Por Elisa Soldano

Ningún fuego es igual a otro fuego.
Algunos fuegos,
fuegos bobos,
no alumbran ni queman,
pero otros fuegos
arden la vida con tantas ganas,
que no se pueden mirar
sin parpadear
y quien se acerca,
se enciende.

El 3 de septiembre de 1940, se encendía en Montevideo la llama de Eduardo Galeano, aunque claro, el mundo todavía no lo conocía con ese nombre. Hace exactamente 80 años, nacía un vagamundo, un cazador de historias, un mendigo del buen fútbol, un sentipensante que jamás pudo despegar la cabeza de su corazón.

Como todos los uruguayos, Eduardo Germán María Hughes nació queriendo ser jugador de fútbol. “Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras dormía: durante el día era el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país”, reconoció el escritor en su libro “El fútbol a sol y a sombra”.

El día que Eduardo Galeano se miró por el ojo de la cerradura y escribió su autobiografía completísima, reconoció: “Desde que era muy pequeño, tuve una gran facilidad para cometer errores. De tanto meter la pata, terminé demostrando que iba a dejar honda huella de mi paso por el mundo. Con la sana intención de profundizar la huella, me hice escritor, o intenté serlo”.

Aquí debemos dejar algo en claro: Galeano es incapaz de ser neutral y en su obra difícilmente se encuentre un dejo de objetividad. Ocurre que el autor se negó a convertirse en un objeto indiferente a las pasiones humanas. Es por este mismo motivo que aborrecía que lo definan como un intelectual, porque no podía concebir a un ser humano que se limite a pensar sin sentir.

Entre cafés y cuentacuentos

La infancia del niño Hughes transcurrió entre partidos de fútbol, carnavales y la escuela, la cual dejó en primer año del nivel secundario, o lo que en Uruguay se conoce como “liceo”. En su juventud, fue obrero, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo y cajero de banco.

Como no podía ser de otra forma, Eduardo Galeano, cazador de historias y justiciero de personajes anónimos, acudió a la universidad de los viejos cafés de Montevideo. “Los cuentacuentos anónimos me enseñaron lo que sé. Mis maestros fueron los admirables mentirosos que en los cafés se reunían para encontrar el tiempo perdido”, confesó.

En el corazón de la Ciudad Vieja de Montevideo, a poquitos metros del Río de la Plata, se ubica La Vieja Telita. Adentrada la década del 50’, este lugar funcionaba como verdulería de día y como vinería de noche. Allí, Galeano conoció a personajes de la cultura uruguaya y argentina y aprendió cosas “de boca de los poetas y de los marineros”.

A los 14 años, vendió su primer dibujo –una caricatura política- al diario El Sol, perteneciente al Partido Socialista de Uruguay. El mismo fue firmado bajo el seudónimo de “Gius”, ya que era la forma de pronunciar su apellido paterno: Hughes. Sin embargo, por las dificultades de dicción y entendimiento que presentaba, decidió utilizar su apellido materno. Desde ese entonces, el mundo lo conoce como Eduardo Galeano.

Para 1960, este cazador de historias ya se abría camino en el mundo periodístico de Uruguay. Durante esta década fue jefe de redacción del seminario Marcha y dirigió el diario de izquierda Época. Mientras tanto, también escribía libros de cuentos, fútbol e historia.

Es en 1971 cuando Galeano publica lo que algunos podrían entender como la obra clave de su carrera: “Las venas abiertas de América Latina”. Este material repasa la historia de sometimiento, saqueo y humillación que padecieron históricamente los pueblos del sur del continente.

El autor confesó que escribió el libro “en las últimas 90 noches” de 1970. Será porque las heridas del sur del mundo no cerraron o porque la historia de despojo, donde el norte manda y el sur obedece, no hizo otra cosa que perpetuarse, pero a cincuenta años de su publicación, las páginas de Las venas tienen la tinta fresca.

“Las venas abiertas tuvo la fortuna de ser muy elogiado por las dictaduras militares, que lo prohibieron. La verdad es que de ahí le viene el prestigio, porque hasta entonces no había vendido ejemplares, ni la familia lo compraba”, admitió Galeano.

El exilio y la censura

El 27 de junio de 1973 un golpe de Estado en Uruguay obligó a que el escritor deba exiliarse a Argentina para evitar la cárcel. Aquí, se encamina en algunos proyectos periodísticos como la revista Crisis, en la cual trabajaron Mario Benedetti, Juan Gelman, Haroldo Conti y Vicente Zito Lema, entre otros.

Equipo de Crisis.

Para mediados de 1976, la dictadura cívico-militar ya había dado su golpe en Argentina: llevaba casi cuatro meses tomando las decisiones políticas y censurando a medios de comunicación y Crisis no fue la excepción. En julio de ese año sus redactores fueron convocados a la Casa Rosada para entregar los borradores de la revista. A la cita fueron Galeano y Zito Lema. Después de que los controles militares repitieran innumerables veces “esto no va”, mientras tachaban palabras e intentaban borrar ideas, los escritores se animaron a hacer la pregunta que tenían atravesada en la garganta.

Haroldo Conti, trabajador de Crisis, estaba desaparecido y la dictadura no les permitía denunciar los hechos en la revista. “¿Tienen alguna queja de nosotros? Este país está en guerra, y si nosotros nos encontráramos en otro terreno, el trato sería bien distinto”, fue la respuesta que recibieron de parte de los uniformados. Los periodistas dedujeron entonces que su compañero no iba a regresar.

El clima de censura, represión y desapariciones marcó el fin de Crisis. En una reunión entre sus redactores, Galeano explicó que, en este caso, eran las circunstancias las que decidían. “No aceptamos la humillación como epílogo. A Crisis no la agacha nadie: la vamos a enterrar parada como vivió”, fue la arenga con que la revista dijo adiós.

«Me fui de Uruguay porque no me gusta estar preso y de Argentina porque no me gusta estar muerto», reconoció el escritor, quien empacó sus maletas, sus agendas –a las cuales llamaba “Porky”- y sus libros y partió para España.

En Barcelona y Calella de la Costa transcurrieron muchos de los tantos años que Eduardo Galeano debió pasar en el exilio. Siempre pendiente de las noticias que le llegaban de su querida América Latina, que en esos tiempos, como él, se desangraba de dolor, encontraba cierto consuelo en los sueños de su compañera, Helena Villagra, y en el mar. De estos tiempos de desencuentros y distancias, nacen libros como “Días y noches de amor y de guerra”, la trilogía de “Memoria del Fuego” y “La canción de nosotros”, entre otros.

“Creo que el exilio es un desafío. Empieza siendo un tiempo de penitencia, nacido de una impotencia o de una derrota, y se precisan humildades y paciencias para convertirlo en tiempo de creación y para asumirlo como un frente más de lucha. Entonces uno mira hacia adelante y descubre que la nostalgia es buena, tirón de tierra, señal que uno no ha nacido de una nube, pero la esperanza es mejor”, reflexionó el uruguayo.

La vuelta y los abrazos

Doce años después de haber dejado a su paisito, Eduardo Galeano volvió a pisar tierra uruguaya. En 1985, una vez restituida la democracia, se asentó en Montevideo, la ciudad que lo vio crecer. El regreso significó para el escritor y para el continente el cierre de algunas heridas: las venas pararon de sangrar.

En Montevideo, los días de Eduardo se repartían entre caminatas, escrituras, periodismo, fútbol y reuniones con amigos, las cuales solían transcurrir en el Café Brasilero, ubicado en la Ciudad Vieja.

A los pocos meses de su vuelta, junto a Benedetti y otros escritores fundó el semanario Brecha, el cual aún continúa publicándose e imprimiéndose en Uruguay.

Si bien Galeano es un reconocido simpatizante de Nacional, supo reconocer que, en su rol de hincha, deja “mucho que desear”. El propio escritor se definió como un “mendigo del buen fútbol”, que iba por el mundo, sombrero en mano, suplicando una linda jugadita. Pero cuando el buen fútbol ocurría, poco le importaba qué país o qué club se lo ofrecía.

Su amor por este deporte lo llevó a escribir en 1995 “El fútbol a sol y a sombra”. En palabras del autor, este material fue publicado con la idea de que los fanáticos de la lectura le pierdan el miedo al fútbol y que los fanáticos del fútbol le pierdan el miedo a los libros. Aquí, intentó hacer con la mano lo que con el pie no le salía. Y lo logró. La pluma de Galeano era experta en gambetear a los poderosos, en desmarcarse de los que juegan para su bolsillo, en golear a los saqueadores y en hacer delirar de alegría y de justicia a los nadies, a los olvidados del mundo.

“Cerrado por fútbol”, rezaba el cartel que el uruguayo colgaba en la puerta de su casa, cada cuatro años, durante los 30 días que duraban los campeonatos mundiales de fútbol. En el año 2018 se publicó una antología –que recopila algunos textos inéditos y entrevistas- cuyo título le hace honor al aviso.

Para finalizar el siglo XX, Galeano publicó “Patas arriba, la escuela del mundo al revés”, una obra en la que bien podrían entrar todas las obras de este escritor. El libro es un manual para entender a este mundo, que está dado vuelta. Machismo, racismo, capitalismo, impunidad y miedo son algunas cátedras que la academia de la vida nos enseña. Pero no hay escuela sin contraescuela, la cual fomenta el jamás proclamado derecho de soñar. Y esta es la apuesta de Eduardo.

La pluma de Galeano no sólo escribió la otra parte de la historia de estos pueblos, sino que también rescató a personajes anónimos del olvido. Libros como Espejos (2008) y Los hijos de los días (2011) cuentan hazañas que desafían a las horas y al espacio. Obras que nos permiten vernos a través del tiempo para entendernos.

Las venas abiertas lo lloran

En el año 2016 se publicó el libro póstumo “El cazador de historias”. En él trabajó Eduardo en sus últimos días. Contar historias, como no podía ser de otra forma, fue su manera de decir adiós.

“Y nada tenía de malo, y nada tenía de raro, que se me hubiera roto el corazón de tanto usarlo”, confesó este vagamundo. El 13 de abril de 2015, tras ocho años de pelear contra un cáncer de pulmón, el corazón del uruguayo, desgastado de tanto uso y desbordado de tantas historias, se quedó quieto.

Partió Galeano a cazar nuevas historias, pero aquí su llama sigue ardiendo: calienta a los desabrigados, guía a los desorientados y enciende a los desesperanzados. Después de todo, Eduardo siempre será compatriota y contemporáneo de todo aquel que tenga voluntad de justicia y de belleza, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa y del tiempo.