla encerrada por meses, golpearla y abusarla aún cuando todavía no se había recuperado de sus lesiones por la quemaduras.

Según Fernanda, “en distintas instancias del Poder Judicial hicieron lo posible para que la causa no avance”.

“Yo no puedo confiar en la Justicia de Rosario, porque son todos sus amigos. El hace lo que quiere, cuando quiere y me sigue o me hace seguir cuando quiere”, se lamentó.

“Las pruebas sobran pero los fiscales lo frenan, con las pruebas presentadas en la causa es más que suficiente para llegar a juicio. Es el momento de pedir la fecha, pero pasaron cuarenta fiscales y ninguno hizo nada, sólo la fiscal Verónica Caíni fue la única que avanzó”, aseguró.

Fernanda es presidenta de Ademur (Asociación de Mujeres Resilientes) y frente a esta organización continúa su lucha para que su agresor llegue a juicio. Además acompaña a muchas víctimas de violencia de género que sufren a diario este flagelo. No reciben subsidios de ningún tipo y están tratando de conseguir una casa donde alojar a las mujeres que no tienen medios para dejar la casa del agresor.

El Ministerio Público de la Acusación recibe 300 denuncias por semana pero, según Fernanda sólo llegan a la Oficina de género 100, el resto son desestimadas por un administrativo que considera que no son relevantes para avanzar en una investigación. Según su propia visión “la Fiscalía no tiene recursos para afrontar la cantidad de demandas sobre la problemática”.