POR CARLOS DUCLOS

Han pasado muchos años desde que en aquella charla dada en nuestra ciudad por el prestigioso jurista Augusto Morello éste dijera, al hablar de la morosidad judicial: “la justicia que llega tarde no es justicia”. Y no sólo que esta cita no ha perdido vigencia, sino todo lo contrario, pues gracias a una mal entendida “garantía” la justicia muchas veces no sólo que llega tarde, sino que no llega.

La ciudad de Rosario se ha convertido en un demoníaco festival de robos, violencia, homicidios y narcotráfico. No es necesario repasar los hechos ocurridos en los últimos días. En materia de seguridad todo está bastante mal. Se habla mucho de reforma judicial, de reforma policial, y se pavonean algunos deleitándose en la jactancia de tales cambios, pero la verdad se encuentra en los hechos cotidianos de robos, violencia, heridos y muertos a manos del delito. Vecinos asaltados en cualquier lugar de la ciudad y a cualquier hora, trabajadores que temprano en la mañana o de regreso a la noche aguardan el transporte urbano con miedo (o lisa y llanamente son asaltados mientras viajan), comerciantes que atienden a puertas cerradas y una serie de situaciones que el lector conoce de sobra.

A poco de escribirse esta columna, un ex jefe de Policía de la ciudad de Rosario, un hombre que comandó a la Policía cuando ésta aún funcionaba como debía ser, dijo a quien esto escribe: “mire esto no tiene más solución, porque cuando a una persona que porta un arma con intento de robar el funcionario judicial de turno lo manda a su casa, estamos en la puerta de la impunidad”. Desde luego. Y podría decirse que cuando se pierde el sentido de justicia y este sentido es reemplazado por corrientes de pensamientos propios, o por la “verdad revelada”, entonces el festival de “vale todo” se hace cultura cotidiana.

¿Qué es justicia? ¿Qué significa justicia? El diccionario de la Real Academia Española da la siguiente definición: “principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”. Pero a poco que uno recorra las calles de la ciudad de Rosario, verá que aquellos ciudadanos honestos, a quienes les corresponde vivir en paz, en libertad, resguardados por las autoridades constituidas, viven entre rejas, atemorizados, limitados en su accionar. Y, al mismo tiempo, aquellos deshonestos que hacen del robo y de la muerte su forma de vida, gozan de los privilegios del llamado “garantismo”, que en realidad en la práctica es la destitución de la justicia y el fomento de la impunidad.

Y esto no es sólo responsabilidad de los jueces y fiscales, muchos de los cuales en un país serio jamás lo hubieran sido, sino de aquellos políticos devenidos funcionarios (ejecutivos o legisladores) que han sido vencidos por su ideología, derrotados por su ineptitud e incapaces de interpretar el anhelo de la gente.

Se habla mucho hoy de la inacción policial, de la corrupción policial, de la indiferencia policial por aquellas acciones que tienden a mitigar el delito. Es una realidad, no se puede negar ¿Pero quiénes son los responsables de tal situación?

Todas las corrientes de pensamientos filosóficas, toda acción ejecutiva y legislativa en determinado sentido sucumben cuando la realidad demuestra lo contrario. Aquí la realidad no importa, lo único que importa es mantener de pie a muertos que causan más muerte. Y esto lo pagan los ciudadanos rosarinos que viven con la inseguridad al palo.