La Isla de los Náufragos

Fábula para comprender el misterio del dinero (Parte IV)

A través de Conclusión, ofrecemos a nuestros seguidores la posibilidad de adentrarse en la lectura de este genial texto, escrito por Louis Even para el portal www.michaeljournal.org. Lo hacemos en cuatro entregas, donde se verá cómo el poder financiero esclaviza al hombre y destruye a las naciones.
Fábula para comprender el misterio del dinero (Parte IV)
Leer antes: Fábula para comprender el misterio del dinero (Parte I)

Fábula para comprender el misterio del dinero (Parte II)

Fábula para comprender el misterio del dinero (Parte III)

El dinero para la producción

El dinero debe estar al servicio de los productores según lo necesitan para movilizar los medios de producción.
Todo ello es posible puesto que fue una realidad, de la noche a la mañana, en cuanto estalló la guerra en 1939. De repente acudió el dinero que tanto faltaba por todas partes desde hacía diez años. Y durante los seis años de guerra, no hubo ningún problema de dinero para financiar toda la producción posible y necesaria.
El dinero pues puede estar, y debe estar, al servicio de la producción pública o privada con la misma fidelidad que cuando estuvo al servicio de la producción de guerra. Todo aquello que resulta físicamente posible para responder a las necesidades legítimas de la población debe volverse posible financieramente.
Esto sería el fin de las pesadillas de los cuerpos públicos. Y sería el fin del desempleo y de las privaciones que acarrea mientras queden cosas por hacer para responder a las necesidades públicas o privadas de la población.

Todos capitalistas – Dividendos para cada uno

El Crédito Social preconiza para todos el reparto periódico de un dividendo. O sea una cantidad de dinero abonada cada mes a cada persona, cualquiera que sea su oficio, así como el dividendo abonado al capitalista incluso cuando no trabaja personalmente.
Se conoce que el capitalista que invierte dinero en una empresa tiene derecho a una renta, que se llama dividendo. Otros son quienes utilizan dicho dinero: se les paga en salarios. Pero el capitalista saca su renta únicamente de la presencia de su capital en la empresa. Si también trabajase en la empresa, tendría dos rentas: un salario por su trabajo y un dividendo por su capital.
Ahora bien, el Crédito Social considera que todos los miembros de la empresa son capitalistas. Todos poseen juntos un capital real que contribuye mucho más a la producción que el capital invertido o el trabajo de los empleados.

¿Cuál es ese capital común?

Son primero las riquezas del país que no han sido producidas por nadie sino que son un regalo de Dios para quienes viven en dicho país. También es el conjunto de las invenciones, de los conocimientos, descubrimientos, de los perfeccionamientos de las técnicas de producción, de todo el progreso adquirido, acumulado, engrandecido y transmitido de una generación a otra. Es una herencia común, ganada por las generaciones pasadas y que nuestra generación utiliza y sigue engrandeciendo para pasarla a la siguiente. No es la propiedad exclusiva de nadie sino un bien común por excelencia.
Y ahí está el mayor factor de la producción moderna. Que sólo se suprima la fuerza motriz del vapor, de la electricidad, del petróleo — invenciones de los tres últimos siglos — y vaya a ver lo que sería la producción total incluso con mucho más trabajo de todos los efectivos obreros del país y con mucho más horas.

Sin duda alguna, aún se necesitan productores para dar un rendimiento al capital y por este rendimiento están recompensados por su salario. Pero el mismo capital debe tener valor de dividendos para sus propietarios, es decir para todos los ciudadanos ya que todos son igualmente coherederos de las generaciones pasadas.
Siendo ese capital común el mayor factor de producción moderno, el dividendo debería bastar para proporcionar a cada hombre por lo menos lo que necesita para mantenerse. Luego, al paso que la mecanización, la motorización, la automatización desempeñan un papel cada día más importante en la producción, con cada vez menos trabajo humano, la parte repartida por el dividendo debería llegar a ser mayor.

He aquí otra manera de enfocar el asunto de la distribución de la riqueza que no es la de hoy en día. En lugar de dejar vivir a los unos miserablemente y de poner impuestos a los que se ganan la vida para ayudar a quienes ya no contribuyen a la producción, a cada uno le tocaría una renta básica: el dividendo. Sería un mejor reparto desde el origen.
También sería al mismo tiempo un medio bien adecuado a las grandes capacidades productivas modernas para concretizar el derecho de cada ser humano a gozar de los bienes materiales que es un derecho que cada hombre saca del solo hecho de su existencia, un derecho fundamental e imprescriptible que el papa Pio XII recordaba en su radio-mensaje del 1 de Junio de 1941:
“Los bienes creados por Dios han sido creados para todos los hombres y deben estar a la disposición de todos, según las normas de la justicia y de la caridad. Cualquier hombre como ser humano dotado de razón tiene de hecho dado por la naturaleza el derecho fundamental a usar de los bienes materiales de la tierra. Tal derecho no podría suprimirse de ningún modo ni siquiera ser sustituido por otros derechos verdaderos y reconocidos sobre los bienes materiales.”
Un dividendo para todos y para cada uno: ésta es la fórmula económica y social más resplandeciente que se haya propuesto jamás a un mundo cuyo problema ya no es producir sino repartir lo producido.

Que no sea un partido político

Muchos son los que, en varios países, han visto en el Crédito Social de Douglas lo mejor que se ha propuesto jamás para servir a la economía de abundancia moderna y para poner los productos al servicio de todos.
Queda por hacer que se admita esta concepción de la economía para que llegue a ser una realidad.
Desgraciadamente, en el Mundo, los políticos han estropeado las dos palabras “Crédito Social”, empleándolas para designar un partido político. Es el mayor perjuicio jamás hecho a la comprensión y a la expansión de la doctrina de Douglas. Y esto llegó a ser una causa de confusión y de desconfianza. Muchas personas no quieren oír hablar del crédito social porque ven en él un partido político y han dado ya su aprobación a otro.

Ahora bien, el crédito social, comprendido en toda su autenticidad no es de ningún modo un partido político. Es precisamente todo lo contrario. El mismo fundador de la escuela creditista, C. H. Douglas, conocía mejor la propia doctrina que cualquiera, sobre todo mucho mejor que los cabecillas engreídos que quieren aprovecharse de la idea superficial que tienen de él para abrirse camino en las esferas políticas. Pues, Douglas ha dicho que había una total incompatibilidad entre Crédito Social y política electoral. Son dos términos que se excluyen el uno al otro por su índole, sus fines, sus causas, su inspiración.

Los principios del Crédito Social descansan en una filosofía. Y es esta filosofía la que da la prioridad a la persona sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre el mismo gobierno. Cualquier actividad hecha en nombre del auténtico Crédito Social debe ser una actividad al servicio de las personas.
Es una causa muy distinta la que anima y orienta las actividades de un partido político.
La primera meta de cualquier partido político, que sea antiguo o nuevo, es conquistar o guardar el poder, llegar a ser o seguir siendo el grupo que gobierne el país. Se trata de la búsqueda del poder por un grupo.

El Crédito Social, por lo contrario, enseña que el poder debe ser repartido entre todos: el poder económico, bajo la forma de un dividendo periódico que le permita a cada individuo hacer pedidos dentro de la producción de su país; el poder político, haciendo, del Estado y de los gobiernos de todos niveles, cosa de las personas y no, las personas, cosa del Estado.
El gobierno es lo que interesa a los partidos políticos mientras que la persona, el desarrollo de la persona es lo que interesa al auténtico creditista.

La política de partido lleva a los ciudadanos a la abdicación de su responsabilidad personal, poniendo el partido toda la importancia sobre la votación, sobre un acto de unos segundos que el ciudadano cumple escondido detrás de una cortina, después de haberse empapado del guiso electoral durante cuatro semanas.
El Crédito Social, por lo contrario, enseña a los ciudadanos a hacerse responsables tanto en política como en lo demás y en todo momento, siendo conciencia y vigilancia de los gobiernos, gritando la verdad y denunciando las injusticias sin tregua ni descanso en cualquier parte donde se encuentren.
Cualquier partido político contribuye a dividir al pueblo, luchando los partidos los unos con los otros en busca del poder. Ahora bien, toda división debilita: un pueblo dividido, debilitado no se hace servir bien.
La doctrina del Crédito Social, por lo contrario, hace a sus ciudadanos conscientes de sus aspiraciones fundamentales comunes a todos.

Un movimiento creditista auténtico enseña a los ciudadanos a unirse en las peticiones que todos aprueban, a presionar a los del gobierno, cualquiera que sea el equipo que esté en el poder. Por eso el periódico “San Miguel” (en francés, “Vers Demain” — “Hacia el mañana”) — del que se han sacado estas líneas — recomienda en política la presión del pueblo agrupado fuera de los parlamentos pero presionándolos con el fin de que los hombres elegidos por el pueblo hagan leyes conformes a la doctrina del Crédito social.

Para hacer prevalecer ideas tan grandes como la concepción creditista de la economía, no se necesitan políticos ávidos de ufanía ni de dinero sino apóstoles que se entregan a su tarea sin cálculos sin tener más miras que el triunfo de la verdad y un mundo mejor para todos, apóstoles despegados de cualquier recompensa aquí en este mundo, haciendo todo lo posible por la causa abrazada y confiando en Dios por todo lo demás.
El periódico “San Miguel” trabaja para formar tales apóstoles y presenta sus objetivos, sus actividades y sus realizaciones.

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