Cinco pesticidas utilizados en la actividad agrícola, entre ellos el conocido «glifosato», fueron declarados como cancerígenos «posibles» o «probables» por la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

«Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos (linfoma no Hodgkin)», dice el informe científico publicado en una revista especializada de tirada internacional.

Y por otra parte, la investigación indica que el herbicida «también causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas», según el sumario con las evaluaciones finales publicado por la IARC en la revista «The Lancet Oncology».

En nuestro país el Grupo de Genética y Mutagénesis Ambiental (GEMA), investigadores de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC), confirmaron con estudios en personas y animales las consecuencias sanitarias del modelo agropecuario. Glifosato, endosulfan, atrazina, cipermetrina y clorpirifós son algunos de los agroquímicos perjudiciales. “La vinculación existente entre daño genético y cáncer es clara”, afirmó Fernando Mañas, investigador de la UNRC.

Quince publicaciones científicas realizadas durante ocho años de investigaciones establecíó que los agroquímicos generan daño genético y conllevan mayores probabilidades de contraer cáncer, sufrir abortos espontáneos y nacimientos con malformaciones.

Una publicación científica de la revista Toxicología Ambiental y Farmacología de Holanda, lleva en su portada una enunciación temible: “La genotoxicidad del glifosato evaluada por el ensayo cometa y pruebas citogenéticas”. La investigación, específíca  el efecto genotóxico, es decir el daño producido sobre el material genético del glifosato en células humanas y de ratones. Incluso, se confirmó daño genético en células humanas con dósis de glifosato en concentraciones hasta veinte veces inferiores a las que se utilizan usualmente en las fumigaciones en el campo.

Otra publicación que compromete seriamente la reputación de los defensores del glifosato es la que edita la revista Ecotoxicología y Seguridad Ambiental (de EE.UU.) y que rescata la investigacion realizada popr la universidad pública que  desarrolla una investigacion que se llama “Genotoxicidad del AMPA (metabolito ambiental del glifosato), evaluada por el ensayo cometa y pruebas citogenéticas”.

El AMPA es el principal derivado de la degradación del glifosato (el herbicida se transforma, principalmente por acción de enzimas bacterianas del suelo, en AMPA). Del resultado de las investigaciones se desprende la confirmación que el AMPA aumentó el daño en el ADN en cultivos celulares y en cromosomas en cultivos de sangre humana, es decir se «ha demostrado tener tanta o mayor capacidad genotóxica que su molécula parental, el glifosato”, afirma la investigación de la universidad pública.

“En diversas investigaciones confirmamos daños genéticos en personas expuestas a agroquímicos. El daño cromosómico que vimos indica quién tiene más riesgo de padecer cáncer, a mediano y largo plazo. También otras enfermedades cardiovasculares, malformaciones, abortos”, fundamento Fernando Mañas, doctor en Ciencias Biológicas del equipo de la UNRC.

Fernando Mañas coordina junto Delia Aiassa desde 2006 el grupo de investigación que abordó la temática. Por medio de un enfoque multidisciplinario compuesto por biólogos, veterinarios, microbiólogos, psicopedagogos, veterinarios y abogados, trabajan un eje común sobre los efectos de la exposición a sustancias químicas sobre la salud humana, ambiental, animal. E investigan poblaciones expuestas a agroquímicos, estudian los cromosomas, el ADN y el funcionamiento del material genético.

La última investigación, de 2014, se realizó en niños de entre 5 y 12 años de Marcos Juárez y Oncativo (Córdoba), donde también se encontró un aumento en el daño en el material genético de los niños.

Explican que los estudios en cromosomas son sobre material genético. Hallaron altos niveles de daños genéticos en personas expuestas a agroquímicos. El daño en cromosomas (material genético) alerta que la persona está en riesgo de desarrollar algunas enfermedades. “A mayor daño genético, mayor probabilidad de cáncer”, afirmó Mañas.

Por su lado, una investigación del Laboratorio de Embriología Molecular a cargo del profesor Andrés Carrasco, que funciona dentro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) afirma que «el glifosato, herbicida clave de la industria sojera, produce cáncer y malformaciones neuronales, cardíacas e intestinales»

Otra investigación que refuta la supuesta inocuidad del agroquímico y empezaría a explicar las apariciones de enfermos de cáncer —en un índice superior al normal— en distintas localidades de la Pampa Húmeda argentina donde los aviones fumigan muy cerca de las viviendas situadas al borde de las plantaciones.

En Europa y en Estados Unidos el glifosato tiene banda roja, y en la Argentina goza de banda verde, y se usa en 17 millones de hectáreas del país sembradas con soja, más del 50 por ciento del total de campos cultivados de todo el territorio nacional, ¿por qué? Se pregunta Andrés Carrasco, biólogo e investigar principal de Conicet con varias décadas de trayectoria.

Carrasco afirma que los productores de soja «usan un paquete tecnológico que incluye una semilla transgénica y un agrotóxico» y agrega que «en el hemisferio norte se vienen ajustando las calificaciones de toxicidad del producto, en nuestros pueblos del interior de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, entre otras provincias, vemos cómo aumentan desproporcionadamente los casos de cáncer en pequeñas poblaciones, como sucede en Viña (partido de Arrecifes, provincia de Buenos Aires) donde tenemos 40 personas enfermas con cáncer sobre una población de 500 habitantes».

Este herbicida es el de mayor volumen de producción global de todos los pesticidas y se utiliza sobre todo en la agricultura: en la Argentina es comercializado para combatir las plagas que afectan a las miles de hectáreas plantadas con soja cada año.

Su uso se disparó a partir del desarrollo de cosechas modificadas genéticamente para hacerlas precisamente resistentes al uso de este agente y en el país se masificó la venta con el boom sojero.

El herbicida glifosato (sustancia activa del Roundup, uno de los agrotóxicos más vendidos en todo el mundo) y los insecticidas diazinón y malatión han sido clasificados como «probablemente cancerígenos para los humanos».

Los insecticidas tetraclorvinfos y paratión también fueron designados como «posiblemente cancerígenos para el ser humano» por esta agencia, con sede en la ciudad francesa de Lyon y dependiente de la Organización Mundial de la Salud, organismo de la ONU.

Tras la realización de una serie de pruebas, estos dos últimos productos entraron en el llamado Grupo 2B establecido por la IARC al hallarse «evidencias convincentes» de que esos agentes causaron cáncer a animales de laboratorio.

El tetraclorvinfos está prohibido en la Unión Europea, aunque en los Estados Unidos continúa usándose incluso en mascotas, y el uso de paratión está muy restringido desde los años 80 del pasado siglo.

El insecticida malatión, por su parte, ingresó en el Grupo 2A por las «evidencias limitadas» de que produciría linfoma no-Hodgkin y cáncer de próstata en humanos, según recogen estudios realizados en agricultores de Estados Unidos, Canadá y Suecia publicados desde 2001.

Este agente se usa en la agricultura y se produce en grandes cantidades en todo el mundo, aunque la exposición de la población es baja y sucede principalmente en residencias cercanas a áreas en las que se ha utilizado.

El diazinón es «probablemente cancerígeno» al haber «evidencia limitada» de su relación con la aparición de linfoma no-Hodgkin y cáncer de pulmón en quienes se han visto expuestos a él, según estudios realizados en EEUU y Canadá.

Existe una «fuerte evidencia» de que el diazinón indujo daños sobre el ADN o sobre los cromosomas.

Se ha utilizado normalmente en agricultura y para el control de insectos caseros y de jardín, aunque su volumen de producción es relativamente bajo, especialmente después de las restricciones que entraron en vigor en 2006 en EEUU y la UE.