Por Santiago Fraga

Juan Lamónica es un taxista de 38 años en busca de saber qué es la felicidad porque nunca se la presentaron; qué es el amor, porque no sabe de qué se trata esa palabra; qué es vivir en pareja cuando justo se enamora de una chica llamada Soledad; cómo es convivir con “la Soledad”; buscándose a uno mismo, pensando en qué es ser uno mismo.

En definitiva, Juan es un tipo cualquiera, con la diferencia extraordinaria de ser el protagonistas de la primera novela de Pedro Squillaci. Histórico periodista de la sección Escenario del Diario La Capital (de la que ahora es editor), transcurre por primera vez en el mundo de la escritura, aunque un libro publicado no le es suficiente para considerarse escritor.

Tal como le ocurriera a João Saldanha en 1969, el de Squillaci es un nuevo caso en el que el periodista cambia de sillón y se sitúa en el lugar del entrevistado, del protagonista. En aquel entonces, el brasilero pasó de ser un simple periodista deportivo a director técnico de la Selección brasileña. En este, el licenciado en Comunicación Social se sitúa en el lugar de artista, y se transforma en uno de los tantos personajes que ha entrevistado a lo largo de sus años de carrera.

“Un tipo cualquiera” será presentado el jueves 21 de marzo a las 19 en el Gran Salón de la Plataforma Lavardén (Mendoza y Sarmiento), con la curaduría de la periodista Patricia Dibert y la música en vivo de Fabián Gallardo.

Previamente, Squillaci dialogó con Conclusión, donde contó que “es una situación hermosa poder presentar una novela, no es un hecho de todos los días”, se refirió al trabajo que le costó hacerla y sus intenciones al escribir una producción de menos de cien páginas: “Quise hacer una historia directa en la cual uno pueda sentirse identificado”.

– Las preguntas que se hace el personaje son muy introspectivas, que le pueden suceder a todos. ¿Surgen de dudas propias?

–  Es un tipo cualquiera porque son dudas que las tiene él y que las tenemos todos. Estamos todos repletos de preguntas. La única certeza que tenemos cuando nacemos es que algún día nos vamos a morir. Este personaje hay un momento de la historia en que se entera de una mala noticia y tiene que hacer un viraje en su vida, entonces ante ese horizonte negro que ve trata de echar luz a lo que le queda de vida. Por ahí pasa la historia y en ese devenir empieza a plantearse cosas que le dan felicidad y se va encontrando con actitudes que antes no reconocía en él. Y dice ¿por qué tuve que llegar a estas actitudes ahora y no antes? ¿Qué pasó? Y eso de que uno tiene que tomar decisiones en la vida ante una circunstancia límite. ¿Por qué esperar esa circunstancia límite si vos la podés pensar antes? De eso habla la novela. De arriesgarse a vivir el hoy, el lanzarse con los afectos, con el amor, con la profesionalidad, buscar una profesión distinta. Los desafíos que te presenta la vida. Y te digo más: no es una historia teñida de lectura política, de grieta, de narcos, de thriller, de nada; ya estoy podrido de leer esas cosas. Y también podrido de leer cosas largas. Parece que si hacés una novela larga sos más cool, y yo dije “voy a hacer una novela de 100 páginas”, y no me importa si es corta o es larga porque en mi casa tengo libros por la mitad porque me cansé de leer que cuando el tipo se sentó en la mesa a tomar un café me hablan de la historia de la mesa. A mí no me interesa la mesa, quiero saber qué le pasa al tipo por la cabeza y por el corazón, y ese tipo de cosas me lleva a abandonar libros. Capaz a otro le encanta. Pero a mí me aburre eso. Más ahora que vivimos en el mundo de Netflix en donde nadie tiene tiempo para nada.

– A la hora de ponerte en el lugar de Juan, ¿decidiste que sea un personaje apartado de lo que vos sos o querías que refleje cosas tuyas?

– En realidad la historia tiene algunos trazos autobiográficos. Hay personajes que están camuflados. Amigos, familiares, mi tía Mari que la perdí siendo muy joven está en la historia, mi viejo, mi vieja… y hay cosas inventadas porque sino no sería un libro, no sería ficción. Hay historias que vive él con el Tito, uno de los amigos, que me pasó en la vida real. Cuando el Tito le pide a Juan en el cumpleaños de 15 de su novia que le dé una mano para enseñarle a bailar el vals. Se lo lleva al baño del hotel Presidente, cuando todos esperaban que vaya a bailar, y le pide ahí que le enseñe, y Juan le enseña. Esa situación risueña me pasó en la vida real con mi mejor amigo. Le tuve que enseñar a bailar el vals yo a él. Creo que lo interesante de todo viaje que es la lectura es el camino. Me parece que el tránsito de la historia es placentero. Busqué generar eso en la gente.

– Cuánto te sirvió o te influyó todo lo que has visto y aprendido desde el rol de periodista, de la gente con la que has hablado…

– Mucho. Yo trato siempre de correrme de las entrevistas convencionales. A veces lo logro y a veces no. Pero creo que uno le trata de dar una vuelta a la escritura para correrse de lo más ortodoxo. Trato de ir a la sensibilidad, y como condición sine qua non nunca hacer una entrevista sin saber de quién estoy hablando. Siempre escucho el disco antes de hacer la nota o de escuchar la historia. Y siempre la estrella es el entrevistado y nunca el entrevistador. Eso lo tuve en claro toda mi vida. Algunos se suben al caballo y se creen estrellas. Yo siempre tuve claro como era.

– En este caso sí sos la estrella…

– Nah, no sé si soy la estrella. Me da risa porque hasta el jueves voy a ser la estrella y después voy a ser un tipo cualquiera, a cargo de la sección del diario, volver a laburar. Me encanta que me toque esta oportunidad en la vida. Presentar un libro. Es un regalo del cielo.

– ¿Te considerás un lector?

– Me considero un lector. No me considero un escritor. Leo de todo. En una nota dije “tengo más discos escuchados que libros leídos”. Leo mucho pero de una forma dispareja, lo que me gusta. También al laburar de periodista leo todo el tiempo, estar mirando películas, mirando series y escuchando discos para hacer notas, y no me da la cabeza, a veces llego a mi casa y quiero ver un partido de fútbol. El libro tiene un trazo sensible, de espejo con la gente, de decir “esta charla la tuve con un amigo, con una pareja, con mi jefe”. Puede ser que haya una empatía. Ojalá.

– ¿Cuál fue el puntapié para escribir?

– Complejo… Por ejemplo, Leila Guerrero, que es una escritora que admiro muchísimo, dice “Yo nunca voy a empezar a escribir una historia si no sé el final”. Nada más lejos de lo que a mí me pasó. La historia me llevó de las narices y eso creo que fue lo atractivo. Yo estoy acostumbrado a formatos muy establecidos en el diario, que sabés dónde empieza, se desarrolla y termina. Yo acá quería que la historia me lleve a donde se le ocurra y termine donde termine. Un editor hace un tiempo me dijo “metele 50 páginas más que lo presentamos para los premios Clarín”. Ni en pedo le meto 50 páginas más. No me interesa. ¿Cómo voy a forzar la historia para que entre en un concurso? Como yo laburo de escribir todos los días desde hace 25 años tenía que encontrar un momento en el que yo escriba de manera placentera. Sin horarios, sin tiempos, sin brújula. Buscaba los momentos libres de la mañana, de la noche, de mis días libres. Por eso me llevó 5 años escribirla.