Por Guido Brunet

No fue capricho de un destino ciego 

que a algunos sí y a otros no perdona

que no naciste inglés, chileno o griego

sino hijo del caño y la rabona.

Amo el potrero,

ese jardín sin riego,

donde fuiste posible,

Messi

El texto original culmina con la palabra Maradona, pero tranquilamente Juan Sasturain podría haberse referido al 10 actual de la Selección, quien hoy juega en los más lujosos estadios del mundo, pero representa como pocos ese alma de potrero, que se percibe en ciertos jugadores: los desvergonzados, los desfachatados, pero también los humildes y los solidarios.

Lionel Messi, uno de ellos, desconoce que a diez mil quinientos kilómetros del Camp Nou y a 56 de su Rosario natal, un campeón del mundo de kickboxing, pero además, su fan número uno, se inspiró en él para crear un espacio que intenta inculcar los valores del deporte a los más chicos. Pero que, además, procura que quienes concurran puedan irse con el estómago saciado.

Cuando llueve la cancha se transforma en barro y, a pesar de que los chicos se agolpan por patear el balón, la práctica deportiva debe posponerse. La chocolatada con galletitas, en cambio, no se suspende.

En El Potrero de Casilda creado por Rubén “Chubi” Otarola se juega al fútbol, se entrena y se merienda. Insertada en esa ciudad del sur santafesino, rodeada de abundantes campos de soja y trigo, la tierra de El Potrero no es menos fecunda. Aquella esquina de Mitre y Magaldi también posibilitó que niños que no se llevaban bien se convirtieran en grandes amigos.

Los domingos van más de cien chicos que participan de un torneo y los días de práctica (martes y jueves) asisten unos veinticinco. En el lugar, que pertenece a la capilla del barrio Yapeyú, se empieza a las 17.30 con ejercicios, después se organiza un cotejo futbolístico y al final llega el turno de la merienda. De todas formas los horarios son flexibles porque, aunque la vecina de al lado se queje, algunos permanecen casi todo el día allí.

Para llevar adelante El Potrero, a Rubén lo ayuda su familia, los padres de los chicos que asisten y los vecinos porque como siempre dice: “El Potrero es de todos”. Y a pesar de tener el lema de no pedir, rescata que la cantidad de vecinos que colaboran es “impresionante”.

Otarola afirma que para él “lo importante es poder darle una merienda”, pero también “inculcarle valores, que cada día se pierden más”. Y explica a Conclusión: “Entre la droga y la tecnología nos sacan estos lugares que para mí deberían ser patrimonio de la humanidad”.

“Entre la droga y la tecnología nos sacan estos lugares que para mí deberían ser patrimonio de la humanidad”

Cambiando figuritas

La casa de Chubi se encuentra pegada al Potrero. La pared de su vivienda literalmente limita con la cancha y en ese muro, como no podía ser de otra manera, la figura de Messi agradeciendo al cielo ocupa gran parte del espacio.

Sobre esa especie de muralla también se leen frases como: “La pelota siempre al 10” y “Creo en esas tardes que viví jugando a la pelota”. Allí todas las mañanas Rubén toma mates con el crack.

Para relatar cómo surgió El Potrero, Chubi no duda: “Por mi fanatismo por Messi”. Para el Mundial 2014 se compró el clásico álbum de figuritas Panini. Así conoció a los chicos, intercambiando esas estampitas, y se hizo amigo de muchos de ellos.

Cuando el conjunto nacional pierde la final del torneo en Brasil, Rubén estaba “destrozado”. Entonces, salió de su casa y esos nenes que le cambiaban figuritas estaban allí, todos con la camiseta de Argentina, con la de Messi específicamente.

En ese momento, una madre del barrio, se acercó a Chubi y le agradeció el haber ayudado a su hijo -por ese entonces de once años- a llenar el álbum. Y mientras le dejaba una caja de turrones para los niños, la mujer le encargó al joven que hiciera “algo” para “juntarlos”, ya que algunos no se llevaban bien.

La forma de unirlos no podía ser otra que con un partido de fútbol. Eran unos veinte chicos y “estaba complicado”, cuenta Otarola. El primer encuentro se jugó por una Coca-Cola, el equipo que ganó dio la vuelta olímpica, pero Rubén dijo que había que compartirla e inmediatamente lo entendieron. Ahora, aquellos que se no llevaban bien, son grandes amigos. “Es lo mágico de El Potrero”, sintetiza Rubén.

“Había chicos que se llevaban mal y ahora son grandes amigos; eso es lo mágico de El Potrero”

“Fue algo como para contener a los chicos, para que sean amigos y se cuiden entre ellos. Yo sufro cuando se pelean”, suelta Perla Negro, esa madre que dio el puntapié inicial.

¡A jugar! ¡Vamos a jugar!

En El Potrero, Otarola también se encarga de entrenar a quienes se acercan. Antes de cada partido, Chubi, silbato en mano y siempre con la casaca de Messi como parte de su piel, indica el entrenamiento a todos los chicos. Trote para entrar en calor, zigzags con la pelota y flexiones de brazos forman parte de la rutina.

Además de hacer jugar a los niños, el casildense es entrenador de kickboxing en un gimnasio de la ciudad. Anteriormente también trabajaba en un frigorífico como apostador, pero hace cuatro meses lo despidieron y todavía se pregunta por qué. “No tenía una falta, no llegaba tarde y me echaron”, dice desconcertado.

Mientras habla, Rubén alienta a los chicos, destaca sus aciertos y minimiza los errores. Los domingos allí se disputa el torneo, pero los sábados el que juega es él. Se levanta, desayuna y come liviano al mediodía, como un jugador profesional.

Chubi siempre practicó fútbol. “Después de grande me dediqué a lo otro”, aclara. Lo otro es el kickboxing. Y mal no le ha ido. Es campeón mundial de la disciplina. Otarola se consagró en tres oportunidades (2013, 2015 y 2016) en México, donde viajó como parte de la Selección, además de obtener dos títulos nacionales en 2011. También compitió en el torneo global de 2012 en Croacia.

Empezó a los veinte años porque un amigo lo alentó, aunque su verdadera pasión es el fútbol. Pero de sus ocho hermanos, hay uno que no posee la habilidad para acompañar con su pie al balón, “obviamente soy yo”, ríe Rubén. Entonces, se volcó de lleno a su otro deporte predilecto, el kickboxing.

“Creo que el tema de los deportes es una elección propia. Por eso nunca digo que es algo duro. Duro es perder a un ser querido, que te diagnostiquen una enfermedad, quedarse sin trabajo. Eso es duro”, tiene en claro Otarola. “A veces veo que hay colegas que dicen que sufren por una dieta. Yo hice doscientas mil dietas pero si tengo hambre la rompo. Hay chicos que no tienen para comer”, completa.

Una de cuatro personas en Argentina es pobre. Y Casilda no es una ciudad de excepción. Con una población de 35 mil personas y con la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional Rosario como uno de sus motores, la deserción escolar allí no escapa a las cifras del país: 47%.

Algunos de los niños que acuden a la cancha pertenecen a Nueva Roma, un poblado barrio, donde muchos de sus habitantes no cuentan con los servicios públicos básicos, como agua potable y electricidad.

“A veces vienen de realidades difíciles. Padres alcohólicos, hermanos drogadictos”, describe Perla. Hay algunos que, terminando la escuela primaria, con casi doce años, para comunicarse a través de WhatsApp mandan audios, ya que tienen dificultades para leer y escribir. Por eso Perla, veterinaria y docente de la carrera, y su hijo -ya de quince años- intentan enseñarles en su casa.

“Les decimos que hay una gran diferencia entre saber leer y no saber. Como hay un mundo distinto en el que si cruzas una barrera y te metés con otro grupo te vas a empezar a alejar mucho”. Perla se refiere a las malas influencias de las que El Potrero intenta alejar a los chicos. Es que la regla básica ahí es no fumar ni beber alcohol.

Algunos pibes pasan casi todo el día allí, unos por mera diversión, otros para olvidarse de lo que viven en sus hogares. No todos los chicos que asisten al potrero provienen de familias con pocos recursos económicos. Porque justamente “acá no existen clases sociales, son todos iguales”, manifiesta Otarola. Y coincidentemente, Perla declama: “En El Potrero todo nos iguala, nada nos diferencia. No importa si uno tiene más o menos cosas”.

“Integrar e incluir a todos” es la premisa. Y “mostrarles a los chicos lo importante en realidad”. “Jugamos, educamos, y compartimos la merienda, y listo”, dice el Chubi como si fuese poco, despojando de complejidad al tema. Los chicos dicen sencillamente que se divierten y hacen amigos.

El 10 está en todos lados

El kickboxing le enseñó a Rubén Otarola gran cantidad de valores, como que “no hay que creerse más que nadie”. “Lo mejor que me dio el deporte fue entender que somos todos iguales”, menos Messi, aclara. Lo de Otarola ya no es admiración, es devoción.

Messi, así, vuelve a aparecer. “Se fue a los trece años y dejó a sus amigos y familia”. Otra enseñanza que Rubén toma del hoy capitán de la Selección, quien demostró que no hay desafíos imposibles, ni siquiera llegar a ser más alto, para lo que debió inyectarse él mismo todos los días hormonas para el crecimiento en las piernas. “Yo a esa edad no sabía ni hacerme una taza de té”, bromea.

¿Qué pasa si un día el futbolista del Barcelona va a jugar a su Potrero? “No quiero yo porque me muero”, dice. Pero miente. Porque le encantaría que Messi se presentara allí. ¿A quién no le gustaría interactuar con un astro? Conocer a esa persona que cada vez que controla el balón en tres cuartos abre un abanico infinito de maniobras, la gran mayoría con un gol como resultado.

Luego se rectifica: “Mi sueño sería conocerlo, pero tampoco tengo que desviarme del sueño de los chicos. A mí ya me dio un montón. Me dio esto. Esto está inspirado en él. Cada cosa que hago está inspirada en él. Cada charla que le doy a los chicos es sobre cómo vivió él, cómo llegó a donde está. Veo muchos mensajes buenos en él y trato de educarlos con eso”.

Del mejor futbolista del mundo también rescata su disciplina dentro del campo, ya que en pocas veces se lo ha visto criticando o insultando a rivales o árbitros. Por lo tanto, estas cuestiones se han adoptado como mandamientos dentro del Potrero.

Con la tierra en los bolsillos

Los diez partidos del domingo, más los de los martes y jueves se jugaron durante tres años con tan solo una pelota. El duro piso de tierra hace que el balón pique alto cada vez que rebota en él. La cancha no conoce de césped, todo allí es tierra y polvo, sin excepciones. Las redes también han sufrido el paso del tiempo y le quedan pocos goles antes de terminar de cortarse. Pero los chicos no pueden sustraerse de este oasis.

“Si aprenden a resolver estos problemas ahora, imaginate cuando sean grandes. Y si le queda esa tierra en el bolsillo para el futuro, creo que les va a servir para encontrar soluciones en el mundo real, que aún no quiero que conozcan”, expresa Otarola.

A su vez, el deportista se ocupa de que los chicos del Potrero estudien y se esfuercen para cumplir con las exigencias escolares. Si aprueban los exámenes organiza salidas al río Carcarañá en bicicleta o les presta su Play Station. “En este mundo si no tenés un estudio te vas a golpear feo y no quiero que ninguno pase por las necesidad de estar sin trabajo y pasarla mal”, reflexiona.

“En este mundo si no tenés un estudio te vas a golpear feo”

“Mi intención en todo, en el deporte que practico, en lo que hago como instructor o acá, es mostrarles a los chicos lo importante en realidad”, enfatiza Otarola.

“Parece que solamente es jugar -dice como si fuese poco- pero son muchas cosas que trato de que logren y se lleven. Cuesta, pero ellos están disponibles así que se hace fácil”, menciona.

De zurda

En diciembre del año pasado lograron entregarle una bolsa navideña para las Fiestas a unos ciento cincuenta chicos. Fue gracias a una propuesta en la que se invitó a la comunidad a acercarse y jugar a patear al arco, si se perdía se debía abonar la merienda, y si se acertaba se le regalaba una camiseta. Por supuesto que había una trampa, el desafío debía ser “de zurda”.

El resultado fue “impresionante”, ya que se acercaron personas de diferentes lugares. Este año se volvió a implementar la iniciativa con la diferencia de que en lugar de entregar una camiseta se obsequia una taza.

Con Otarola todo es de zurda, como para Messi. Chubi cuenta que imita al rosarino cuando juega a la pelota; incluso, a pesar de ser diestro, utiliza su pierna izquierda para patear. Esa manía lo llevó hasta a perder un campeonato, ya que por intentar definir con su pierna menos hábil desperdició una jugada de gol en una final.

Cuando pelea también pega y patea con la mano y la pierna izquierda, pero dentro del ring no erra. Cada golpe es preciso, punzante, certero. Su trabajada técnica le permitió recorrer el mundo hasta coronarse campeón mundial.

Terreno de festejo

Uno de los niños del barrio sufría bullying por parte de los compañeros de escuela y vecinos. Cuando Chubi observó la situación lo invitó a El Potrero, pero se puso firme: quien lo molestara no podría seguir jugando a la pelota. Luego de un año el chico pidió festejar sus nueve años allí junto a sus nuevos amigos. Le regalaron sus muñecos preferidos y le cantaron el feliz cumpleaños.

El festejo del cumpleaños es un ritual para El Potrero. Por más que no cuenten con la posibilidad de comprar los elementos para la ocasión, siempre alguien colabora con una torta, chizitos o palitos.  Chubi lo vivió en carne propia porque la primera vez alguien le organizó un festejo de cumpleaños, fue allí y por iniciativa de los niños. Rubén cumplía 30 años.

Por este tipo de momentos, para Otarola El Potrero “es todo”. Expresa que ese lugar lo educó y fue un remedio para los momentos duros. “Es lo más importante que me pasó en la vida después de mi hija”, afirma de manera contundente.

Además, cada febrero El Potrero oficia de corsódromo debido a que allí también, desde hace tres años, se celebra el Carnaval. Hay batucadas, cotillón, premios a los mejores disfraces y pizza para todos. Luego de la fiesta, chicos y grandes limpian el lugar; al día siguiente hay que volver para jugar.

Micaela, madre de uno de los niños que asiste a El Potrero dice que allí “hacen vida sana, se ve que están bien, les encanta estar acá”. Relata que su hijo “quiere vivir acá, se viene a divertir, quiere jugar todo el día en este lugar”, continúa. Y cierra: “Del Potrero no lo despegás, hizo un montón de amigos, los chicos de acá lo quieren mucho”.

Posiblemente el mejor jugador del mundo no sepa que en una pequeña cancha de Santa Fe, su figura inspiró a un campeón de un deporte que combina las artes marciales con el boxeo a enseñarles a los más chicos el valor del juego y la amistad.

Lejos de la tecnología y de los vicios se encuentra El Potrero. Pero cerca de las emociones, los gritos y abrazos de gol, las ilusiones de la victoria, las desazones de la derrota, las esperanzas que se renuevan con el próximo partido, las charlas del tercer tiempo, la merienda, los chistes y las sonrisas. Todo cabe en un simple rectángulo de tierra.