Por Daniel Oscar Siñeriz Griffa

Eso es nuestra vida: un viaje. Donde más allá o más acá de la metáfora, ocurre puntualmente lo que un viaje implica: punto de partida y de llegada, dificultades, desafíos, ayudas, contrariedades, pérdida de rumbos, compañías buenas o no tan buenas, entusiasmo y desaliento, dudas y certezas… y mucho más.

Así vamos haciendo el recorrido encontrando todo tipo de terrenos, más o menos favorables para el caminar; también buscamos referencias, mojones y orientación para saber si vamos bien o si hemos equivocado el rumbo. Aquí la necesaria compañía aporta en grande, aunque también otras veces necesitamos “alguien” más que nos oriente.

Recorriendo la geografía de Argentina, hasta en sus más íntimos recovecos, lugares escondidos y secretos parajes, Atahualpa Yupanqui se hizo muy amigo del viento, y supo desentrañar, de tan insistente compañero, la música y los mensajes que el viento trae, recoge aquí y allá y siembra por todas partes. Hace falta mente y corazón atento y una profunda sensibilidad para interpretar todo lo que dice mientras pasa cantando.

Para nuestro viaje de la vida necesitamos del viento. Él nos acerca lo más importante para todo: el oxígeno, que garantiza la vida del universo y de cada habitante. Ese viento que es también aliento y energía, que todo lo impulsa y lo sustenta. Y más hacia lo esencial todavía, es el amor, que da sentido a todo. Pero también necesitamos un oído atento y un corazón bien dispuesto, no sólo para saber por dónde caminar, sino también para marcar caminos.