Todo lo que es hace, y todo lo que se hace tiene un efecto, escribí el otro día en la cuenta que poseo en Facebook “Charlas de Candi”. Y proseguí:  al tener conciencia de “ser”, debe el  “yo” (ser humano) tener conciencia de “hacer”. En el “hacer” hay sólo dos caminos: hacer para permanecer y morir definitivamente, o bien hacer para vivir y trascender. El primer camino es la idea y acción del mal, el segundo la idea y acción del bien. Un pretendido tercer camino que parece distinguirse de estos dos (ni bueno ni malo, ni positivo ni negativo) es una ilusión, una utopía que lleva a la perdición. En un punto de la vida, más tarde o más temprano, una fuerza superior invita al peregrino a elegir, a que haga uso de su libre albedrío. Hay quienes suponen  que pueden engañar a esta Fuerza Superior declamando el bien, pero haciendo el mal o permaneciendo indiferentes. Para tales, el pago (efecto de sus pensamientos y acciones) se multiplica en un punto del camino.

Y prosigo hoy en esta columna recordando que todo el universo, toda la creación se rige por la presencia, la vigencia de varias leyes o principios, entre ellas las de causa y efecto. Por eso a toda acción corresponde una consecuencia. Y esta consecuencia o efecto se produce más tarde o más temprano en la vida. Soy de los que creen que la casualidad no existe, sólo existe lo causal, es decir que todo se produce como consecuencia de las acciones y esta consecuencia es de su misma naturaleza. Si se hace el bien, en general deben recibirse cosas buenas y viceversa.

Es cierto que a menudo se es testigo de la presencia de personas que hacen de su vida una obra de amor y reciben golpes muy duros. Son excepciones y merecen un tratamiento aparte. Y hay también aquellos que son perversos y “parece” que la vida les sonríe. Es sólo una ilusión óptica.

Al iniciar este escrito, dije que todo lo que es hace, acciona, obra. Y el lector podrá decir una piedra es y no hace nada. Y no es cierto. Todo lo que es hace, todo lo que existe tiene un sentido, un propósito. Sin esa cosa, sin esa planta, sin ese animal y sin ese ser humano, la creación no sería  la misma. Por eso cuando se rompe, se destruye algo o no se le permite ser aquello para lo cual fue puesto sobre la faz de la Tierra, hay un efecto que casi siempre es perjudicial para todos

Los permanentes atentados contra el medio ambiente son un claro ejemplo. La indiscriminada tala de bosques, dinamitar la tierra en busca de minerales o piedras preciosas, la impregnación de la atmósfera con gases que son ajenos a su naturaleza, o la irradiación de ondas provocan efectos nocivos. De mismo modo, cuando se persigue y mata animales a veces hasta extinguir especies se pagan las consecuencias.

Pero el  drama más grande lo vive el ser humano cuando no hace aquello para lo cual fue llamado a este mundo, cuando elude el compromiso, cuando (como dije antes) aparenta hacer lo que corresponde, pero no lo hace en realidad. Y es bueno recordar algo muy importante en todo esto: la acción, el hacer, el obrar, no se reduce sólo, en el campo de la causa y efecto en la vida, a la acción física, de ningún modo. Si usted acaricia a otra persona, o le entrega una ayuda, pero en su interior su sentimiento no se corresponde con su acto, sepa que tal obra no le sirve de nada y es hasta contraproducente. Sepa, además, que un pensamiento, un sentimiento, una palabra puede ser más poderosa que la misma acción física. Por eso el sentimiento, el pensamiento, la palabra forma parte de la acción y moldea su propio destino.