Por Miguel Ángel Barrios, Norberto Emmerich

La vinculación entre alta tecnología y drogas no es nueva. Ya en el año 2013 una nota del diario español El País alertaba sobre esta peligrosa vinculación. En 2014 se advertía sobre la posibilidad de fabricar cocaína en impresoras 3D. En 2015 se hablaba del uso de la red para comprar drogas.

Hace tiempo que los narcotraficantes que operan en los mercados tradicionales se enriquecen de tecnología para mejorar la producción. Desde 2012 los productores de marihuana de Pedro Juan Caballero en Paraguay extendieron de forma acelerada la superficie plantada con marihuana transgénica. Gracias a esas semillas genéticamente modificadas las plantas demoran entre 90 y 100 días en crecer, frente a los 180 días de las semillas naturales, por lo cual los abastecedores del brasileño PCC duplicaron su producción.

En el tránsito marítimo las boyas radiales y satelitales junto con la presencia de submarinos diseñados especialmente modificaron las reglas de juego y complicaron las capturas en alta mar. Fueron grandes avances realizados no hace muchos años, pero quedaron atrás.

En la actualidad un dron puede transportar 15 kgs. de drogas entre Tijuana y San Diego a 2500 metros de altura sin ser visto ni detectado.

Hace apenas dos años los avances tecnológicos permitían realizar transacciones anónimas y seguras que significaron el fin del narcotráfico tal como se lo conocía hasta ese momento. Un gramo de cocaína en las calles de Londres costaba entre 180 y 200 dólares mientras un gramo de cocaína en la ‘deep web’ oscilaba entre 45 y 60 dólares y era de mejor calidad. Todo pasaba por pocas manos y se iniciaba otra revolución en el mercado.

Recibir un delivery en una relación horizontal y directa entre comprador y vendedor sin intermediarios era un gran avance, pero eso también pertenece al pasado.

No han cambiado las formas del mercado, como si se tratara de una cuestión de mayor cantidad a menor precio y mayor ganancia global, una simple dimensión cuantitativa. Ahora la cantidad se convirtió en calidad, cambió el contenido. Si la droga la produce quien la consume, se alcanzó el punto máximo de democratización del sistema.

Ya no hay territorio porque los extremos del mercado se encuentran en el mismo lugar, por lo tanto el narcotráfico desaparece. En el narcotráfico tradicional el mercado de consumo ante todo conforma un mercado, no es una sumatoria de transacciones individuales libres. Por lo tanto está sometido a reglas que son más que la simple acumulación de voluntades anárquicas individuales. Se da en un territorio social y geográfico previamente configurado y controlado, no libre. En un gran porcentaje, sobre todo en los estratos sociales más bajos, quien consume se convierte en vasallo político de un señor. El mercado de consumo establece leyes y valores que son ajenos, extraños, sustitutivos y a veces contradictorios con el todo social circundante inmediato. Aunque se trata de un mercado, no sigue las reglas económicas de oferta y demanda pero sí las reglas políticas de no fungibilidad del poder e imposición autoritativa de valores.

Nada de esto pareciera suceder en una situación de consumo donde vendedor y comprador son la misma persona en el mismo lugar. La geopolítica de la seguridad no ve delito en esta inesperada variante del consumo de drogas. Típicamente es un problema de salud pública que “soluciona” la problemática del narcotráfico en virtud de la superación tecnológicamente direccionada de la crisis del desarrollo de las fuerzas productivas del narcotráfico. Ya no es necesario plantar más, producir más, traficar más. Al convertir la cantidad en calidad el modelo de auto-producción de drogas de diseño elimina el componente delictivo del narcotráfico.