Por Florencia Vizzi

Mientras noticieros y programas varios de radio y televisión no cesan de hablar de aquellas mujeres que, a pesar de ser dos, «viajan solas», lo cual parece constituir algún tipo de pecado, y se regodean en morbosos detalles sobre la vida de alguna de las cientos de mujeres que han resultado brutalmente asesinadas en los últimos tiempos, día a día, millones de ellas se levantan, limpian sus casas, lavan ropa mientras preparan el desayuno, levantan a sus hijos y los llevan a la escuela, camino al trabajo hacen los mandados y compran útiles escolares, salen de una reunión importante para explicarle a la persona que cuida a sus hijos la rutina del día y el almuerzo correspondiente. Al volver a su casa, se encargarán de bañarlos, cocinarles, acostarlos, cuidarlos si están enfermos y consolar sus penas. Millones de mujeres trabajadoras seguirán intentando, a su modo y desde sus lugares, disminuir la brecha salarial y la discriminación y batallar contra la violencia de género, con la esperanza de que las injusticias y desigualdades dejen de pensarse en los términos de feminismo y machismo para que sean vistas y combatidas como lo que realmente son, injusticias y desigualdades.

Éstas son algunas de sus voces, de sus historias.

 La vida sobre ruedas

«A mí, uno del Comando, hace unos días no más, me mandó a lavar los platos», comenta Vilma, como al pasar. No es el primero, es algo que se repite a cada rato y a lo largo de toda la conversación, parece que cuando se es mujer, automáticamente te mandan a lavar los platos.

mujeres-taxistas2«Para que quede claro -dicen, casi al unísono, superponiendo las voces- nosotras lavamos los platos, y llevamos los chicos a la escuela, atendemos y cuidamos a los nietos, hacemos los mandados y nos encargamos de la casa, cocinamos, lavamos ropa y la planchamos, atendemos a nuestros hijos, los cuidamos cuando están enfermos, y todo eso, después de hacer turnos de 12 horas arriba del auto. Somos amas de casa, somos madres, abuelas, algunas somos esposas, y somos taxistas además, que se rompen el alma trabajando en la calle».

Las cerca de 10 mujeres que acudieron a la entrevista, se acomodan ruidosamente en el bar, y piden café algunas y cortado otras. Y, mientras se cuentan entre ellas las últimas novedades, detallan que en la ciudad hay entre 450 y 500 mujeres que ejercen de taxistas sobre un total de, aproximadamente, 5.000 choferes. Llevan entre 5 y 10 años arriba de los autos y muchas de ellas son titulares de los mismos, lo que implica 4 horas más de trabajo que si fueran peones.

Admiten que, en los últimos tiempos muchas cosas han cambiado en las calles, algunas para mejor. «Para las primeras fue mucho más complicado – relata Estela- al principio no sólo eran los compañeros hombres los que estaban en contra, los mismos pasajeros se negaban a subir. Paraban el taxi, y cuando veían que manejaba una mujer, decían ‘Ah, no, dejá, no viajo’, y subían al auto que venía atrás porque a ese sí lo manejaba un hombre».

«Ahora hay que reconocer que eso es diferente -interviene Natalia, otra compañera-. Ahora te dicen ‘Ah, que suerte que me tocó una mujer, el auto está limpio, prolijo y hasta tiene olor a perfume’. Algunos hasta opinan que tendría que haber más mujeres al volante». Además, agrega otra de ellas, con una sonrisa: «Desde que nosotras manejamos, los compañeros son más cuidadosos con los autos y con la imagen».

«Y algo más, el índice de accidentes ha disminuido bastante -asevera Natalia, con orgullo, en una afirmación que generará polémica- porque las mujeres no chocamos, somos mucho más cuidadosas para manejar». De hecho, últimamente, los titulares buscan choferes mujeres, porque son más concienzudas con los autos, más prolijas, y chocan menos». «Y no tienen la maña de ir al bar”, agrega Marta, con cierta ironía.

Pero, a pesar de ello, reconocen que muchas veces es un trabajo que se hace cuesta arriba, «cuando estás en la calle y ven que sos mujer, te humillan, te cruzan los autos adelante, te siguen para insultarte, te gritan muerta de hambre». Casi todas han sufrido episodios de ese tipo, en los cuales, la sola condición de género les ha implicado padecer abusos y agresiones. Y también soportar episodios de acoso por parte de los pasajeros.

«En medio de los controles que nos hacen a diario los inspectores de tránsito, uno me dijo ‘señora préndase elmujeres-taxistas3 botón que está muy despechugada’ -relata Roxana, entre divertida e indignada- yo le contesté que no soy pollo así que no tengo pechugas… pero decime ¿qué clase de inspector es ese? Es una falta de respeto. Deberían estar ocupándose de las infracciones, del inexistente respeto a las paradas, de las dobles filas, de la desastrosa situación del tránsito… pero no, están ocupados con los botones del escote».

En la calle, la tarea es muy dura, la cantidad de horas, la explosiva situación de la inseguridad, el tránsito, la pelea permanente porque se respeten las paradas, los encontronazos con los efectivos de las fuerzas de seguridad, de quienes son muy críticas… en ese sentido, señalan, es un trabajo arduo y muy desgastante.

En algo en lo que todas coinciden es en la nula representatividad femenina dentro de las organizaciones sindicales que agrupan a los trabajadores del rubro, y la imposibilidad de pelear espacios dentro de las mismas.

Marta es, posiblemente, una de las más sinceras cuando habla de ello: «Yo siento que no estamos cuidadas por nadie, ni por la policía, ni por las autoridades, ni por los sindicatos ni de peones ni de titulares. Será por eso que es la primera vez en tantos años que vienen a hablar con nosotras, a hacernos una nota, porque los sindicatos jamás nos han tenido en cuenta. Estamos desamparadas totalmente. En ninguna de las organizaciones sindicales de taxistas hay lugar para nosotras, de hecho, son los primeros que nos están mandando a lavar los platos, porque molestamos”. En todos estos años no hemos conseguido un lugar que nos represente, ni siquiera hemos podido acceder a una Comisión de Mujeres”. A su voz, se suma la de Roxana: «A ver -clarifica- una vez nos reunimos con algún dirigente y nos dijo algo así como que teníamos que armar una comisión, para organizar cenas o salidas… ¡la verdad que no señor, a mí no me van a mandar a hacer souvenires!», exclama.

Por momentos, abundan las anécdotas, desde los pasajeros que buscan terapia sobre el auto hasta los «excesivamente cariñosos» que pretenden tener sexo arriba de los taxis. Y por momentos, la conversación adquiere el tono real, el que subyace todo el tiempo, por debajo del humor con que esas mujeres atraviesan la cotidianeidad de su oficio, la agresividad y la inseguridad en la calle, el temor de trabajar de noche, un horario común a la mayoría de ellas, los hijos que las esperan en sus casas a los que intentan preservar. «Yo hago el horario nocturno para que no lo haga mi hijo», cuenta Vilma. «Él tiene 32 años y me ha dado cuatro nietos, así que yo no quiero que le pase nada. Hago el turno nocturno para protegerlo, a él y a su familia».

El miedo se torna en dolor cuando lo peor sucede, y alguien toca el timbre de sus casas en el medio de la noche para traer la noticia tan temida. Así lo reflejan los ojos de Lidia al recordar esa noche en que el timbre que sonó fue el de su casa.

mujeres-taxistas“Yo nunca había subido al taxi”, exclama. “No me imaginaba como te pueden matar en un taxi”. El marido de Lidia Smolsky era Hugo Prada, quien fue asaltado y asesinado en una madrugada de julio de 2008, a los 48 años. “Lo más triste es que nunca supe lo que pasó con él, le dieron un tiro, y cuando le llevaron al Heca lo dejaron morir, fue abandono de persona, estuvo más de una hora y media para que lo atiendan. Cuando lo hicieron ya fue demasiado tarde. Él era el sostén de la familia, mis hijos y yo estudiábamos. Pero eso se acabó, mi hijo dejó de estudiar y yo estoy ahí, peleándola para terminar Bellas Artes, pero ahora manejo el taxi yo. En todos estos años no he obtenido nada de la Justicia, hicieron caer la causa, porque ahí todo se compra y todo se vende”.

Las críticas al sistema judicial y a la corrupción, que alcanza desde la Policía hasta los jueces, se multiplican. Y también a los periodistas y a los medios de comunicación que, en la vorágine, replican informaciones muchas veces inexactas, sin chequearlas previamente, que contribuyen a aumentar la confusión y los prejuicios.

“Una vez me pegaron, fue un hombre”, es nuevamente Lidia la que habla. Entonces cuenta que le tocó bocina varias veces a un auto que estaba ocupando la parada, para que se corra y le diera el lugar que le corresponde. Como el vehículo no se movía, sacó el celular para hacer una foto y hacer la denuncia correspondiente en la Municipalidad, y el conductor se bajó violentamente y la zamarreó y la golpeó, arrojándola contra el auto.

Antes de despedirse, mientras recalcan que lo que quieren es el respeto que todo trabajador merece, más allá de su condición de mujeres, muestran el folleto que armaron entre todas, y que llevan pegados los parabrisas de muchos de los taxis que circulan en la ciudad. En él pueden verse, bajo el lema de Ni Un Taxista Menos, los nombres y las fotos de los compañeros asesinados en los últimos años, mientras trabajaban.

“Esta fue una iniciativa nuestra, ni de los sindicatos ni de la Municipalidad, nuestra. Esto lo hicimos las lavaplatos”, dice una de ellas, al tiempo que guiña el ojo.

Voluntarias y solidarias

mujeres-bomberos-9Es necesaria una profunda vocación solidaria y de servicio para golpear las puertas del cuartel de Bomberos Voluntarios y empezar el entrenamiento. Si esa vocación crece y se mantiene fuerte, es probable que, muchos años después, pueda contarse qué se sintió durante el primer viaje en el autobomba, camino a socorrer un incendio.

“Ser bombero va un poco más allá del simple deseo de ayudar. Para eso hay otros lugares. Ser bombero es un compromiso de tiempo completo, se es bombero todo el tiempo, si hay un incendio grave y te convocan del cuartel, vos tenés que dejar todo y presentarte. Además hay que estudiar, capacitarse todo el tiempo, ejercitar. La vida pasa por esta profesión”. La que habla es Verónica, quien ya hace 9 años que es parte del cuerpo de Bomberos Voluntarios de Rosario.

Mucha gente pensaría que no hay muchas mujeres en los cuarteles, pero no es así. Hay un número importante, aunque es probable que, en proporción, sólo representen cerca del 20% de los integrantes de la fuerza. Es probable también que, desde el prejuicio, se piense que no es un oficio para mujeres, no sólo por una cuestión física, sino porque insume la mayor parte del tiempo de la vida de los voluntarios.

Las chicas se ríen de eso. “A veces no es fácil, no todos lo entienden y aparecen reclamos de todos lados. Gran parte de nuestra vida está dentro del cuartel. Aquí pasamos las fiestas, los cumpleaños, los feriados, pero esa es nuestra decisión. Podríamos no hacerlo, pero es lo que elegimos, y lo hacemos con el alma. Sino mujeres-bomberos-8no estaríamos satisfechas”.

Romina se encarga de señalar que dentro del cuartel no hay diferencias de género. “Acá nosotros hacemos todo, si no podemos, en última instancia vamos a pedir ayuda, aunque somos bastante duras para eso. Pero no existe esto de que ‘Ay, soy mujer y esto no lo hago’. Acá somos todos bomberos y tenemos el mismo entrenamiento, las mismas exigencias y obligaciones. Después se ve en qué cuestiones se puede aprovechar el recurso y las características físicas de cada uno, pero no tiene que ver con ser hombre o mujer”.

mujeres-bomberos-7Para Clarisa, del cuartel de Bomberos Voluntarios de Granadero Baigorria, es exactamente igual: “Acá somos todos bomberos y compañeros, cada uno se especializa para lo que está más apto.  Ese es el límite. Yo estoy en la familia bomberil desde que nací, ya que mi papá era bombero. Es cierto que a veces es difícil de entender para los demás que uno no tiene horarios y que la vida pasa por acá, sobre todo para las familias. Pero nosotros estamos porque sentimos que lo que hacemos es importante para servir a la comunidad. Pero cuando yo me gradué, el casco me lo dio mi viejo. Y él estaba muy orgulloso, y acá soy uno más”.

Las guardias son de 12 horas, y algunas de las chicas también cumplen funciones de instructoras y capacitadoras, así que la dedicación es total.

Griselda, la más silenciosa del cuartel de Rosario, hace 19 años que forma parte de los Voluntarios. Tiene dos hijos, de 14 y 19 años, aunque reconoce que “el que más reprocha es Fontana”, y sonríe mientras nombra a su marido. Al igual que Verónica, cuya hija tiene 18 años, y debe ocuparse de las arduas tareas que implican llevar una casa adelante. “Somos amas de casa, por supuesto, hacemos todo, cocinamos, lavamos, planeamos…”. Además, ambas trabajan fuera del hogar, una como telefonista, la otra como empleada doméstica.

Romina, de 27, y Luciana, de 24, son hermanas, y su papá, hermanos, tíos y primos pertenecen o han pertenecido a la fuerza. Como si lo llevaran en la sangre. Sin embargo, Luciana lo niega, y aclara que ella no quería saber nada con el tema. De hecho, odiaba todo lo que tenía que ver con los bomberos. “Tal vez porque mis papás estaban separados y yo pensaba que esto le quitaba demasiado tiempo a mi viejo”. Romina, por su parte, reconoce haber entrado a los Bomberos para pasar más tiempo con su papá. Esa fue su razón fundamental.

mujeres-bomberos-1Cada una, con sus diferencias y similitudes, hablan con pasión de lo que hacen. Cuentan que a veces se hace duro y que hay que dejar muchas cosas en el camino. “Pero no hay lugar para la culpa», dice Verónica. Y agrega: «Yo trato de estar presente para mi hija, de no fallarle y de acompañarla en todo, a veces se puede y a veces no. Pero siempre pienso que lo que hago es para un bien mayor, y si a ella le pasara algo, yo quisiera que hubiese alguien para cuidarla, como nosotros hacemos con otros. La satisfacción más grande es poder ayudar, contener, y ver el agradecimiento reflejado en la cara de alguien”.

Todas han tenido una experiencia que las ha marcado. El fantasma de la tragedia de calle Salta las sobrevuela a todas y hacen referencia a ello. Pero otros fuegos también las han marcado. Clarisa habla del incendio de fines de 2015 en Bunge, en San Jerónimo Sud: “Era un incendio inmenso, y veía los hierros retorcidos y el olor a cereal quemado que me asfixiaba. Por momentos el miedo aparece”.

Por su parte, Verónica recuerda con dolor el fuego en la fábrica Gemplast, que se llevó las fuentes laborales de tanta gente, y los ojos de Romina se ensombrecen al recordar un incendio en una casa en la que falleció una madre junto a sus tres hijos: “En el momento, tuve la cabeza fría, pero unos meses después, empecé a soñar con eso, a veces la mente es como un hormiguero, llena de laberintos”.

Luego la conversación sigue, y al recordar sus primeras salidas y temores, reaparecen las bromas y las risas. Hablan de la sensación de subir al autobomba y escuchar la sirena. “Eso te eriza la piel -exclama Luciana-, y también ver los autos, que se van abriendo para darte paso… cada vez que salimos, voy con la cabeza pegada al vidrio para verlo”.

Cada una de ellas señala que lo mejor que tiene el oficio son los lazos, que crecen día a día, el caminomujeres-bomberos-11 recorrido y lo aprendido. Clarisa lo refleja casi poéticamente: “Te queda el aprendizaje. Te queda también ese sentimiento amargo de las tragedias en las que uno ha estado, pero eso se compensa con el saber que uno estuvo allí y pudo ayudar a salvar vidas».

Dejan sus historias, suben a sus taxis, vuelven a su cuarteles, a sus responsabilidades, a la vida, que se construye viajando solas, teniendo hijos, con o sin hombres que acompañen, amamantando, trabajando hasta cualquier hora para brindarle a esos hijos todo lo que necesitan, sintiendo  culpa por ello, denunciando, siendo amas de casa, taxistas, doctoras, abogadas, periodistas, empleadas, mucamas, fotógrafas, madres, enfermeras, bomberas, saliendo a la calle, dando la pelea palmo a palmo, por sí mismas y por los demás.