Marcelo Bielsa es más, bastante más que ese señor enfático, en apariencia sólo pintoresco, que filosofa junto a sus jugadores en un video que a estas horas recorre el mundo, y sin embargo en su país se le sigue escamoteando su verdadera dimensión, que es la dimensión de uno de los mejores entrenadores de la historia del fútbol argentino.

Tal parece que para muchos, demasiados crueles que pululan acá y allá, la imagen de Bielsa debe ser congelada en el Mundial de Corea-Japón, cuando la Selección Argentina sufrió una sorprendente eliminación en la primera ronda.

Encuentran, tales fiscales, que el hecho de que la selección no haya dado la talla representa el primer dato, o el único dato capaz de condensar la valía de Bielsa, el universo Bielsa, todo lo hecho por Bielsa en más de 40 años ligado al fútbol.

Un disparate, un disparate que por curioso que parezca se expresa con naturalidad incluso en los sectores más entendedores de la patria futbolera.

¿Será la ligera vara de estos tiempos?
Por caso, Adolfo Pedernera fue el conductor del equipo que no se clasificó al Mundial 70, pero hasta donde se sabe jamás perdió el rango de sabio de la tribu.

Alfio Basile fue el conductor del equipo que perdió 5 a 0 con Colombia y a duras penas se clasificó al Mundial de los Estados Unidos con un gol de carambola versus Australia y, de todos modos, goza del infrecuente privilegio de haber sido no una, dos veces entrenador de la albiceleste.

Pero con Bielsa no hay sutura piadosa posible: se lo ha condenado a la deuda eterna.
Se ve que el rosarino es un hombre de poca estrella, o conspiran contra él su perfil bajo y su nula tendencia a la demagogia y otras variantes de la complacencia.

Los cibernautas se ríen cuando lo ven explicándoles a un grupo de futbolistas del Olympique de Marsella que la búsqueda de la excelencia requiere un enorme sacrificio y que en alguna medida el éxito del futbolista siglo XXI conspira contra el confort espiritual, contra la felicidad, porque el dinero puede comprar infinidad de cosas pero jamás podrá comprar tiempo.

Se ríen, los cibernautas y otras parroquias urbanas, de observaciones de copiosa agudeza y singular profundidad.

Se ríen de quien en Chile dejó una huella imborrable y dejó una huella imborrable en el País Vasco y cada día recoge respeto y admiración en la dirigencia del Olympique, por su seriedad, por su rigor y por la fecunda aplicación de una cuidada amalgama de tecnología innovadora y saberes acuñados en la cancha misma.

Hay que ser necio, despistado o mal intencionado para negar o relativizar que al mando de un Olympique de plantel módico Bielsa está dirimiendo palmo a palmo el primer lugar de la Ligue 1 de Francia con el opulento París Saint Germain.

Hay que ser necio, despistado o mal intencionado para negar o relativizar que pese a sus máculas, que las tiene como cualquier hijo de vecino, Bielsa honra su profesión y honra al fútbol argentino como muy pocos directores técnicos lo han hecho, de una manera específica en las siempre exigentes y a menudo impiadosas tierras europeas.