Luego de más de tres décadas, las cifras de víctimas mortales son aún indeterminadas. Los estudios fluctúan entre 4.000 y 200.000 fallecidos. Pero el drama no termina. La suerte del sarcófago construido en ese entonces, que sirve como superficie protectora, y que tiene una fecha de caducidad, podría incrementar el número de afectados.

La explosión en el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbyl el 26 de abril de 1986 liberó a la atmósfera más de 50 millones de curies de radiación y contaminó enormes zonas de Ucrania, Bielorrusia. Este nuevo enemigo no sólo estuvo presente tras la explosión sino que ha acompañado a estos pobladores durante estos 32 años y seguirá manifestándose durante mucho tiempo más, tantos años que ninguno de nosotros vivirá cuando estas zonas vuelvan a ser habitables.

Bielorrusia fue el país más afectado. El desastre nuclear dejó un número de víctimas y de destrucción parecido al que dejaron los nazis alemanes en su paso por la Gran Guerra Patria. Después de Chernóbil, este país perdió 485 pueblos, 70 de ellos quedaron sepultados bajo tierra para siempre. Adicional, de los 10 millones de habitantes 2’100.000 viven en zonas contaminadas, de ellos 700.000 son niños. Y en regiones como Gómel y Moguiliov, las más afectadas por el accidente, la mortalidad ha superado a la natalidad en un 20 por ciento.

Oficialmente, el desastre de Chernóbyl afectó las vidas de unas 600.000 personas. Los documentos oficiales dividen las víctimas de la radiación en varias categorías. Por ejemplo, el grupo más grande es el de los 200-240 mil liquidadores. Con este nombre fueron bautizados los voluntarios, equipos de rescate y soldados que se encargaron de los trabajos de descontaminación. Los responsables de ‘liquidar’ los efectos de la radiación. Por otra parte, está el grupo de cerca de 116 mil habitantes de las zonas contaminadas cerca de Chernóbyl. Otras 220 mil personas fueron evacuadas después de los territorios contaminados de Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Sin embargo, alrededor de 5 millones de personas siguen viviendo en las zonas contaminadas actualmente.

Las familias que habitan el lugar del desastre

Arraigados a las costumbres, sin miedo al hambre y a la exclusión, cerca de 140 personas se encuentran afincadas en “Samosely”. Cultivando la tierra como lo han sabido hacer a lo largo de su historia, en esta oportunidad en suelo contaminado, estas familias no le temen a lo que pueda depararle el destino, ya que sus heridas se han hecho cáscara.

Hoy Chernobyl se ha convertido en una atracción turística grotesca, algo que interpele de sobremanera la conducta humana ante sucesos de esta envergadura. La zona de exclusión cuenta con una comunidad que tiempo atrás ha podido ser muy prospera, “Samosely”, quién en su vientre cuenta con habitantes de edad avanzada que desoyendo las recomendaciones de las autoridades, decidieron regresar a su viejo terruño.

«Lo primero de todo es que este área siempre ha sido una zona pobre. En 1930 se pasó por una época de hambre debido al régimen de Stalin y después llegó la Segunda Guerra Mundial. La gente estaba acostumbrada a la vida difícil», cuenta Esther Heessing, quién pudo captar con su cámara fotográfica la desolación del lugar, y recabar notables testimonios de los habitantes del lugar.

Cuando se elige ser dueño de su propia miseria y no tercerizar la misma.»La gente tenía poco dinero y dependía de la cosecha de su propia tierra. El gobierno trasladó a la mayoría de estos campesinos a edificios en bloque preparados especialmente para ellos en Kiev. Decidieron que vivirían mejor en una zona nuclear por un periodo corto de tiempo, en vez de envejecer y vivir una vida miserable en Kiev. También creen que solo te puedes reunir con tus familiares muertos si te entierran en el mismo lugar que a ellos», relató la fotógrafa que junto a la escritora Sophieke Thurmer,  pisaron  la Zona de Exclusión de Chernobyl para darle forma a su último proyecto denominado <Bound to the Ground>.

Las víctimas de Chernobyl sufrieron una terrible discriminación por parte del resto de la población los años siguientes al desastre. Los habitantes, por lo general, volvían a la Zona de Exclusión a pie, enfrentándose a un recorrido de 130 kilómetros desde Kiev. Necesitaban descansar durante el trayecto, pero les era difícil encontrar dónde dormir porque a la gente le daba miedo contaminarse por la radiación.

Cualquier futuro que pueda tener Samolesly ha sido vetado por las políticas del gobierno, con una orden que previene nuevos habitantes en el área por 1.000 años, una vez que todos los residentes ya hayan muerto.

Preservar esta comunidad secreta y temporal fue la inspiración detrás del trabajo de Esther: «Es importante contar la historia porque todas estas personas son bastante viejas», dice. «Como las babushkas, las abuelas o ancianas, en la zona de exclusión continúan envejeciendo y ya no se permiten residentes en el área, creemos que, dentro de diez años, sus historias y memorias serán olvidadas. Queríamos contar sus historias y mostrar las caras de los habitantes antes de que caigan eternamente en el silencio».