Por Guido Brunet

Casi cada sábado se puede ir a un bar en Rosario y encontrarse con bandas brillantes que no tendrían nada que envidiarles a muchas internacionales, incluso de las más populares. Pocas ciudades en el mundo pueden jactarse de una escena rockera tan prolífica y variada como Rosario. Como un hecho cotidiano, un fin de semana los rosarinos pueden disfrutar de enormes bandas en cualquier sala local.

Y la calidad artística, por supuesto, que no se limita solo al rock and roll, también se puede disfrutar en otros géneros musicales, desde el tango y folclore hasta la nueva escena del trap.

Son sobrados los ejemplos de bandas de rock que riegan la escena local. Algunas han sabido trascender la ciudad y consagrarse a nivel nacional. Otras nunca necesitaron probar otros rumbos para construir una sólida carrera. Más allá de las bemoles de la escena local en cuanto a respaldo estatal y empresarial, la calidad musical sigue sosteniendo a Rosario como una plaza fundamental del rock en el país.

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Es así como este sábado, como si nada, dos de las mejores bandas de rock en el país -cada una en su estilo- se juntaron a tocar en una sala de la ciudad. Cielo Razzo y Bulldog compartieron una fecha en una Sala de las Artes colmada con un público que ovacionó a ambas por igual.

Las diferencias entre el rock y el punk que años pasados podían encontrarse entre el público y bandas, saludablemente quedaron atrás. Son tiempos desprejuiciados, de mezclas y fusiones. Bienvenido sea. De esta manera, el clima en todo el show fue de absoluta hermandad tanto arriba como debajo del escenario. Incluso muchos cantaban las canciones de las dos bandas por igual.

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Ambos grupos -primero los perros y luego los cielo– pusieron todas las cartas sobre la mesa, desplegando su amplio repertorio de hits, que los mantuvo, con subidas y bajadas, por supuesto, durante más de veinte años en los primeros planos de la música local y nacional.

Por el lado de Bulldog, los clásicos de la banda se fueron encadenando uno tras otro, en su mayoría acompañado por los coros del público, ya sin los típicos punks que sabían convocarse ante cada recital allá por los 2000 (muchos ya no contarán con la cabellera adecuada para la cresta), pero con el apoyo de siempre.

 

Mientras que en su extenso espectáculo, Cielo Razzo demostró su capacidad para recorrer distintos géneros, desde el clásico rock hasta el reggae y el grunge con una naturalidad sorprendente. Todo bajo el sello Cielo.

Vestite, Robledo. Un párrafo aparte merece el baterista de Cielo Razzo, Javier Robledo, que demostró por qué es uno de los mejores, al menos, del país. El también integrante de la banda estable de Coti Sorokin, como en cada show se floreó con golpes de una precisión quirúrgica, arreglos que otorgan un vuelo especial a cada canción, y todo, con un feeling raro de encontrar en otros instrumentistas, además de una potencia abrumadora.

 

Al final, una grata sorpresa. Ambas bandas se subieron simultáneamente al escenario para, entre todos, hacer sendos homenajes a dos emblemas de la música argentina como Marciano Cantero (cantante de Enanitos Verdes) y Piltrafa (vocalista de Violadores), con versiones para el recuerdo. Así, la mancomunión terminó de plasmarse.

 

Una vez más la música se convirtió en un oasis en medio de una cuidad asolada el humo producto de la devastación de los humedales y la guerra narco. Esta vez, las crónicas sobre Rosario dejarán de hablar violencia y contaminación, en cambio, podrán contar sobre su apabullante escena artística.