Por Alejandro Maidana

Los «desechables» siguen gritando su dolor y abandono, la cosecha espinosa de historias de vida que abrazan experiencias aterradoras, siguen aflorando como la desidia de aquellos que cuentan con la impunidad necesaria para envenenar el destino de los pueblos.

Mientras el mundo gime, la naturaleza agoniza, la avaricia de una raza tan destructiva como deleznable, sigue su curso afianzando prácticas criminales para una biodiversidad que se apaga. Atrás han quedado los eslóganes, ya se nos olvidó eso de avanzar hacia un planeta tierra más sustentable y amigable con el entorno. El gran capital sigue siendo el titiritero de un país que se arrastra hacia los pies de quienes de manera impiadosa, doblegan sus apuestas convirtiéndonos a todos en ratas de un laboratorio que sigue operando a cielo abierto.

No hay más tiempo para dedicarle a un debate que debería estar perimido hacia décadas, los impactos del modelo agrario industrial extractivista están a la vista. Pero claro, no hay peor ciego que el que no quiere ver, y es allí donde la clase política utiliza unas cojudas anteojeras para evitar mirar hacia los costados, hacia las riberas donde pululan los rotos, los desechables, en definitiva, donde se ubica la enorme mayoría aletargada.

Ulma Báez, una valiente mujer que decidió romper el silencio

Treinta años atrás Ulma llegaría con su compañero de vida desde Buenos Aires para anclarse en Colonia Santa Ana, distante a solo 26 km de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Una pintoresca casa de campo de más de 100 años de antigüedad a la que bautizarían como “El Paraíso”, se convertiría en su lugar en el mundo, atrás había quedado aquella vorágine que imprime las grandes metrópolis.

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Pero aquella tranquilidad que supo cobijarlos en los primeros años, chocaría con una realidad que mutaría adquiriendo el peor de sus rostros con la llegada del paquete tecnológico de un modelo productivo ecocida. “Eran tiempos hermosos, donde disfrutábamos de nuestros árboles frutales, de la quinta colorida que cuidaba mi marido, los animales que criábamos y muchos hijos del corazón que ayudamos a crecer y a consolidarse como personas”, cuenta Ulma en una conmovedora charla con Conclusión.

Trigo, lino, maíz y girasol supieron brindarle color a los campos, hasta que llegaría el tan mentado boom de la soja y junto a él, las violentas fumigaciones aéreas sin importar las condiciones climáticas reinantes

El campo lindero mostraba en aquellos tiempos felices, una rotación de cultivos que referenciaba con claridad que otro tipo de siembras era posible. “Trigo, lino, maíz y girasol supieron brindarle color a los campos, hasta que llegaría el tan mentado boom de la soja y junto a él, las violentas fumigaciones aéreas sin importar las condiciones climáticas reinantes. Antes las aspersiones eran esporádicas, para pasar a ser mucho más continuas, el fuerte olor se adueñaba de la casa, importándole poco al productor que frente a la misma se encontrase una escuela”.

En cada hogar de Colonia Santa Ana hay una persona con cáncer

La necesidad de unirse en el reclamo junto a docentes, alumnos y comunidad educativa, empujó a solicitar una serie de análisis bioquímicos para constatar el grado de contaminación al que se encontraban expuestos. “Por una obra misteriosa aquellos análisis se extraviaron, pero es preciso destacar que si se realiza un censo, se va a poder confirmar que en cada hogar de Colonia Santa Ana hay una persona con cáncer. Desgraciadamente yo soy una de las damnificadas, nos han llegado a fumigar a solo un metro de distancia, en ese momento no teníamos noción del impacto, hasta que empezamos con vómitos, diarrea y severas descomposturas, indicó.

Desgraciadamente el 22 de agosto del año pasado me informaron que tenía cáncer

Ulma es una mujer alérgica que creyó encontrar en el campo, ese que ya no es el mismo, ese lugar ideal para escaparle a los distintos problemas que vienen adheridos a la vida urbana. Durante cinco años sufrí de intensos dolores en las piernas, durante esos años recorrí distintas clínicas realizándome análisis, hasta que un día me decidí a preguntarle a un doctor en la ciudad de Paraná si lo que estaba padeciendo podía estar vinculado a las fumigaciones, la respuesta fue tajante, venite dentro de cinco años. Desgraciadamente el 22 de agosto del año pasado me informaron que tenía cáncer, destacando que en diciembre se cumplían los cinco años que el facultativo médico me había indicado, vaya paradoja”.

Soy la única vecina que alzó la voz en la Colonia, es difícil oponerse a las prácticas contaminantes en ese lugar ya que la mayoría siembra soja

Aquellos días del “paraíso” quedaron atrás, el paisaje que circunda aquel hogar que supo contener un sinfín de sueños, hoy se encuentra descolorido, apagado, se ha convertido en apenas un cuadro donde se expresa la <naturaleza muerta> en todo su esplendor. “No hay planta que haya podido mantenerse en pie, había un hermoso ombú que se secó y murió, es muy triste el panorama que hoy se puede contemplar. Soy la única vecina que alzó la voz en la Colonia, es difícil oponerse a las prácticas contaminantes en ese lugar ya que la mayoría siembra soja. En lo particular realizamos nuestra denuncia, pero todo quedó cajoneado, solicité que se realicen análisis a las plantas y al suelo, y tampoco accedieron. Recuerdo a la doctora Inés Piñero, una estoica luchadora contra las fumigaciones decirnos ustedes deben irse, ese lugar va a quedar contaminado por muchos años. Lamentablemente no le hicimos caso, ya que amábamos el lugar, y hoy me encuentro atravesando una dura enfermedad”, enfatizó la vecina fumigada.

Todo ha muerto en lo que supo ser mi quinta, las liebres ya no corren, ni vuelan las perdices

Ulma tuvo que desprenderse de aquel pedacito de tierra que tanto supo amar y valorar, una víctima más del agronegocio. Tuvimos que vender aquello que tanto amamos para vernos obligados a volver a Buenos Aires, si bien hoy nos encontramos en Concepción del Uruguay por los estudios médicos y la pandemia. Muchas fueron las vivencias que hemos dejado atrás, llegamos a hacer 54 kilos de dulces por año con peras, duraznos, ciruelas, higos entre otros. Árboles frutales que acompañaron nuestros días, hoy la fruta nace y se queda pegada al árbol donde luego se seca, todo ha muerto en lo que supo ser mi quinta, las liebres ya no corren, ni vuelan las perdices”.

En lo que mi respecta el cáncer atacó mis ganglios, supe tener el cuello tan hinchado que tocaba mi hombro

Cáncer linfático, es muy común y a la vez escalofriante, oír con asiduidad su presencia en aquellos que deben convivir con las fumigaciones del agro. “En lo que mí respecta el cáncer atacó mis ganglios, supe tener el cuello tan hinchado que tocaba mi hombro, días atrás terminé con mi tercera quimio, es por ello que estoy aguardando los pasos a seguir en mi tratamiento oncológico. Tengo muchos deseos de vivir, de volver a Buenos Aires donde me esperan mis hijos, mis nietos y bisnietos, si bien pude enfrentar al dueño del campo, hoy no le guardo rencor, quiero poner todas muy fuerzas en mi recuperación”, concluyó.

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De aquel paraíso que soñó Ulma ya no queda nada. La armonía que supo reinar en el lugar desapareció, el canto de los pájaros se perdió en el gruñir de los motores del avión fumigador, los frutales sucumbieron ante los venenos, el olorcito a pan casero que emanaba ese tan deseado horno de barro, pereció ante la opulencia de los químicos que comenzaron a gobernar el aire. Historias que atraviesan, que interpelan y nos empujan decidamente a repensar qué tipo de producción necesitamos. Debemos resignificar el campo, de lo contrario ya será muy tarde.

Marta Vergniaud, la docente que se animó a enfrentar el poder económico

La escuela Nº 30 “René Favoloro” de Colonia Santa Ana fue noticia tiempo atrás cuando fumigaron a tan solo 30 metros del establecimiento en donde había docentes, alumnos y mujeres embarazadas. Este siniestro suceso sería denunciado en el Ministerio de Salud de la Nación, ya que el mosquito fumigador de manera impiadosa asperjaría los potentes venenos del agro.

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“Colonia Santa Ana tiene en su punto más poblado una Iglesia, un salón multiuso, la escuela y frente a la misma, la casa centenaria de Ulma. En febrero del 2014 nos encontrábamos en plena mesa de examen, es decir había chicos, docentes y Alejandra, la ordenanza que se encontraba embarazada, cuando nos percatamos que en frente nuestro el mosquito fumigador se encontraba asperjando, cuenta Marta Vergniaud en diálogo con este medio.

En ese momento comenzamos a hacerle señas a quién manejaba el mosquito

Una situación desesperante que quedará marcada en la memoria de todas y todos aquellos que fueron testigos presenciales de la desidia en primera persona. En ese momento comenzamos a hacerle señas a quién manejaba el mosquito, y si bien la directora no se involucró, junto a un grupo de docentes cruzamos la calle que nos separaba del campo para solicitarle a esta persona el nombre del arrendatario, el mismo se negó a brindarnos esa información con la excusa que tenía que matar el gusano de la soja”.

De las 20 personas analizadas, 19 teníamos agrotóxicos en sangre

La abulia de la dirección del establecimiento escolar se fundía en la creciente incertidumbre que ganaba terreno entre los presentes. La directora no hizo nada, nosotros nos dirigimos a la comisaría de Talita que es la más cercana para radicar la denuncia, paso siguiente fue un llamado al Ministerio de Salud de la Nación. Eso fue todo lo que pudimos hacer en ese entonces, hasta que en noviembre del mismo año concurrimos a un congreso de escuelas fumigadas, allí me realizan un análisis junto a otras personas con reactivos de un laboratorio de La Plata. A raíz de los mismos, de las 20 personas analizadas, 19 teníamos agrotóxicos en sangre, es en ese momento donde decido iniciar un juicio por lo que me había sucedido, indicó Marta.

Un día ingresando a la escuela me descompensé debido a que habían matado con Roundup los yuyos que crecían alrededor de los tres cuerpos de la escuela

Lejos de culminar, la historia de la ahora docente jubilada, continuaría su turbulento curso. Lo que continuó fue una tarea de concientización para  padres y chicos que manipulaban envases de agrotóxicos, en torno a esto un día ingresando a la escuela me descompensé debido a que habían matado con Roundup los yuyos que crecían alrededor de los tres cuerpos de la escuela. En el año 2018 mi causa se archiva, solicito que se reactive aclarando que yo no perseguía dinero sino que se analizaran el agua y la tierra de la escuela. Al poco tiempo vienen del Instituto Nacional del Agua para extraer 29 muestras que supuestamente no arrojaron nada, tanto en el agua como en la tierra. Es imposible creer en esos estudios a sabiendas del profundo impacto que tuvo esa fumigación en la salud de Ulma y su familia, generando la muerte de plantas y animales”.

No te das una idea la cantidad de gente que ha muerto en esta zona por cáncer, la lucha contra la avaricia del hombre de campo es realmente muy intensa

Una enfermedad que sensibiliza hasta el más fuerte, una palabra que resuena de manera altisonante en aquellos terruños arrinconados por las fumigaciones. No te das una idea la cantidad de gente que ha muerto en esta zona por cáncer, la lucha contra la avaricia del hombre de campo es realmente muy intensa. Al día de hoy no tengo ningún síntoma, ya que realizo mucha actividad física, pero me es imposible olvidar las palabras de la infectóloga del hospital que un día me dijo que era imposible evitar cualquier tipo de desenlace que podría sucederse debido a los químicos que cargo en mi sangre. Esta misma mujer solicitó en su momento análisis para gran parte de la población del lugar, pero lamentablemente esas muestras nunca llegaron, vaya una a saber porque”.

Lo que tenemos que empezar a preguntarnos es que si este modelo de producción no cambia estamos perdidos

Por último Marta Vergniaud dijo que no se puede discutir más sobre la letalidad de los agrotóxicos, eso está fuera de toda discusión. Lo que tenemos que empezar a preguntarnos es que si este modelo de producción no cambia estamos perdidos, como puede ser posible que la avaricia del hombre lo lleve a matar a su propia cría, y digo esto porque el productor que fumigó los campos de Ulma tiene su casa allí, tiene sus hijos allí, y dos de sus hijas fueron alumnas mías. Debemos repensar qué futuro queremos para las generaciones venideras”.