Por Alejandro Maidana

La médula productiva del país debe virar radicalmente hacia la agroecología, producción agrícola que conserva los recursos naturales elementales de la producción de alimentos tales como el suelo, agua y la biodiversidad. Si bien esta transición se viene llevando a cabo de manera lenta pero sostenida, la importancia del acompañamiento del Estado es fundamental, algo que todavía no se ha manifestado de manera concreta.

La cuarenta para aquellos que siguen asperjando los venenos de un impúdico modelo agroindustrial, parecería solo ser un cuento chino. En pleno aislamiento obligatorio empujado por una pandemia importada, el agronegocio no cesa en su actividad, lo que genera un riesgo exponencial si tenemos en cuenta que los  agrotóxicos son inmunodepresores.

Mientras que se endurecen los discursos estatales que persiguen amecetar la curva de los contagios por coronavirus, existe un sector que lejos de acatar el aislamiento obligatorio, funciona como puntal para abrirle paso a un virus que necesita de defensas sanitarias bajas para poder golpear con fuerza.

Pérdida de embarazos, malformaciones genéticas, mutaciones, cáncer, leucemia, afecciones respiratorias severas son sólo algunos de los problemas de salud cada vez más recurrentes y que se emparentan de una manera muy explícita con el uso de químicos utilizados en distintas producciones. Un debate que debería estar perimido, escribe un nuevo capítulo bajo un contexto paradigmático que desnuda y deja en carne viva,  la imposición del capital por sobre los derechos humanos esenciales.

Un testimonio que hiela la sangre y expone de sobremanera la impunidad del poder real

Lidia Rosana Moreira vive en el Sexto Distrito, Entre Ríos, localidad que se encuentra ubicada entre Victoria y Gualeguay, para citar una referencia que ayude a ubicarla con certeza. En 2017 había sufrido una fumigación a solo 5 metros de hogar, quedando toda su familia, en medio de una nube tóxica que no tardaría en generar problemas físicos de manera inmediata. Cabe agregar que esto se torna aún más indignante, si tomamos como referencia que la pareja de Lidia que se encontraba en ese momento, arrastraba antecedentes de cáncer de colon.

Ese día nos encontrábamos sentados disfrutando del aire libre las tres personas que conformamos la familia, cuando de repente una máquina fumigadora nos cubrió de venenos”, le dijo a  Conclusión Lidia.

Un momento que generó desesperación e incertidumbre, “nos descompuso, los problemas respiratorios y estomacales se sucedieron de manera inmediata. Si bien hicimos la denuncia correspondiente, no hemos tenido ningún tipo de respuesta, ya que la policía dijo no haber encontrado prueba del delito. El desamparo es absoluto”, indicó.

Este último martes 24 de marzo alrededor de las 18.30 hs, una nueva fumigación pondría en jaque un día que se convertiría de manera drástica, en una renovada pesadilla. “El viento reinante en ese momento hizo que los venenos llegaran rápidamente a mi casa, en lo particular padezco distintas alergias relacionadas a esto, mientras que mi mamá de 91 años sufre de Parkinson, lo cual me obliga a mantenerla encerrada la mayor parte del tiempo producto de las fumigaciones”, enfatizó.

El abandono de persona es concreto, mientras que de manera altisonante y repetitiva nos invitan a quedarnos en nuestros hogares para poder batallar contra el COVID_19, personajes desprejuiciados agazapados detrás del velo de la impunidad, siguen azolando el presente y condicionando el futuro en lo concerniente a lo sanitario.

La justicia y la medicina aliadas con el silencio. “Estamos solos, si bien nos apoyamos en el hombro del Foro Ambiental de Gualeguay que nos acompaña y guía, desde la justicia y la sanidad solo recibimos desamparo. Los médicos que me han atendido por temor a represalias, no referencian de manera completa los cuadros que he presentado debido a las fumigaciones, ya que aparte de alergias, eran vómitos los que acompañaban mi malestar”, concluyó Lidia Moreira.

Es tiempo no solo de modificar los hábitos que nos han transformado en verdaderos autómatas, es un momento que debe interpelarnos en profundidad para poder despojarnos de toda hipocresía y ambigüedad. La libertad solo puede ser alcanzada venciendo la desigualdad, es hora de cambiar caridad por solidaridad, de permutar la empatía selectiva por una que active en tiempo completo. No hay virus más letal, que aquel que emerge de las entrañas de un capitalismo que encuentra en situaciones como esta, sus mil maneras de reinventarse.