Por Emilio Jurado- Nuevatribuna.es

Lewis Munford y otros pensadores pioneros del urbanismo y la arquitectura contemporánea, estudiosos del fenómeno del surgimiento de las ciudades en Europa, sostienen que la Edad Media sucumbió debido a su éxito. Sí, son pensadores que discrepan de la idea popular de que el medioevo fue una época oscura, llena de incertidumbres que acabaron provocando su derrumbe. Al contrario, defienden la idea de que el paradigma mítico y religioso logró la perfección en este periodo, que el discurso oficial del pensamiento se configuró de un modo tan pleno que todo acontecimiento social y toda incursión en nuevas ideas debía de contrastarse con lo que dictaba el dogma, de modo que se produce un constante choque que llega con el tiempo a desgastarlo de pura fricción repetida.

Como ahora ocurre en el caso del islamismo religioso, que según González Ferrín debe diferenciarse del islamismo civil y cultural (1), que esgrime un punto de pureza que obliga a no poder ir más allá de lo que dice la letra del sagrado Corán impidiendo de facto cualquier atisbo de modernización o adaptación, en la Edad Media la fortaleza y rotundidad del pensamiento mítico-mágico reforzado por la nomenclatura cristiana conformó un mensaje oficial duro, impenetrable, impermeable frente a las aspiraciones nacientes e inamovible en su rechazo del devenir histórico, ciego ante las contradicciones que provoca el que todo acto de palabra obra o pensamiento debiera ser comparado con la norma y debatido en cónclaves y controversias. Nada escapa al refrendo formal que promueve el dogma, nada puede quedar al margen de él, nada que no pueda ser evaluado, admitido o negado, validado en caso afirmativo o invalidado y condenado en caso negativo.

Esta rotundidad dogmática que otorga una coherencia y estabilidad que todavía hoy se reclama para toda clase de situación política, es un freno para el progreso que solo pudo soslayarse mediante inventos genuinos que escapan del esencialismo medieval: la ciencia y las ciudades, que acabarán con el modelo al completo. Así es que el rigor y la coherencia normalizada del periodo, la extraordinaria solidez de su estructura interna, acaba derrumbándose por su inflexibilidad interpretativa de los acontecimientos que exponen como evidencias novedosas las ciencias que se están desarrollando en burgos y ciudades organizadas de manera alternativa al modelo jerárquico feudal, bastión del dogma uniformador.

La globalización, quizás mejor expresado como el capitalismo planetario actual, en su ascendencia al olimpo de las ideas completadas y perfectas, comparte con el pensamiento mítico medieval la idea de verdad evidente, de dogma incontrovertible, de modo que todo aquello que atenta o difiere del canon debe ser tratado como anatema, como conducta desviada, qué se yo, como acto de terrorismo llegado el caso. Oponerse al capitalismo global es un acto indecoroso que revela flojera intelectual cuando no una tendencia al estupidismo o al bolivarianismo. Cuanto más próximo del núcleo está el censor de las ideas o el juez de los actos, más se acentúa la condena por malignidad de la idea o perversión derivada de aplicar propuestas que chocan con las sagradas escrituras, estás sí, escritas en oro del FMI o del BCE.

Pero en verdad yo os digo, a vosotros los adoradores del becerro de oro, que la seguridad y la infalibilidad que otorgáis a vuestra manera de entender el mundo y la vida es tan solo un acto de fe que aunque os fortalezca en la convicción de la eternidad de vuestra creencia, deberías tener presente que no es sino ideología y que cuanto más completado parece el credo capitalista global, más próximo se halla de su implosión, como le ocurrió al modelo de vida y pensamiento medieval.

Y es más que probable, que como en el Medievo, sea la curiosidad humana, su anhelo de conocer la verdad y su deseo de vivir en libertad lo que se convierta en punta de lanza del desmadejamiento del capitalismo tal y como se entiende en este tercer milenio. La ciencia, el epítome de la aspiración a la verdad y el urbanismo moderno como signo de la libertad, aparecen como tendencias que desbordan el marco de referencias del capitalismo global. Como en los siglos XIII y XIV, los hallazgos de la ciencia y sus prácticas ponen en marcha fenómenos sociales, políticos y culturales que sitúan en el terreno de la obsolescencia partes sustanciales del entramado institucional del capitalismo global.

No es un hecho casual que las respuestas más contundentes al uniformismo capitalista globalizador provengan de lo que se conoce como nuevo municipalismo multicultural y de la organización de las comunidades inteligentes basadas en el tratamiento de grandes acumulados de datos, hechos y correlaciones que es el método científico por excelencia.

El esplendor del Renacimiento que puso fin al Medievo puede estar a la vuelta de la esquina, doblemos.