Por Hermes Lavallén

Si hubiese que enumerar algunas características de las personas que a lo largo de la historia han producido los más importantes conocimientos médicos, seguramente mencionaríamos su capacidad de observación, razonamiento lógico y una importante cuota de perseverancia. Durante su vida, John Snow encarnó fielmente todas estas virtudes. Cercano a cumplirse 150 años de su muerte, es recordado en el mundo entero por haber sido un destacado anestesiólogo, más sobre todo, por haber sido un brillante epidemiólogo, al punto de ser considerado el padre de epidemiología moderna. El presente artículo trae a la memoria aspectos relevantes de su vida y de su vigente legado académico.

John Snow nació en la ciudad de York, Inglaterra, hacia finales del invierno de 1813.

Fue el primogénito de Francis y William Snow, un matrimonio de clase media-baja. A la edad de 14 años, con la firme intención de ser médico, se convirtió en aprendiz de William Hardcastle, un cirujano-farmacéutico residente en Newcastle, iniciando así un estricto período de formación de cinco años. A los 17 años, el joven Snow tuvo contacto con la primera de una serie de epidemias de una mortífera enfermedad, el cólera, durante la cual atendió a numerosos enfermos de la aldea minera de Killings-worth, experiencia que marcaría para siempre su trabajo como médico e investigador.

Terminado su aprendizaje, en 1836 se trasladó a Londres y se matriculó en el Hunterian School of Medicine (f. 1769). Durante sus años como estudiante de medicina comenzó a mostrar un agudo sentido de observación, especialmente, en las guardias que realizaba en el Westminster Hospital. Alarmado por las enfermedades que afectaban a los estudiantes que practicaban autopsias en cadáveres, Snow diseñó una serie de experimentos que demostraron la toxicidad producida por la inhalación de vapor de arsénico, metaloide utilizado para la conservación de cadáveres.

En 1844, obtuvo su grado de Doctor en Medicina por la Universidad de Londres, estableciendo su consulta de cirujano y médico general en la céntrica zona londinense de Soho. Siempre atraído por la investigación, estudió intensamente la respiración y la asfixia, así como el comportamiento físico y químico de los gases, con especial énfasis en los gases anestésicos y su aplicación a mujeres durante el parto. Para aquel entonces, la administración de anestesia era bastante insegura debido al escaso conocimiento acerca de las propiedades farmacológicas de los gases y su errática administración. Snow diseñó un dispositivo de administración de éter y escribió una guía práctica para su uso, transformándose al poco tiempo en uno de los más prestigiosos anestesiólogos del Reino Unido. Entre sus pacientes más importantes figuró la Reina Victoria, a quien suministró analgesia con cloroformo durante el parto del príncipe Leopoldo (1853) y de la princesa Beatriz (1856). Sin embargo, no sería la anestesiología la disciplina que le daría un sitial en la historia de la medicina, sino más bien un área muy diferente, la epidemiología