Por Florencia Vizzi

Premio Nobel de la Paz, incansable activista por los derechos humanos, embajadora de la Unesco, campesina de la etnia indígena maya-quiché, líder de los movimientos por la paz, mediadora en el proceso de paz entre el gobierno de Guatemala y la guerrilla… Definir a Rigoberta Menchú Tum, a su historia y trayectoria podría llevar miles y miles de palabras. Pero tal vez una sola frase la aproxime a quienes no la conocen: «La paz no es solamente la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz.”

Desde esa filosofía, Rigoberta Menchú Tum hace años que trabaja, con su fundación y con diferentes fundaciones y organizaciones de todo el mundo en lo que ha dado en llamar «educación para la paz». «El eje de la educación para la paz son los códigos que la humanidad misma ha ido estableciendo, respeto mutuo, diálogo, negociaciones, solución política a conflictos armados, prevención de las violencias de todo tipo… » explica la líder de origen maya. Y enfatiza «paz para nosotros es cultura, paz para nosotros es educación, pero a partir de la prevención, porque todos condenamos las violencias pero se hace poco para prevenirlas».

Con hablar pausado, profundamente reflexiva, Rigoberta encadena sus ideas que, no importa cuáles sean las preguntas, confluyen armoniosamente en algunos ejes principales a los que vuelve con suma lucidez, la paz y los derechos humanos como idea central, la pelea contra las desigualdades y la transformación pacífica.

A pesar de los grandes avances que hay en todas las áreas de la humanidad, la situación de los pueblos originarios sigue siendo paupérrima, no han logrado aún el que se les reconozca el derecho a sus tierras y muchas veces le son negados los derechos más básicos. ¿Que reflexión puede hacer al respecto?

—Bueno, yo pienso que los pueblos originarios tienen unos principios,unos valores y un sistema ancestral,  y por eso también han podido continuar hacia adelante, a pesar de toda la desolación  a la que han sido sometidos a lo largo de cientos de años. Cualquier otro grupo humano, sin cultura y sin valores propios no habría resistido el sometimiento en el que han vivido los pueblos indígenas. Por lo tanto, el valor que tiene es una ilustración de la desigualdad de los sistemas actuales, de la deshumanización, es una ilustración también de cómo no sólo los pueblos indígenas están sufriendo los abusos e injusticias más crueles, sino otros grupos humanos… Hablamos de discapacitados, de mujeres, de la esclavitud moderna, la esclavitud infantil, la esclavitud doméstica, la esclavitud sexual. Hay tantos delitos tan profundos y crueles como los que se cometen con  los pueblos indígenas. Pero la ventaja es que los pueblos originarios tienen comunidad, tienen identidad y tienen principios y valores. Por eso no son las principales víctimas de la crueldad con la que viven los sistemas actuales. Yo creo que los pueblos indígenas podemos sentirnos orgullosos porque hemos logrado resguardar nuestros idiomas, que son la principal reserva de nuestras identidades y de nuestros principios de convivencia social. Lo que sí cuesta ver y que duele profundamente son las heridas que hay en la sociedad que van desde los delitos de lesa humanidad hasta lo que vemos como normal que es la gran violencia urbana que hay en estos momentos.

¿En ese sentido, cuál es su visión de los sistemas democráticos representativos en los cuales los grandes capitales concentrados son protagonistas fundamentales y cuyos intereses atentan contra los más desprotegidos y los más humildes, ejerciendo así otros tipos de violencias?

—En principio puedo decir que la mayoría de los conceptos han sido vaciados de contenido. A la democracia se le ha puesto muchos apellidos pero finalmente, en el fondo, lo que sucede es que prevalece el poder de unos cuantos que tienen las mañas y las mafias para poder mantenerse de generación en generación, usurpando muchísimos espacios que no le corresponden y que le corresponderían a la población en general. Luego los temas como paz, como educación se han ido vaciando de nuevo y se han convertido en instrumentos de control muy reglamentados… tanta regla ya no permite la aplicación. O sea, es la inoperancia de los conceptos a la luz de la verdad. Creo que es muy importante levantar la autoestima de la población, porque  veo que tenemos una población mundial que, en primer lugar, es muy conformista, y en segundo lugar, no tiene memoria, ni de sus avances, ni de sus logros ni de sus fracasos. Y es una población mundial muy a la defensiva, concentrada en sus asuntos individuales. Además tenemos una población mundial que cree que los que deben construirles sus democracias y sus instituciones son “especialistas”, entonces hay un juego que tiene que ver con qué cosas son permitibles y para quienes. Hoy está muy en duda la credibilidad de las instituciones, de los políticos y la política pública, pero no sólo los políticos, sino de todos aquellos que ocupan un espacio en la opinión pública. Es por eso que nosotros estamos intentando empezar por el principio, que es la educación integral, con ética y con valores. Hay que tomar acción ante tanta barbarie y esa es nuestra forma de tomar acción.

¿Cuál es su visión sobre la multiplicación de casos de extrema violencia contras activistas ecologistas, como es el caso del asesinato de la líder hondureña indígena, de la comunidad lenca, Berta Cáceres?

—Estos casos son las nuevas víctimas de las compañías transnacionales, que se dedican a la explotación de los bienes y recursos naturales de nuestros países y arrasan con ellos. Y pagan a sicarios locales para acabar con las vidas de estas personas. Esto es cada vez más ilustrativo de los nuevos conflictos. En Guatemala hay presos políticos, militantes y activistas amenazados y asesinados. Han matado gente como investigadores, científicos, periodistas… todos aquellos que sacan a la luz esas verdades, que es ni más ni menos,  que esas compañías no dejan nada para las poblaciones locales y se llevan todo a cambio de casi nada. Es el accionar de las mafias corporativas que han logrado muchas veces las concesiones con acuerdos “bajo aguas” o comprando favores de los municipios, gobernadores, autoridades, que pactaron los bienes de la población. Es el caso de muchos países de América Latina y es también la causa que los problemas que tienen muchos gobiernos con los pueblos indígenas, que sostienen que la madre tierra es la fuente de vida y sabiduría. Hay una lucha muy profunda, que choca con la ambición de las transnacionales, que llevan a cabo  una depredación masiva… y  luego está la impunidad. Casos como el de Berta ilustran una impunidad brutal que sólo se resuelven por los pactos que hacen los poderes ocultos. Desafortunadamente no hay tribunales que castiguen con pena como delitos de lesa humanidad, porque quitarle el agua y el aire a la gente es un delito de lesa humanidad.

—Rigoberta ¿qué le diría usted a quienes la acusan de mentir y fraguar su historia y falsear datos en su biografía?

—Que lean las sentencias del tribunal de Guatemala. El caso de mi vida obedece a una sentencia de delitos de Lesa Humanidad. Afortunadamente esa sentencia refleja mi historia, la que conté en mi libro, refleja la masacre de la embajada de España… el caso mío lo gané en los tribunales de alto impacto de Guatemala. Las autores de esos hechos aberrantes contra mi, contra mi familia y contra mi pueblo, están en la cárcel y tienen una condena de 95 años de prisión.