El 7 de enero de 1943, fallecía en Nueva York el ingeniero Nikola Tesla, destacado por sus numerosas invenciones como la corriente alterna que reciben actualmente todos los enchufes, la transmisión inalámbrica como la de cualquier control remoto o bluetooth y por sus considerables aportes sobre el campo del electromagnetismo.

Tesla nació en 1856 en la ciudad Smiljan, ubicada en el imperio austríaco (actual Croacia). Cuando era niño y estaba acariciando el lomo de su gato Macak, su mano provocó una lluvia de chispas.

Según biógrafos, le preguntó a su padre qué era aquello, a lo que este le respondió: “Es la electricidad”. Y así nació su pasión por este fenómeno, que derivó en grandes aportes a la humanidad.

A los 28 años el inventor llegó a Nueva York para poder trabajar junto a Thomas Edison, una figura a quien admiraba. Sin embargo, tras una pelea abandonó la empresa de Edison y creó la Tesla Electric Company.

Para 1890 se desató la “guerra de las corrientes”, en la que Edison defendió la corriente continua a través de maniobras sucias y Tesla hizo lo propio con la alterna.

Algunos especialistas e historiadores aseguran que “sólo el siglo XXI ha sido capaz de vislumbrar ese mundo que inventó Tesla” y señalan que fue este inventor quien vaticinó el sistema de producción y distribución de la energía eléctrica, los motores de la mayoría de los electrodomésticos que se utilizan en la actualidad, el control remoto o la comunicación por ondas, entre sus más de 700 inventos.

Pero además, gracias a su inteligencia, gran intuición y enorme capacidad de trabajo, Tesla sentó las bases que han permitido el desarrollo posterior de la telefonía móvil, el wi-fi y la electricidad sin cable.

Aunque siempre tuvo una peculiar personalidad, al final de su vida su extravagancia se acentuó. Desesperado por volver a lograr la atención de los medios, realizó anuncios a la prensa de inventos disparatados (como “el rayo de la muerte” o la comunicación interplanetaria con extraterrestres), no tuvo discípulos y nunca difundió sus escritos a la academia.

Tesla murió sólo, pobre y sin reconocimiento y, según detallan algunos autores, al final de sus días sólo bebía leche tibia y cereales, por lo que hay quienes suponen que padecía el síndrome de Asperger.

Luego de su muerte y debido justamente a aquellos anuncios de inventos atemorizantes e impracticables, en plena Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano, específicamente la CIA, incautó todos los papeles y documentos que se encontraban en su habitación 3327 del hotel New Yorker. Un hecho que generó incontables teorías “conspiranoicas” alrededor de su figura.

Recién en 1952 esos archivos fueron restituidos al sobrino de Tesla y enviados a Yugoslavia, donde sirvieron de base para la creación del Museo Nikola Tesla de Belgrado.