“Literatura”, “Cuento” y “Chaco” son palabras clave que remiten de forma inequívoca al escritor Mempo Giardinelli (Resistencia, 1947), y la publicación de los relatos reunidos en “Chaco for ever” es la confirmación de este pronunciamiento.
Estas dieciséis historias que, si bien no se ubican todas en el Chaco, desde el título ya nos remiten a ese espacio donde el autor pasó su infancia y en el cual ha elegido vivir, escribir, crear su Fundación y, sobre todo, nutrirlo de literatura y lectura.
Con motivo de su publicación, Télam mantuvo un diálogo con el escritor chaqueño, Premio Rómulo Gallegos y autor de decenas de libros, entre ellos “Luna caliente” (1983), “Santo oficio de la memoria” (1991) y “9 historias de amor” (2009).
–  “El territorio de un escritor es el de la infancia” dice en el prólogo del libro… ¿hay un lugar de nuestra niñez al que siempre se vuelve?
-Nací y me crié en un hogar tan lleno de privaciones como de amor y literatura. Leer era lo mejor que había, para mis viejos y mi hermana. El Chaco era entonces feroz y cautivante, y esos estímulos creo que se hicieron eternos para mí. Empecé muy de abajo y a los veinte años me fui para ver cómo era el mundo, debí exiliarme casi diez en México, viajé mucho por los Estados Unidos y Europa, y volví después de unos años de residir en Buenos Aires. Durante toda esa larga ausencia mantuve ligazones y el Chaco nutrió y determinó, creo, toda mi producción literaria.
–  ¿Escribe para la gente de su tierra?
–  Para nada. Yo escribo como respiro, y en todo caso para saber por qué escribo. Y aquí en mi tierra es donde menos leído soy. En muchos sentidos el Chaco es hostil para mí, lo cual es comprensible pero fatigoso. Hay quienes me preguntan por qué me quedo pudiendo vivir en otros lugares donde no sería cuestionado todo el tiempo y mi calidad de vida sería superior. Ha de ser que lo primitivo, cierta barbarie burguesa, lo bestial incluso, son una inspiración permanente. Casi todo lo que imagino y escribo está ambientado o coloreado por este rincón del mundo tan adolorido como desorientado. Pero amo esta tierra, qué le voy a hacer. Y creo que vivo aquí porque me plantea un desafío permanente que solo resuelvo, o necesito resolver, haciéndolo literatura.
–  ¿Cómo cree que se leerá este libro en su provincia?
–  Lo más probable es que aquí se lea muy poco, o al menos yo no me voy a enterar de lo que piensan mis comprovincianos. Sé que el día que yo muera muchos chaqueños me van a colocar en algún procerato local, pero mientras siga vivo, y es mi mejor proyecto, me seguirán mirando de soslayo como ahora, chismoseando como en todo pueblo chico. Así es la naturaleza humana, ¿no?: los prejuicios, la ignorancia y la mala información son populares, y se notan más en las sociedades pequeñas. Quizás por eso mismo son pequeñas. De manera que mi respuesta a su pregunta es «no sé». Yo escribo, y por suerte mis libros tienen editores en mi país y en el mundo, lo que significa muchísimos lectores que de diferentes modos y en casi 30 idiomas aprecian mi obra. Los lectores son el tesoro de todo escritor, y yo en ese sentido soy millonario. Por eso me eximo de teorizar sobre cómo me ven.
–  Impresiona que usted muestra una Resistencia fea, sucia y peligrosa, donde caminar por la vereda de un hospital o buscar trabajo pueden ser actos letales, un poco como la selva en Horacio Quiroga.
–  Resistencia no es todo eso, pero también es eso. Y la literatura que yo mamé, y pienso en Quiroga como en Chejov, en Caldwell como en Rulfo, describe conductas humanas y sobre todo las peores. En todo caso mi visión de la realidad no ha sido lo complaciente y ligera que me hubiese gustado.
–  Pienso en «Kilómetro 11» y en «Nabucco» como dos caras de la relación de la música con la tortura, con la falta de libertad. En un caso utilizada por los victimarios, para silenciar, y en el otro por la víctima para liberarse. ¿Hay una relación entre música y libertad?
– Es una notable apreciación en la que no había reparado. Tomémoslo como posible metáfora de la infinitud de la condición humana y su capacidad de sublimación, imaginada por un simple melómano sensible a lo popular y lo clásico que escribe ficciones escuchando música.
–  Además de narrador, usted es conocido por su labor periodística. ¿Cree que sus posiciones ideológicas producen, digamos, “cortocircuitos” con sus lectores?
– Debo admitir que sí, y es lamentable. Me parece escandaloso que haya gente, en el Chaco y donde sea, capaz de odiar por desacuerdos políticos. Es una actitud tontísima pero generalizada. El odio es un sentimiento menor, que degrada al odiador, y que en la Argentina devino grave enfermedad social. En el Chaco lo advierto incluso en viejos amigos, gente con la que nos hemos querido toda la vida pero que ahora toman distancia por lo que uno puede pensar y expresar públicamente. ¿Querrá decir que los afectos no eran lo sólidos que pensábamos? Es penoso y fastidia. Yo fundé y presido una fundación que en veinte años se prestigió por decencia, esfuerzo y trabajo, pero ahora los runrunes son infames. Con mucha gente maravillosa que me rodea hacemos una labor educativa, de fomento lector, de promoción de la literatura, y de solidaridad social en el Chaco profundo, que conozco y recorro constantemente, pero eso no siempre es bien valorado. Yo jamás percibí un centavo que no se correspondiera con mi trabajo, pero muchos aquí pretenden tomarme examen, quizás para no ver la caca de sus propios calzones. Cuando los prejuicios parecen blindados esos cortocircuitos son tan inevitables como desdichados. Otra vez, la condición humana. ¿Qué otra cosa es la literatura sino su eterna indagación?
–  El cuento tiene una larga tradición en la Argentina ¿Cómo ve este género en relación al mercado editorial y a los otros géneros?
– En 40 años he escrito y publicado algunos libros que son más bien antologías personales de los mismos, viejos cuentos. Que no llegan a un centenar, y los que se leen y reeditan son menos de una docena: «Kilómetro 11», «Zapatos», «Allá bailan, aquí lloran» y alguno más. El cuento es un género maravilloso, y entonces hay que tener mucho cuidado con él. Uno no se puede permitir un cuento tras otro. Sí hay que leer, devota y casi maníacamente. Así uno entiende que un gran cuento no sale de un taller de producción. Ni de propósito alguno. Un gran cuento es un milagro. Como un gran poema. Y eso no sale de las ganas. Los deseos o el empeño jamás produjeron literatura valiosa.