Por Florencia Vizzi – 70/30

Lo clásico: Pulp fiction y la redención de los gángsters

Ficha técnica: Título original: Pulp Fiction (Tiempos modernos). Dirección: Quentin Tarantino –Guión: Quentin Tarantino (basado en historia de Roger Avary y Tarantino) – Produción: Lawrence Bender y Danny De Vito – Fotografía: Andrzej Sekula – Reparto: John Travolta, Samuel L. Jackson, Bruce Willis, Uma Thurman, Harvey Keitel, Tim Roth, Amanda Plummer, Maria de Medeiros, Ving Rhames, Eric Stoltz, Rosanna Arquette y Christopher Walken.

El 12 de mayo de 1994 Pulp Fiction se asomaba a las prestigiosas pantallas del Festival de Cannes y, como quien no quiere la cosa, se alzaba con el máximo premio, la Palma de Oro a la Mejor Película, otorgado por un jurado presidido nada menos que por Clint Eastwood. Lo hizo además compitiendo con directores de la talla de Kristoff Kielowski y Nikita Mijalkov y destacando entre otros tantos, como Zhang Yimou, Nani Moretti o Atom Egoyan.

Al subir a ese escenario, el inefable Quentin Tarantino sólo contaba con Reservoir Dogs en su curriculum, obra de culto si las hay, pero bastante poco si se lo comparaba con los pares con los que competía. No fue del todo bienvenido, algunos lo aclamaron, es cierto, pero otros hasta le gritaron fascista en el momento en que recibía el premio.

Sin embargo, Pulp Fiction, con su modesto y casi irrisorio presupuesto de 8.000.000 de dólares, su estructura narrativa fragmentada y acrónica y un reparto estelar, encarnó un punto de quiebre para el cine de la década de los 90, se transformó en un clásico ineludible y catapultó a su director a un podio que, a día de hoy, sigue ocupando y del cual, difícilmente, pueda ser desbancado.

Ese punto de de quiebre puede definirse por múltiples aspectos, pero uno, tal vez, sea el fundamental. Pulp Fiction llevó a la pantalla, con su relato de gángsters y perdedores sin retorno que, aún bajo esas condiciones, pueden encontrar su semilla de redención, el desencanto de toda una época y una sociedad que vivía la segunda muerte del sueño americano, después de los reinados de Ronald Reagan y George Bush padre y Margaret Tatcher del otro lado del oceáno, y el supuesto fin de la historia que pregonaba a los cuatro vientos Francis Fukuyama.

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Amada y odiada casi en la misma medida, criticada en su momento por ultraviolenta y superficial, la película es un clásico auténtico por su fondo y por su forma. Todo el cine cabe dentro de ella y eso es parte de una premisa fundamental del séptimo arte, premisa que, un erudito obsesivo y autodidacta como Quentin Tarantino, tenía muy en claro. El cine es intrínsecamente autoconsciente y todo en Pulp Fiction da cuenta de ello. Por eso abreva de todos los géneros posibles (aunque lo haga para romper con todas sus reglas). Y es allí, donde la posmodernidad se muestra en todo su esplendor.

No hay dudas de que Pulp Fiction es todo un exponente del cine negro, allí están todos sus tópicos: el fatalismo y la fuerza del destino, la femme fatale, el submundo de “los malos”, la traición, la violencia, la muerte y un Dios oscuro que conducirá inevitablemente a un final maldito. Pero Tarantino toma ese germen y abre el juego. Ahora es la redención lo que puede surgir de ese universo ingobernable.

Pero Pulp fiction es también una comedia negra, negrísima, en la cual el humor y sobre todo, los diálogos, son el reflejo de una mirada del mundo y su época. “La cocaína ha muerto, está volviendo la heroína” no es sólo una conversación sobre las preferencias alucinógenas de sus protagonistas, es sobre una realidad que apabullaba social y moralmente. Como los son las referencias bíblicas y los dilemas éticos a los que se exponen sus protagonistas. Sólo que cada uno de esos dilemas éticos tienen su paso de comedia, como los momentos en que Jules y Vincent Vega hacen tiempo antes de cumplir con su tarea sicaria y divagan sobre la inocencia o inmoralidad que puede representar un masaje en los pies. O el momento en que el capitán Koons relata al pequeño Butch el derrotero del reloj que ha pasado, literalmente, de culo en culo durante una considerable cantidad de años.

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También están en la película todos los tópicos del cine de acción y de suspenso, algunos elementos clásicos del spaghetti western y hasta del drama romántico. Pero Quentin no se quedó sólo con esto, y se permitió ciertos guiños a la nouvelle vague y hasta al surrealismo de gran Federico Fellini. Nada le falta a la posmoderna Pulp Fiction. Si hasta los que presten la debida atención podrán encontrar una referencia a Kill Bill, film que llegaría varios años y películas después.

Cada una de las reglas de los géneros que Tarantino recorrió en Pulp Fiction fueron desquiciadas por el director con desenfado, pero con maestría. Por eso se conviritó en un clásico. Y también por el tratamiento de cada uno de sus personajes. Tarantino no los juzga, e impide que la audiencia lo haga. Sus personajes son humanos, sin importar que tan malos sean, tienen sus debilidades, dilemas morales, sienten furia, temor y amor. Y esa es la razón por la cual la identificación del espectador con cada uno de ellos es tan fuerte.

Quedan, claro está, las obvias referencias como la redención, (ésta en la vida real) de John Travolta, quien volvió a convertirse en actor luego de interpretar un papel que, en un principio, se negaba a aceptar. El Mac Guffin del maletín de Marsellus Wallace, el baile de Travolta y Uma Thurman y lo ineludible, como en toda película de Tarantino que se precie, su banda sonora, que no es sólo un elemento más, sino que ocupa el lugar de otro protagonista. También, las incontables anécdotas, como aquella de que Tarantino logró convencer a Uma Thurman de que participara en la película, leyéndole el guión completo por teléfono. O la historia del baile en el Jack Rabbit Slim. Pero eso llegará en algún futuro, no muy lejano, no muy cercano.

Moderno: Once upon a time in Hollywood

Ficha Técnica: Dirección: Quentin Tarantino – Producción: Quentin Tarantino, David Heyman, Shanon McIntosh – Reparto: Leonardo Di Caprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Dakota Fanning, James Marsden, Timothy Olyphant, Emile Hirsch, Damian Lewis, Clifton Collins Jr., Bruce Dern, Al Pacino, Nicholas Hammond. Guión: Quentin Tarantino – Duración: 159 minutos.

Tal vez lo más apropiado para hablar (o escribir) sobre la última obra de Quentin Tarantino hubiera sido dejar pasar unos 25 años. Es probable que, con una prudencial distancia, y muchas, muchas, muchas veces de visionado, esta humilde divagadora podría ponerse más lúcida y profunda.

Lo primero que uno puede arriesgar es que Once upon a time… es un gran canto de amor al cine y a una época en particular. Un canto de amor nada fingido, profundo, sincero, salido de las entrañas de alguien que ha bebido, comido y respirado cine y televisión en dosis incalculables durante toda su vida y ha encontrado en el séptimo arte su razón de ser y su identidad más pura.

Once upon a time… será, como Pulp Fiction, amada y defenestrada, glorificada y no entendida en toda su dimensión, al menos, en su época. Es, en cierta forma, el reflejo de una poco ortodoxa madurez alcanzada por Tarantino y es, en cierta forma, la más y la menos tarantinesca de sus películas.

Su trama central gira en torno a Rick Dalton, interpretado por un Leonardo Di Caprio en todo su esplendor, un actor que conoció la gloria en otras épocas y al cual sólo le queda encarnar algunos “malos” en series de televisión bastante mediocres, y Cliff Booth, ( Brad Pitt) un doble de riesgo en decadencia, sospechado de haber matado a su esposa, que es su amigo, asistente, chofer y confidente.

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Esa relación, sobre la que se construye la trama de película, está ligada con una subtrama, a Shanon Tate, esposa de Roman Polanski asesinada por el clan Manson, junto a varios amigos en su mansión de Beverly Hills, cuando estaba embarazada de 8 meses.

La dupla Di Caprio – Pitt lleva el film a otra dimensión, y dejará una huella indeleble en ideales de amistad dentro del cine, inscribiéndose en esa tradición que alguna vez supieron encarnar Robert Redford y Paul Newman en Butch Cassidy and Sundance The Kid. Y no debe ser casual, ya que, muy a su estilo, Tarantino vuelve a hacer puro cine dentro del cine y le da lugar a todos los géneros, pero uno en particular destaca sobre el resto. En una película que oscila entre el mito y la poesía, la referencia al western y al spaghetti western se erigen como otro de los ejes centrales. Es en el primero donde el descascarado Rick Dalton deberá demostrar su verdadera valía como actor y es a partir del segundo dónde podrá reconstruir su carrera, homenajeando a un género que luego de ser bastante bastardeado, terminó convirténdose en leyenda.

Probablemente, la escena en que Dalton logra brillar en su rol de “malo” valga toda la película.

Claro que no es casual, nada lo es. No en vano Tarantino tituló Once upon a time in Hollywood a su novena obra, parafraseando al Once upon a time in the west, una de las obras cumbres del gran e inigualable Sergio Leone.

Después, todo es perfecto. La reconstrucción de la época dorada de Los Ángeles, cuando Hollywood aún no había perdido su imaginación y su inocencia, las mil y un referencias al cine y la televisión de la época, a las estrellas y a la cultura pop, el desparpajo que provocó el infantil enojo de la familia de Bruce Lee, la intensa recorrida por la “cocina” del cine, la batalla contra la decadencia personal y profesional y el reconocimiento del cuándo hay que seguir adelante. Hay amor en cada cuadro de la película, en su guión y en la forma en que fue rodada.

Y también hay amor en lo que algunos criticarán como una concesión pero que, en realidad, es la forma del director de conservar aquella imagen de su infancia, la imagen con la que creció y aprendió a amar al cine, a pesar de todo lo ominoso que sobrevino luego.

Sí es importante tener en cuenta que Once upon a time… es una película ultra cinéfila y se disfrutará más o menos de acuerdo al nivel de cinefilia que cada espectador posea. En muchos sentidos, puede parecer que no es el Tarantino más clásico, sin embargo, caer en esa trampa sería un gran error. Es, quizás, lo más clásico que Tarantino haya hecho hasta ahora. Y al final…al final, fuegos artificiales.

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