Cada 1 de mayo, gran parte del mundo conmemora el Día Internacional del Trabajador, en recuerdo a la sangrienta represión que sufrieron los obreros de la localidad estadounidense de Chicago durante varios días de abril y mayo de 1886, al exigir derechos laborales, entre ellos, una reducción en la jornada de trabajo.

En ese momento, la jornada del trabajador estadounidense podía extenderse hasta 18 horas. En Chicago, la “Noble Order of the Knights of Labor” (Noble Orden de los Caballeros del Trabajo) agrupaba a la mayor parte de los asalariados y llevaba adelante una sostenida campaña para lograr que la jornada laboral se limitara a ocho horas. No obstante, la propuesta encontraba un fuerte rechazo en el sector empresarial, circunstancia que impulsó a los obreros a declarar la huelga.

Descontentos con la postura patronal, unos 200.000 trabajadores iniciaron la huelga el sábado 1 de mayo, y se congregaron en los alrededores de la fábrica McCormick, donde su reclamo fue acallado a balazos por las fuerzas represoras, que causaron numerosos muertos y heridos.

Pese a la violencia desatada contra los trabajadores, el 2 y el 3 de mayo los obreros se reunieron en el mismo lugar y en ambas oportunidades volvieron a ser salvajemente atacados, por lo que nuevamente una gran cantidad de manifestantes perdieron sus vidas o quedaron gravemente heridos.

Explotó la bomba: juicio a los “mártires” de Chicago

El 4 de mayo los obreros volvieron a concentrarse en el Haymarket Square de Chicago y a sufrir la violencia de la caballería policial. Como aún así no cedían, los uniformados abrieron intenso fuego y abatieron a numerosos trabajadores. En medio del caos, estalló una bomba, supuestamente arrojada contra las fuerzas represoras. El agresor nunca pudo ser identificado y se sospechó que pudo tratarse de un provocador de la patronal.

La respuesta no se hizo esperar: se desató de inmediato la furia policial y en pocos minutos los muertos obreros se contaban por decenas. El saldo final fue de ochenta trabajadores fallecidos y doscientos heridos.

Este hecho, históricamente conocido como el “atentado de Haymarket”, motivó el posterior enjuiciamiento de obreros, conocidos como los “Mártires de Chicago”, cuya culpabilidad jamás fue probada. Ellos eran Adolph Fischer, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe. Tras un breve y parcial proceso, los cuatro primeros fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887, mientras que Schwab y Fielden fueron condenados a prisión perpetua y Neebe a 15 años de reclusión.

Poco antes de morir, George Engel, alcanzó a decir ante el tribunal: “¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizadas en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza, y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, la libertad, el bienestar”.

Lingg prefirió suicidarse con una bomba que él mismo había preparado en la cárcel antes de padecer la “justicia del sistema”.

Miguel Schawb dijo al escuchar su condena que no reconocía en aquel tribunal ninguna autoridad: “Cuatro horas de trabajo por día serían suficientes para producir todo lo necesario para una vida confortable, con arreglo a las estadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las ciencias y el arte”.

Una lucha de 40 años

La repercusión mundial de estos hechos provocó una oleada de indignación que obró como factor aglutinante de fuerzas dispersas que combatían por los mismos ideales que aquellos trabajadores estadounidenses.

En 1889, la Conferencia Internacional de Trabajadores, reunida en París, acordó fijar el 1 de mayo de cada año como el día de los trabajadores, una jornada que deberá ser de lucha y recuerdo de sus compañeros, de aquellos “mártires de Chicago”.

Al año siguiente, los representantes del incipiente movimiento obrero argentino se reunieron en el Prado Español y decidieron conmemorar la fecha. Entre 1880 y 1901 se multiplicaron las sociedades de resistencias, se fundaron numerosos gremios, como el de los panaderos; floreció la prensa obrera con sus dos grandes exponentes “La Vanguardia”, el periódico socialista fundado en 1894 y “La Protesta”, la voz de los anarquistas, que comenzó a editarse en 1897.

La idea de una central única de trabajadores se concretó en mayo de 1901 con la creación de la Federación Obrera Argentina, la FOA, que nucleaba a la mayoría de los gremios del país.

Treinta y tres años después de aquel mayo sangriento, en 1919, la primera conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que acababa de ser constituida, proponía la adopción universal de la jornada de ocho horas y la semana de cuarenta y ocho horas. Tras un largo debate, la moción fue finalmente aprobada.