Tienen entre 20 y 35 años, formación, un inglés fluido y un diagnóstico de TEA (Trastorno del Espectro Autista) que les dificulta socializar y representaba un problema más para conseguir empleo hasta que una empresa líder en software reconoció que sus talentos «enriquecen la multiplicidad de miradas y el potencial innovador».

«Para las entrevistas laborales tuve que aprender comunicación no verbal, y a saber promocionarme, hice muchos cursos para aprender a armar un currículum, por ejemplo», cuenta Jésica González Baqué, de 31 años, quien ingresó a la compañía en diciembre de 2016.

La joven recibió el diagnóstico de adulta: «Mi mamá es docente de primaria y tenía un alumno con Asperger y se dio cuenta que era igual a mi. Tuve un periodo de negación, me llevó unos años ir a buscar el diagnóstico; hasta ese momento pensaba que la gente se comportaba rara, después comprendí que era yo quien procesaba las cosas de otra manera».

El síndrome de Asperger es uno de los Trastornos del Espectro Autista (TEA), una categoría que engloba distintas condiciones que en Argentina se estima que alcanza a 400 mil personas, y que puede ir de casos graves como por ejemplo la persona que no tiene desarrollo de lenguaje, a caso más leves como aquellos a que poseen dificultades en interactuar socialmente.

Guido Cavaliere, de 27 años, también fue diagnosticado con Asperger de adulto: «Antes pensaba que tenía una serie de cosas que se mezclaban, impulsividad, timidez, dificultades para relacionarme, siempre hice terapia. En mi último trabajo tuve problemas con mi compañeros que me decían que me metía en todas las conversaciones», cuenta.

Alejo Tomás Bramajo, de 23 años, buscaba trabajo desde hacía tres años y ya había abdicado: «Llegué a pensar que no iba conseguir aunque muestre lo mejor de mí», asegura y recuerda que «aunque fui diagnosticado a los 12 años, comprender lo que tenía no me facilitó hacer o sostener amistades aunque sí logré aprender normas de socialización».

Daniel Gironzi, de 22 años, fue diagnosticado con la misma condición que sus compañeros a los 12, se reconoce como «muy callado» aunque, sonríe, «ahora puedo contarte esto» y si bien había tenido experiencia laboral fue en una empresa familiar, lo mismo que Julián Frejman, de 24 años, quien cuando dejó de trabajar con sus primos para ir a una compañía de software, se sintió «desbordado».

Los cinco, junto a otros seis jóvenes, ingresaron a trabajar entre diciembre de 2016 y enero de este año a SAP, una reconocida multinacional dedicada al desarrollo de software corporativo, en el marco de «Autism At Work», un programa que la compañía introdujo en el país de la mano de Asociación Argentina de Padres de Autistas (APAdeA).

«Nosotros pensamos el empleo no desde el lugar de la persona con TEA como víctima, sino como desde la posibilidad que tiene una empresa de incorporar a estos jóvenes que son verdaderos talentos y que por sus dificultades de interactuar no son contratados», explica por su parte Horacio Joffre Galibert, fundador de APAdeA.

La ONG fue la encargada de realizar la selección de los jóvenes y también brinda las capacitaciones y acompañamiento dentro de la empresa: «Cuando abrimos la búsqueda se presentaron más de 150 postulantes. Si bien nosotros tenemos programas de empleo, ésta es la primera vez que articulamos con una empresa tecnológica», describe.

Por su parte, Alejandro Masip, Director de Proyectos Financieros Globales de SAP y responsable del proyecto en Argentina, asegura que «la diversidad para nosotros es una fortaleza, una posibilidad para tener todo tipo de perspectivas que nos ayudan a innovar, algo clave en una empresa de tecnología».
Masip, quien propuso traer el programa en 2014, año en el que le diagnosticaron TEA a su hijo, reconoce que «las empresas tienen políticas de contratación de personal que siguen los mismos pasos desde hace más de 50 años, ¿cuánto podemos conocer a una persona en tres horas entrevistadas por tres personas diferentes?».

«Pero -advierte- no se crearon ni adaptaron puestos de trabajo, sino que los lugares que se generaban por el crecimiento de la compañía fueron destinados a ellos».
Para Jésica la clave está en «ver las potencialidades de las personas en lugar de hacer foco en lo que falta. Yo tengo una perra que tiene tres patas, y cuando la gente la ve lo primero que dicen es ‘pobre'».

«Las personas con TEA tienen una condición particular, depende de cada una de ellas qué puede, qué quiere y que no, el diagnóstico no es ni debe ser un rótulo para que se marquen sus limitaciones, sino para trabajar en función de sus potencialidades», concluye Joffre Galibert.