La vida, las circunstancias, enseñan. Por ejemplo, yo he aprendido (no sé si en esta vida o en otra hace cientos, o miles de años atrás), a radiografiar miradas. En las placas procesadas por un desconocido y misterioso sistema íntimo y profundo, descubro soledades, penas, enojos, agresividades, odio, amor, paz a veces bien guardada, violencia apenas controlada. A veces me convierto en un mirador de miradas y me descubro de pronto  mirando miradas de la gente, escudriñando la variación de emociones y sentimientos de personas y animales que giran allá en el fondo del alma y se reflejan en sus ojos.

Huyo raudamente de ciertas chispas que advierto en ciertas ocasiones: rencor, odio, falta de escrúpulo, violencia, frialdad, insensibilidad. Esos son rayos flamígeros, dañosos.  Sin embargo, hay miradas que me atrapan, me paralizan, me empujan sin remilgos a la reflexión. En ciertos ojos uno puede ver asomada y pidiendo auxilio, al alma atrapada en la nostalgia, la pena, la preocupación y sobre todo el desamparo.

-Al repasar las radiografías de cuantos seres pasan por mi lente disparador de extraños rayos X, he advertido siempre que la causa de la nostalgia, de la soledad, de la incertidumbre o del  miedo, tiene que ver con el amor herido o muerto, o con la ausencia parcial o total de aquello que se ama o aquello necesario que se anhela y no se tiene. Casi siempre, también, esas miradas especiales de las que hablo son más notorias y más profundas en aquellos seres más sensibles e inocentes, más puros y menos mundanos. Es, por otra parte, esa misma sensibilidad, cuestionada por quienes se dicen fuertes, algunos de los cuales no pasan de ser fríos e inmutables ante el dolor del otro, la que permite ver en toda su dimensión al alma agobiada hoy, o en la que ha quedado el rastro del dolor de ayer. Hay sonrisas sujetadas desde atrás por la nostalgia de siempre.

-Y he descubierto que así como hay auras y miradas que pueden herir seriamente, hay otras que calman y  aquellas otras que elevan. Creo que el aura y la mirada de una persona nostálgica que refleja el alma herida, es una invitación de ella misma, pero sobre todo de Dios. De ella misma porque te está invitando a que la salves o al menos a que la acompañes, y de Dios porque El mismo, te invita a salvarte a través del acto de tender la mano al otro.

Mirar miradas es bueno, porque se tiene la oportunidad de descubrir dónde está el dolor y hacer algo por quien lo padece aunque más no sea elevando un deseo en silencio por el bien del otro. Y, tal vez, hasta tengamos la oportunidad por esa vía, como me dijo una vez un sabio rabino, que Dios nos purifique sin sufrimiento. Es por todo esto que deberíamos multiplicar las radiografías de almas y, en silencio, pedir por aquellas melancólicas que cargan con su peso. Claro, en un mundo individualista, materialista, esto parece sólo una disquisición de un loco para locos.