Por Graciana Petrone

El boom latinoamericano fue una suerte de estruendo literario, social y cultural que surgió entre las décadas del 60 y 70, con determinadas características que lo identificaban como tal y en un contexto en el que aparecía un nuevo público lector ávido de una narrativa diferente a la que circulaba por entonces.

Los escritores más representativos fueron, entre otros, el colombiano Gabriel García Márquez con la llegada en 1967 de su obra «Cien años de soledad”; el peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Carlos Fuentes y el argentino Julio Cortázar. Cada uno con su impronta especial, pero con un hilo en común: eran jóvenes y sus libros, con una nueva clave de consumo, se vendían tanto en Latinoamérica como en Europa.

El fenómeno tenía una relación estrecha entre el realismo mágico y el barroco americano y tuvo sus efectos en la Argentina en donde se produjeron críticas y publicaciones en medios de comunicación que se expresaron a favor y en contra del boom.

También surgió, en ese contexto, la figura de los editores formados como lectores.

Diversos autores además, fueron los precursores en cierta forma del boom, entre ellos Alejo Carpentier, Leopoldo Marechal, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Adolfo Biy Casares y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

Para el sociólogo argentino Horacio González, fallecido en 2020, la palabra boom era la que lo definía como tal: un modo de difusión que irrumpía y era llevada a cabo de manera “súbita e inesperada”.

El surgimiento formaba parte de una ruptura basada en el pasaje de la editorial artesanal orientada a un lector específico a encontrar un público-lector masivo.

En la Argentina provocó impacto en lectores y escritores y también una nueva forma de abordaje en el ámbito editorial.

Como ejemplo González cita a la Editorial Jorge Álvarez cuyo fundador, homónimo, era un intelectual y avezado lector que se apropia “del boom en clave local”, pero en dos direcciones: “Por un lado recogiendo novedades argentinas y latinoamericanas y, por el otro, recuperando simplemente valores literarios que el fenómeno llamado boom hacía circular”.

Esta explosión y el nuevo rumbo editorial afectaron a escritores argentinos cuyas obras no coincidían en el marco y las formas del boom representado en su mayoría por el realismo mágico.

Cortázar sería uno de los que se quedaría, mientras que otros como Poldy Bird, por nombrar algunos, veían el fin de sus días como escritores.

Para González hubo un momento de “hervor intelectual”.

Un caldo de cultivo esperaba por una nueva forma de escritura, de editorial, de circulación y de lectores que encontraron su momento casi revolucionario y aventurero que finalmente ancló en Latinoamérica sin resistencia, o quizás con algunas críticas como la planteada por Osvaldo Lamborghini en Primera Plana en ocasión de su reseña sobre «Sagrado», del por entonces incipiente novelista Tomás Eloy Martínez, en donde Lamborghini señalaba que el libro del escritor tucumano se basaba en García Márquez, Cortázar y el barroquismo del cubano Lezama Lima a los que definió como “retóricas que sólo podían llevan a un fracaso textual en medio de aparentes innovaciones”.