Por Florencia Vizzi

Brenda, Sandra, Griselda, Ana… ellas son la otra cara, algunas de las tantas voces capaces de relatar el lado B de la historia, de las historias que se entretejen detrás de las toneladas de fierros retorcidos que quedaron a la vera del kilómetro 779 de la ruta 33 el 24 de febrero de 2017.

Ellas son algunas de las voces que le ponen nombres a los números, dos colectivos, 13 muertos, 34 heridos, 60 pasajeros, dos conductores, decenas de kilómetros, cientos de denuncias…

Ellas son hija, esposa, hermana y ahijada de Aníbal Pontel, uno de los dos choferes fallecidos en uno de los peores siniestros que recuerde la provincia de Santa Fe. Tan tremendo como evitable. Al igual que su compañero Gustavo Souza, Aníbal perdió la vida aquella mañana en que una masacre estalló en la cara de una empresa largamente cuestionada, tanto por sus usuarios como por sus empleados, pero nunca castigada por sus faltas, irregularidades y negligencias.

«Todo está bien mientras no pasa nada y mientras los bolsillos de los empresarios están llenos. Pero cuando pasan este tipo de cosas, todo el mundo se lava las manos y evade responsabilidades, cada uno desde su lugar, por más pequeño que sea… todos tratan de evadir sus responsabilidades y entonces, la víctima es victimizada doblemente… entre tanto la Justicia sigue lenta, sigue ausente», dice Griselda, hermana de Aníbal, con un tono de voz bajo, esforzándose por mantener la calma.

«Además –Sandra, esposa de Aníbal, es quien toma la palabra– hemos sufrido tanto destrato y un abandono imperdonable tanto por parte de la empresa como por parte del Gobierno, que no podemos evitar sentirnos a la deriva, desamparados y desprotegidos. Fijate que recién hoy tuve la visita del Centro de Asistencia a la Víctima, hoy, ¡un mes después! Fue como que nos digan ‘arreglátelas como puedas’”.

—¿En qué momento la empresa se comunicó con ustedes?

—En ningún momento, nunca, hasta el día de hoy,  no hemos recibido una llamada. Ni para avisarnos del choque, ni para confirmar que mi marido había muerto, ni para darnos el pésame ni para preguntar si necesitábamos algo. Lo único que recibí de la empresa fue una corona, que estuve a punto de sacar a la calle. No lo hice porque decía «tus compañeros y directivos». Después, no supimos más. Así como tampoco del sindicato, y mucho menos de parte del Gobierno provincial o municipal.

—¿Cómo te enteraste de lo que había pasado?

Había salido a hacer unos mandados y cuando llegué a casa, encontré en la puerta a la esposa de un compañero de mi marido. Por suerte fue así, porque normalmente, a las 12 pongo el noticiero y si no se daba que iba a hacer esos trámites me hubiera enterado por la televisión. De todos modos, yo esperaba que estuviera bien… es como que uno se niega a creer. Hasta que llegó otro compañero a avisarme, yo tenía la esperanza de que aunque estuviera lastimado esté con vida…

En ese momento interviene Ana, ahijada de Aníbal: «Eso quiere decir que, hasta las cinco de la tarde, en que este compañero de mi padrino vino a decir ‘sí, es tu marido» la empresa no dijo una palabra en ningún momento, es algo indigno. Y tremendamente doloroso».

Las condiciones laborales

Un audio difundido poco después del siniestro, grabado por Gustavo Souza poco antes del mismo, daba cuenta de las paupérrimas condiciones de los coches de la empresa Monticas y de la insostenible situación laboral en que se encontraban todos los choferes.

Jornadas laborales que oscilaban entre las 10 y las 16 horas, francos inciertos, unidades sucias, que se prendían fuego, parabrisas rotos, fallas permanentes, asientos rotos, son tan sólo algunos de los tantos problemas que enfrentaban a diario.

“El comentario siempre era el mal estado de los coches, en todo sentido. Ya fueran deficiencias mecánicas, las cubiertas, la mugre… esa era la lucha diaria de él y de todos sus compañeros”, señala Sandra.

Griselda, hermana de Aníbal, relata que muchas veces se peleaban los choferes para ver en qué coche salían: “Cuando había uno que no estaba en tan malas condiciones, todos se querían subir a ese. Era cosa de todos los días. Porque también estaba la enorme responsabilidad de salir a la calle todos los días con la vida de la gente en sus manos. Y  era imposible sentirse seguros con ese compromiso en esas condiciones”.

“Todos opinaban lo mismo –retoma Sandra– todos, choferes y pasajeros… los pasajeros ni hablar, estaban furiosos desde hacía muchísimo tiempo”. Y agrega: “Sé que tuvimos que escuchar comentarios sobre la responsabilidad de los choferes en el accidente, pero desde un principio yo estaba segura de que no era una falla de ellos. Cuando me dijeron del accidente y cómo había sido, yo estaba segura de que algo al colectivo le tenía que haber pasado, porque… y te aseguro que con quien hablen les va a decir lo mismo, él era un tipo de unos reflejos increíbles. De hecho intentó sacar el colectivo, eso lo contaron los pasajeros. Cuando se produjo el reventón de la cubierta hizo la maniobra, pero la fuerza del colectivo lo sacó… Él, y sus compañeros, hace rato que decían que los coches no daban más y que en cualquier momento iba a pasar algo… pero no pensaban que iba a ser algo como esto. Estaban en muy mal estado, era un fin anunciado. Las palabras de él, que repetía casi a diario eran: «Hasta que no nos demos una chanta estos no van a parar». Y venía enojado porque renegaban todos los días… y bueno, pasó esto. Le tocó a él y al otro chofer… y a tantos otros».

Según trascendió de la interpelación que se realizó en la Cámara  de Diputados de la provincia de Santa Fe al secretario de Transporte, Pablo Jukic, tan sólo en 2016 la empresa había acumulado 176 infracciones y 4.000 inspecciones, sin embargo nunca se resolvió retirar la concesión precaria de Monticas.

“Que podemos esperar –exclama Sandra– si el mismo Pablo Jukic salió a decir que caducó la concesión de la empresa  para descomprimir el conflicto social… Eso es el reflejo de toda la situación”.

Y agrega: “La otra cara de esto son los compañeros, los choferes de la empresa que están pasándola horrible. Ellos no saben lo que va a pasar con sus trabajos, y desde el 1º de marzo que están en esas condiciones. Además en febrero cobraron sólo el básico, no les pagaron las horas extras, nada… Ellos también están muy golpeados, perdieron a sus compañeros, no les dieron ni un día de duelo, tuvieron que salir a trabajar normalmente, bajaban de los servicios y se iban a un velorio y a otro. La empresa los hizo trabajar hasta el último día. Además ellos son conscientes de que lo que le pasó a Aníbal y a Gustavo les podría haber pasado a cualquiera de ellos”.

Aníbal

El dolor se palpa durante toda la conversación, y permite intuir el tendal de vidas destrozadas que dejó una tragedia que podría haberse evitado de haber existido la voluntad política y el interés por los usuarios y los trabajadores. En medio de ese dolor, afloran de vez en cuando las risas, traídas por el recuerdo de Aníbal.

Entre las fotos que muestran su hija, su ahijada, su hermana y su esposa, brotan los buenos momentos.

“Nos dejó lo mejor que es su ejemplo. Muy querido por todos, muy solidario, muy alegre y positivo. Siempre sonriente. Eso es lo que nos queda, lo que él fue”, relata Griselda.

Su esposa, entre lágrimas y sonrisas, agrega: “Vivió para las dos, para mi hija y para mí. Me dio la posibilidad de ser mamá y ama de casa. Estuvimos juntos 30 años. Siento una gran impotencia. Me arrebataron a mi marido, siento que me lo mataron… no puedo dejar de sentir que hicieron un desastre y no les importa nada. Ni a las autoridades ni a la empresa, que hasta el día de hoy no le dio la cara para levantar el teléfono y llamar a los familiares. Yo siento que me separaron de la peor manera de mi único amor, el único que tuve desde que tenía 18 años”.

“Aníbal era uno de esos tipos que nunca se dan por vencidos. Era el hombre de las mil profesiones. Fue vidriero, taxista, cortador de zapatos, podó árboles y fue albañil. Es más, esta casa la construyó él. Nunca bajó los brazos, ni cuando estuvo desocupado. Hizo hasta las rejas de nuestra casa”, recuerda Sandra.

“Después empezó en este trabajo y le encantaba, le encantaba manejar. Y el trato con la gente. Si vieras los comentarios que me dejan en el Facebook los pasajeros que, a diario, viajaban con él. Los alumnos de la facultad hasta ahora me mandan mensajitos privados preguntándome si necesitamos algo y recordando la clase de persona que era. Se conocía a los pasajeros, sabía quién necesitaba que le pare en una esquina que no le correspondía porque no llegaba, o esperaba en determinadas parada hasta que llegue una chica a la que siempre acompañaban sus padres… si era de noche esperaba un poco más porque sabía qué pasajero venía en ese horario. No te imaginás las historias que me contaron en estos días”, agregó Sandra.

“Una chica me escribió contándome que, en una oportunidad, Aníbal les salvó la vida. Me dijo que fue en el cruce de Soldini, creo que había llovido o había habido tormenta y se cayó un árbol en la ruta y él alcanzó a volantear y esquivar y salvar a todos los pasajeros. Y me escribió eso y me dijo: ‘No permitas que hablen mal de él porque era un gran chofer’”, relata Sandra con una mueca de tristeza. “Yo todavía recuerdo esa noche, lo asustado que volvió a casa por lo que había vivido”.

Entre esas memorias, su esposa relata que desde hacía un año los compañeros le insistían para que se presente como delegado. “Hacía poco que se le había terminado el mandato del anterior, que además mientras lo fue nunca sirvió para los compañeros porque siempre tiraba para el sindicato. Y fijate como son las cosas, siempre decía que no quería, que prefería tener el cariño de sus compañeros a recibir el odio de ellos para ser delegado. Pero tanto le insistieron y tan mal estaban las cosas que terminó aceptando… justo el jueves anterior al accidente había aceptado presentar una lista. Y el viernes se mató en el colectivo”.

Ana mira una foto de su padrino que guarda en el teléfono celular. “Lo que me está pasando ahora es que viajo todos los días en el colectivo que viene de Pavón a Rosario. Y cuando me subo, empiezo a llorar, y lloro todo el viaje. No sé, no lo puedo controlar. Se me cruza la cara de mi padrino y pienso en él constantemente. Esto que pasó fue un puñetazo al corazón”.