El mundo del espectáculo, y principalmente la música, seguramente recordará al 2016 como un año nefasto, en el que murieron figuras influyentes de diversas vertientes como David Bowie, Prince y Leonard Cohen, por nombrar solo algunos, aunque la historia también podrá referirse a este período como la etapa en donde numerosas estrellas, que ya contaban con el grado de leyenda, alcanzaron el rango de mito.

Hacia finales del 2015, la muerte del ícono del rock pesado Lemmy Kilmister parecía indicar que ese sería el golpe más duro de asimilar, pero a los pocos días, el mundo se conmovía con la desaparición física de David Bowie, el primer gran impacto negativo del nuevo año.

A partir de allí, en los siguientes doce meses, el listado de muertes se engrosaría con los mencionados Prince y Leonard Cohen, pero también con artistas como el productor George Martin; el cantautor Leon Russell; los progresivos Keith Emerson y Greg Lake; el genial armoniquista Toots Thielemans; el ex Earth, Wind & Fire Maurice White; y el líder de The Eagles, Glenn Frey, entre otros.

Dos días después del lanzamiento de «Blackstar», un nuevo disco de estudio atravesado conceptualmente por la metáfora de la vida y la muerte, publicado el día de su cumpleaños 69, David Bowie falleció, en Nueva York, a causa de un cáncer de hígado que mantuvo celosamente en secreto.

La noticia de su deceso, ocurrido el 10 de enero, pareció una de sus tantas puestas en escena, sobre todo si se tiene en cuenta el tono de las canciones y el video promocional de su nuevo trabajo, cuyo corte de difusión tenía el sugestivo título de «Lazarus», el personaje bíblico que volvió de la muerte.

Otra muerte sorpresiva ocurrió el 21 de abril cuando, tras varias alarmas y horas de incertidumbre, se confirmó que la persona fallecida en la vivienda ubicada en Minnesota no era otra más que el dueño de casa, el mismísimo Prince, quien días atrás había tenido que cancelar algunos shows por una supuesta gripe.

De esta manera, en apenas cuatro meses, el 2016 se cobraba la vida de dos de las figuras más emblemáticas de la música popular de las últimas décadas, quienes en algunos pasajes de sus carreras alcanzaron una supremacía artística difícil de igualar.

Los «beatlemaníacos» también sufrieron su revés cuando el 8 de marzo, a los 90 años, murió en Londres George Martin, el genio productor que le dio forma al talento compositivo e interpretativo de The Beatles.

El trovador, poeta y novelista Leonard Cohen también abandonó este mundo de manera sorpresiva el pasado 7 de noviembre, en Los Ángeles, mientras dormía luego de haber sufrido una caída nocturna, también prácticamente una metáfora de su vida, en la que alternaba de manera equilibrada placeres mundanos con temporadas encerrado en un convento budista.

Otro notable cantautor como Leon Russell, una superestrella a finales de los ’60 y principios de los ’70 por su éxito «A song for you», grabada por innumerables artistas, y su participación central en el «Concierto para Bangla Desh», organizado por el beatle George Harrison, no logró recuperarse de una operación al corazón y murió el 13 de noviembre, en su casa de Tennessee.

Los amantes del rock progresivo perdieron este año a dos relevantes figuras que, curiosamente, fueron las dos terceras partes de una de las más importantes bandas del género: Emerson, Lake & Palmer.

El virtuoso pianista Keith Emerson se quitó la vida el 10 de marzo, en California, mientras que su compañero Greg Lake, también cofundador de King Crismon junto a Robert Fripp y Bill Bruford, falleció el 7 de diciembre en el Reino Unido, tras revelar que padecía cáncer.

La música punk perdió a Alan Vega, líder de Suicide; en tanto que su rival de época, la música disco, también estuvo de luto por la muerte de Maurice White, figura predominante de Earth, Wind & Fire.

El folk rock estuvo de duelo por la partida de Glenn Frey, miembro fundador de The Eagles, la banda que en los ’70 popularizó el tema «Hotel California», la plácida canción que bajo un sonido de guitarras cristalinas y voces regocijadas narraba las miserias de las superestrellas de rock.

En tanto, los memoriosos del «flower power» imperante en la mítica esquina de Haight y Ashbury, en San Francisco, recibieron con estupor, el 28 de enero, la noticia de la muerte de Paul Kantner, líder de Jefferson Airplane, la banda que le puso música al sueño hippie con «White rabbit», o a la decepción posterior de los cultores de la «Era de Acuario» -depende cómo se lo mire- con composiciones como «Up against the wall, motherfuckers».

Pero las pérdidas no sólo afectaron al mundillo del rock, debido a que este año también murieron figuras rutilantes como el virtuoso armoniquista de jazz Toots Thielemans; el compositor y director de orquesta Pierre Boulez, quien alguna vez se cruzó en su carrera musical con Frank Zappa; y la superestrella de la canción mexicana Juan Gabriel.

En el plano local, murieron dos figuras que alcanzaron su máximo nivel de popularidad en los ’70: el tecladista Hugo González Neira, de Aquelarre, y Juan «Locomotora» Espósito, baterista de El Reloj, que popularizó el uso del doble bombo en el país.

Argentina

Horacio Salgán y el rosarino Leandro «Gato» Barbieri, exponentes transversales de la música argentina y universal, que transitaron a la vez las orillas de lo popular a lo culto, más tres emblemas de los sonidos locales con un costado más plebeyo, Mariano Mores, Raúl Garello y Nini Flores, perdieron la vida en 2016.

Salgán, pianista y compositor, fue la expresión de una estética compleja, modelada a través de una música porteña educada, refinada y a la vez atorrante. Falleció el 19 de agosto poco después de cumplir 100 años.

No fue ni el más popular, ni el más estridente ni, acaso, tampoco, el más «vivo» de un ambiente tanguero que lo cargaba por no participar de los hábitos nocturnos de sus colegas. Pero probablemente fue el mejor.

Admirado por músicos como Daniel Barenboim, Arthur Rubinstein o Igor Stravinsky, Salgán irradió su técnica hacia la música brasileña, peruana, el jazz y lo clásico. Fue tildado de vanguardista, pero sin embargo también fue conservador, ya que contribuyó a consolidar las reglas de un lenguaje.

Menos influyente en la formulación de un lenguaje, pero de notable trascendencia internacional fue la trayectoria de Leandro «Gato» Barbieri, saxofonista rosarino fallecido el último 2 de abril a los 83 años, a causa de una neumonía, en Nueva York.

Llegó al saxo tenor por el influjo de la música de John Coltrane y se convirtió en el máximo referente argentino del jazz en el mundo. Comenzó tocando en la orquesta de Lalo Schifrin en la década del ’50 y a inicios de los ’60 se unió en Italia a la banda del trompetista Don Cherry, histórico miembro del cuarteto de Ornette Coleman que diera inicio al free jazz.

La autoría de la música del filme de Bernardo Bertolucci «Ultimo tango en París» le dio un impulso a su popularidad y proyección internacional. En los ’70 editó una serie de materiales donde enlazó el free jazz con el folclore argentino y latinoamericano, a modo de quien busca cerrar un círculo.

Diferente fue la clase de reconocimiento que obtuvo el pianista y compositor Mariano Mores, fallecido el 13 de abril a los 98 años. Fue una figura de enorme popularidad en el tango, ambiente que también le deparó detractores.

Su estilo estridente como pianista y su idea de trasladar al terreno porteño la imagen del music hall generó resistencias y al mismo tiempo explicaban parte del éxito del autor de tangos ya clásicos como «Uno», «Gricel», «Adiós pampa mía», «Cuartito azul», «Taquito militar», «El firulete», «Una lágrima tuya», «La calesita», «Tanguera», «Por qué la quise tanto» y «Cafetín de Buenos Aires», entre muchos más.

Menor repercusión mediática pero acaso mayor reconocimiento de sus pares recibió el bandoneonista, director y arreglador Raúl Garello, que por doce años integró la orquesta de Aníbal «Pichuco» Troilo, y era uno de los directores de la Orquesta del Tango de la Ciudad de Buenos Aires. Murió el 29 de septiembre a los 80 años.

Había ingresado en 1963 en la Orquesta de Troilo como bandoneonista y arreglador, lo que le valió el reconocimiento de ser uno de los orquestadores más importantes de su generación. Fue, desde entonces, una suerte de tutor de la obra de «Pichuco» a quien consideraba el «Picasso del tango».

También se despidió en 2016 el bandoneonista y guitarrista Nini Flores, quien falleció el 8 de agosto a los 50 años.

Solo o con su hermano Rudi, Nini Flores había dedicado su trayectoria a extender y explorar las posibilidades armónicas y melódicas de la música de su provincia, Corrientes, con elegantes ensambles instrumentales y en relación con los aprendizajes de otras músicas.

Acaso por ese rasgo, pero sobre todo por lo temprano de su adiós, fue quizá el golpe más doloroso de los sufridos este año por la música popular.