¿Qué ha logrado el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica o, mejor dicho, el poder oculto que en realidad gobierna ese país, invadiendo Irak y Libia so pretexto de acabar con las dictaduras? ¿Qué ha logrado este poder, vestido de Tío Sam, suministrando armas a los rebeldes sirios (entre los que se cuentan terroristas) para lograr la destitución del régimen de  Assad? Una catástrofe que ha costado ya en Siria, Irak y otros países más de 300.000 muertos;  la persecución y asesinatos de miles de cristianos y personas de otras creencias que no se someten a las imposiciones terroristas,  que no se avienen a las reglas que impone el terrorismo islámico. Se ha obtenido, además, una inusual oleada repentina  de emigración a Europa, dantesca y angustiante,  algunos de cuyos países, que siguen la dislocada política yanqui, pagarán en no poco tiempo más las consecuencias.

¿Esto sólo  ha logrado el poder disfrazado de Tío Sam? No, ha obtenido fenomenales negocios con el petróleo y otras riquezas, posiciones geopolíticas para defender intereses. De bienestar, de paz, de dignidad humana, de eso nada, ni hablar.

¿Pero qué le puede importar la vida al demonio? ¿Qué le puede importar al mal la muerte de inocentes? La idea, el pensamiento parece duro, pero es la realidad. No se trata de defender, por supuesto, a regímenes dictatoriales; no se trata de salir en defensa de la contraparte, Rusia, Irán, entre otras potencias, sino de comenzar a comprender que el mal parece no pertenecer a una ideología, nación o región del planeta; no, el mal se enquista en todas partes.

Ya hay bastante material dando vueltas sobre la gran mentira inglesa y norteamericana respecto de las armas de destrucción masiva que poseía Saddam, invento para justificar una invasión que tenía como propósito el petróleo. Lo que han hecho los Estados Unidos de Norteamérica en los últimos años, es alimentar las razones de aquellos que están en las antípodas y que son, sin dudas, regímenes tan nefastos como el pretendido modelo “occidental y neo capitalista”.

El viejo y repetido principio que dice que a toda acción corresponde una reacción se cumple siempre inexorablemente. Al despiadado capitalista le ha correspondido la otra cara: un colectivismo exacerbado que ha hecho las cosas tan mal como el neoliberalismo. Por eso este alimento de la guerra en Siria, justificándolo con la necesidad de acabar con un régimen dictatorial, sólo está logrando muertes, padecimientos, que pagará Europa y casi todos los países del mundo.

Con acierto y buen tino el ministro de Relaciones de España, José Manuel García Margallo, ha dicho horas atrás: «Ha llegado el momento de entablar negociaciones con el régimen de Asad si no queremos que esta guerra, que lleva ya 250.000 muertos, siga provocando tragedias humanas. Si queremos que esas tragedias acaben, hay que llegar a un entendimiento, una reconciliación nacional, un cambio constitucional y unas elecciones», ha afirmado. En su opinión el error estratégico de no contar con el dictador ha propiciado un «vacío» que ha sido ocupado por ‘Daesh’ (Estado Islámico, en árabe)”.