Una línea muy delgada, que se hizo apenas perceptible debido a circunstancias sociales por todos conocidas, separa con frecuencia a las definiciones vulgares de “pena” y “castigo” de “tormento” y “tortura” o de “condena vana e injusta”. A menudo se confunde pena (del derecho penal) con tormento, con dolor infligido injustamente. No es extraño que así suceda, puesto que la humanidad, por vía de las penas injustas, de dolores aberrantes irracionales, se sensibilizó al grado de ver en la pena (en términos de filosofía del derecho) un monstruo. Es comprensible.

Pero lo cierto es que pena o castigo no pueden ser marginadas del ámbito de la justicia, pues si así sucede no hay justicia y, por tanto, no hay orden ni progreso.

Pero… penas a quién, por qué, bajo qué  condiciones, desde qué edad. Y aquí aparece la figura de la imputabilidad a los menores y el debate que se ha generado a partir de la iniciativa o idea gubernamental de bajar la edad de imputabilidad a la persona que comete un delito. Un debate que gira muchas veces alrededor del árbol sin que se estudie el bosque; un debate que campea a menudo e históricamente, la superficialidad sin tener en cuenta lo que ocurre en lo profundo de la sociedad; un debate más teñido de político a veces que de verdades que resuelvan el problema grave del delito y que aflige al pueblo argentino.

“Aquel que sabe hacer lo bueno y no lo hace comete pecado”

El sentido común, ese que se ha perdido por los causes de la mediocridad, el fanatismo, la cultura interesada impuesta por los grandes poderes, dice desde antiguo que aquel que sabiendo plenamente que su acción causa daño a otro, es decir dolor físico o emocional, y aún así acomete contra el prójimo, debe hacerse responsable de su acto. No hay dudas en ese sentido. El más grande de los apóstoles (en opinión de quien esto escribe, claro) Santiago, decía: “aquel que sabe hacer lo bueno y no lo hace comete pecado” ¿Cómo no habrá de ser responsable entonces aquel que sabiendo que hace daño se empeña en hacerlo? Un adolescente de 14 años, para ser puntual, que saca un revólver, roba a una mujer y después le dispara ¿no sabrá lo que está haciendo? ¿Es acaso un animal, una mente irracional que no sabe discernir entre el bien y el mal?  ¿Está aún en ese estado mental en que el hombre (absolutamente inocente y niño) no sabe qué es bueno y que es malo? ¿Es que una persona así se encuentra en el estado de pureza, candor e inocencia, que tenían Adan y Eva antes del pecado original, cuando se paseaban desnudos por el Edén sin rubores ni prejuicios? Eso nadie honesto y sincero consigo mismo lo cree. Alguien que sale con un arma, que sabe usarla y que tiene un propósito con ella, sabe muy bien de qué se trata todo y merece un castigo, una pena “justa” por su acción. De acuerdo con eso.

¿Es la baja en la edad de imputabilidad la solución al delito?

Sin embargo, el hecho importante, de fondo, no es la edad y la imputabilidad. El hecho que importa, o que debería importar a los argentinos, es saber si bajar la imputabilidad y meter presos a los adolescentes de 14 o 13 años que delinquen va a resolver el problema del delito en el país. El hecho es saber discernir si la idea política de bajar la imputabilidad no es sólo una medida para la imagen y el voto. Y lamentablemente parece que así es, que una vez más la casta política (conformada por viejos profesionales y noveles aprendices), echa a rodar una idea más pensada para quedar bien con el humor social que con el deseo de acabar con la causa primigenia de ese humor. Para decirlo con todas las letras: no sirve de nada bajar la imputabilidad y mandar a la cárcel a los adolescentes delincuentes si antes no se manda a la cárcel, definitivamente, a la exclusión, a la pobreza, al desempleo, a los bajos salarios, a la ausencia de educación adecuada, a la cultura de la mentira. No sirve a la solución del problema delictivo tener 5.000 chicos presos si hay injusticia social, si hay delincuentes de guante blanco, lavadores de dinero del narcotráfico, políticos corruptos, que están libres y se campean campantes por las narices del hombre común argentino. El lector podrá seguir enumerando, si lo desea, aquellas circunstancias injustas cometidas por dirigentes y no dirigentes, poderosos y no tanto, que se quedan en el paraíso de la impunidad, mientras el ciudadano común es sancionado con severas multas y con violencia moral, cuando no física, por parte del poder si se atreve a atrasarse en un pago de impuesto o servicio o si transgrede involuntariamente una minúscula norma ¡Vaya justicia de este poder político!

En un año electoral lo que importa es vender

Pero claro, anunciar el rigor para el delincuente que roba y mata, tenga cincuenta o trece años, hay que reconocerlo, vende; vende bien, causa buen efecto. Y estamos en un año electoral y la cuestión es vender. Todos ahora saldrán a vender algo, cuando no a regalar. Mientras tanto, el ciudadano común seguirá viendo cómo sobrevive en medio de tributos, servicios, combustibles, inflación que aumenta y posibilidades de vida digna que disminuyen.

Al mismo tiempo que sale a girar la idea de esta “baja”,  se supo, por ejemplo, que los “pudientes  jubilados” que perciban más de 8.700 pesos (es tragicómico, 8.700 pesos) no tendrán medicamentos gratis. Bueno, después de todo muchos seguirán pagando desmedidos montos por impuesto a las ganancias aunque sean  profesionales, trabajadores o comerciantes que se las pelan para llegar a fin de mes (entre otras cosas más graves, claro).

Y así, en una eterna calesita en la que la sortija es sólo para algunos, mientras el costo de todo aumenta y aumenta, se intenta que baje la edad de imputabilidad como si eso fuera prioritario y resolviera los asuntos que tienen a mal traer a los argentinos desde hace tiempo. Ilusionismo histórico.