Han pasado 44 años desde el 24 de marzo de 1976. Algunos incautos podrán creer,  incluso estar convencidos, que ya no hay más nada que decir, que después del Nunca Más, los Juicios a las Juntas, el fin del indulto, los juicios por Memoria, Verdad y Justicia el ejercicio de memoria fue suficiente y nada más del pasado podría sorprenderenos. Sin embargo, la memoria guarda cientos de miles de historias anónimas aún silenciadas.

Entre las muchas verdades acalladas a la fuerza que nos legó a los argentinos la Guerra de Malvinas, la última gran desventura de la dictadura militar, pugna por salir, por encontrar luz y memoria y también Justicia la más encubierta, la de las mujeres que fueron a la guerra, las heroínas ocultadas.

En los últimos años, gracias a la labor de escritoras y periodistas y al valor de estas mujeres, que participaron durante el conflicto atendiendo a los soldados heridos, cuidándolos e intentando salvarles la vida o etiquetando a los muertos, esas memorias ignoradas se arrastraron hasta la superficie para salir a la luz. Algunas eran instrumentistas, otras adolescentes aspirantes a enfermeras, voluntarias y hasta hubo una oficial de Radio que trabajó de incógnito captando comunicaciones y enviándolas por escrito para evadir la contrainteligencia.

Las niñas que crecieron de golpe

A partir de un libro de Alicia Panero, Mujeres invisibbles, y algunas crónicas periodísticas, entre ellas la destacada Mujeres de Malvinas: las olvidadas de la guerra, de Marina Vanni, se hizo pública la historia de veintitrés aspirantes navales a enfermeras, varias de ellas menores de edad que, a pesar de no estar recibidas, tuvieron que atender al primer herido de la Guerra de Malvinas, el cabo Ernesto Urbina, y etiquetar al primer muerto, el Capitán Pedro Giachino. La base bonaerense donde se encontraban, a 24 kilómetros de Bahía Blanca, era uno de los principales centros de atención para los soldados que volvían del campo de batalla.

Tal como revela el crudo relato de Vanni, estas adolescentes  y jóvenes estaban prácticamente aisladas y gran parte de ellas fueron abusadas y maltratadas, incluso las menores, cuyas edades oscilaban entre los 15 y los 17 años. Muchas de ellas conviven a día de hoy con las secuelas de esos abusos y otras no lograron superarlo y acabaron con su vida.

“Usted va a decir que se va (de la Armada) porque extraña a su mamá”: esa fue la orden de las autoridades a Inés L., a quien llamaremos con ese nombre para proteger su identidad. En 1982 ella era una niña de 16 años. Lo cierto es que había otro requisito implícito: debía callar que había sido abusada por el teniente José Italia, allí mismo, en la Base Naval Puerto Belgrano, donde estudiaba enfermería. Su familia no supo del hecho hasta hace cuatro años.» (Mujeres de Malvinas: las olvidadas de la guerra Marina Vanni)

Según el relato de María Graciela Trinchín “las cartas eran abiertas, tachadas, no se podía comentar lo que se vivía adentro”. «Había un teléfono en la puerta del hospital, pero las llamadas debían ser breves: había que decir dos palabras, cortar y dar paso al puñado de personas que esperaban en fila para usar la línea».

Tal era la incomunicación que se enteraron del  hundimiento del crucero General Belgrano sólo a través de Radio Colonia. De esos días, no pudieron aún olvidar el «olor a carne quemada mezclada con petróleo».

Inés L. aún se lamenta por el hecho de que nadie cuidara que las más chicas no tuvieran que vivir y ser testigos de esas situaciones, y recordó también que les tocó atender muchísimos casos de «pie de trinchera»,  que son casos de extremidades congeladas que frecuentemente terminaban en amputaciones.

Las mujeres también relataron que estaba prohibido mostrarse asustadas o llorar. «Si llorabas, te hacían una reprimienda verbal».

A pesar de lo sufrido por cada una y de la falta total de contención para con ellas, los soldados sobrevivientes aún recuerdan las manos de estas mujeres y el amor con que se brindaron, los atendieron y los consolaron. «Nos dicen Ustedes tuvieron las manos de mamá’. Fuimos las más inexpertas, pero salió del corazón de cada una de nosotras.”

Con las mareas

El 11 de junio de 1982, un grupo de seis mujeres se embarcaron en el buque rompehielos Almirante Irizar, que funcionó como embarcación hospital a pocos kilómetros de las Islas Malvinas hasta el fin de la guerra.

Susana Mazza, Silvia Barrera, Norma Navarro, María Marta Lemme, María Angélica Sendes y María Cecilia Ricchieri Todas ellas eran instrumentistas quirúrgicas profesionales, pero también, a excepción del resto de la tripulación, mujeres y civiles. “Hubo reticencia en un principio, no sabían cómo acomodarnos, pero luego nos trataron muy bien”, contó Mazza.

Según contó Mazza desde donde estaban podían sentir las explosiones de artillería en los montes isleños y ver los bombardeos. Los casos más frecuentes que tenían que atender eran heridos de munición y metralla recién salidos del frente.

En tanto, en Punta Quilla, en Santa Cruz, el buque Elma (Empresa Líneas Marítimas Argentinas) Lago Traful también tenía una mujer a bordo. Era Stella Maris Carrión, Primera Oficial de Radio y su tarea era captar códigos que las embarcaciones enemigas enviaban para comunicarse entre sí y enviarlos por escrito al Edificio Libertad, sede de la Armada Argentina, para evitar las escuchas de la contrainteligencia.

Para que los enemigos creyeran que la embarcación no estaba en funcionamiento, el buque se encontraba tapiado y con las máquinas al mínimo. A pesar de ello, la tripulación sospechaba que en el Golfo de San Jorge los submarinos los seguían. “No me preocupaba el ataque; si te tiene que tocar, te tiene que tocar. ¿Qué puedo recibir de la radio si estoy con miedo?”, contó Carrión a Vanni.

“Al ser mensajes cercanos, de Chile y de barcos ingleses, se oían a un volumen alto”, explicó. El desafío era anotarlos: las emisiones eran muy rápidas. Stella y Miguel Zárate, jefe de Radio, se alternaban para hacer las escuchas. Usaron transmisores y receptores antiguos (“los mismos que están en el Traful desde siempre”) y en una ocasión Carrión salvó de la humedad a uno de los equipos con su secador de pelo.

Veteranas

Por diversas razones, que obedecen a consideraciones legales, reglamentarias y geográficas, sólo una de todas estas mujeres, incluso de las que estuvieron embarcadas, figura como veterana de guerra, Susana Mazza. En cuanto a la calificación de veteranos, hay incluso una gran discusión entre los ex combatientes y reclamos legales que arrastran largos años. El eje pasa porque los movilizados del continente no son considerados veteranos.

En cuanto a las mujeres que sirvieron en la guerra de Malvincas, según el relato de Panero, entre muchas de ellas existen serias diferencias y “hubo casos en que las que son veteranas se negaron a mostrarse en público con las que no lo son.”, explicó Panero.

Pero, la verdad es que la mayoría de estas al menos 30 mujeres, las que aún están con vida, sólo quieren se reconocidas y escuchadas. Necesitan ser rescatadas del olvido y empezar a ocupar un lugar en la memoria colectiva, un lugar que jamás debería habérseles negado.

Fuentes: Mujeres de Malvinas: las olvidadas de la guerra- Marina Vanni )(untoconvergente.uca.edu.ar)

Las olvidadas heroínas de la guerra de Malvinas – Alicia Panero (realpolitik)

La historia jamás contada de las enfermeras abusadas durante la Guerra de Malvinas – Juan Parrilla (Infobae)

 

 

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