Pese a que en Argentina la fecha se conmemora especialmente en mayo, el Día Internacional del Actor y la Actriz se celebra cada 26 de agosto.

Esto es así mundialmente en honor a Ginés de Roma, un actor romano del siglo III que es considerado santo mártir por el catolicismo.

Según cuenta la historia, mientras Ginés realizaba una representación teatral frente al emperador Diocleciano y otros políticos de la época, decidió parodiar en tono burlón el sacramento del bautismo cristiano.

Sin embargo, en ese mismo momento, al recibir el agua tuvo lugar un milagro, ya que él mismo se convirtió al catolicismo y empezó a creer en Cristo, por lo que instó a los presentes a recibir también el sacramento. En el emperador se produjo el mismo acto de fe, pero los demás políticos consideraron que su presentación era una blasfemia y condenaron al actor a recibir torturas y luego ser decapitado.

Así se convirtió en un santo teatral, ya que encontró a Dios mientras ejercía su profesión, interpretando una ficción encontró una verdad, y por defenderla encontró el martirio y la muerte. San Ginés es representado, por ello, con una máscara, símbolo del teatro, y un instrumento de cuerdas.

En Argentina, el país cuenta con su Día Nacional del Actor y Actriz, que se celebra siempre el segundo lunes de mayo desde hace ya casi 30 años, a partir de la Ley 24.171, sancionada el 30 de septiembre de 1992.

Entre los fundamentos de la ley, el Congreso Nacional consideró que «los actores y actrices rescatan el pasado dando vida a hombres y mujeres célebres de la historia, se adelantan a la época en la que viven y nos muestran los problemas de la vida cotidiana a través de personajes comunes que nos proporcionan gratos momentos, emocionándonos o haciéndonos reír».

La resolución también hace referencia a las palabras del General José de San Martín que en un decreto de 1821 declaró la protección y la libertad de los artistas teatrales. En esa época, los actores y las actrices eran considerados «infames». No podían recibir sacramentos religiosos, ser enterrados en cementerios, desempeñar cargos públicos o ejercer derechos civiles o políticos.

En su defensa, San Martín firmó una medida para reconocerles sus derechos explicando que “el arte escénico no irroga infamia al que lo profesa. Todo individuo que se proporciona su subsistencia en cualquier arte que contribuye a la prosperidad ilustre del país en que se halla es digno de la consideración pública” y consideró al teatro como un arte necesario, «un establecimiento moral y político de la mayor utilidad» para en la construcción de nuestra independencia.