Por Alejandra Ojeda Garnero

“El dolor es una tortura eterna”. En esa frase resumen el sentimiento que causa la pérdida de un ser querido. Padres, madres, hermanos, primos, hijos, sobrinos, amigos, compañeros de trabajo, del colegio, de la vida, lloran a sus seres queridos sin consuelo y más aún cuando recuerdan su sonrisa, su compromiso, sus proyectos, sus enojos, las diferencias, las coincidencias, los momentos compartidos, la alegría, en definitiva “la vida”, que les fue arrebatada y en un segundo nada volvió a ser igual.

Los interlocutores son familiares que a pesar del dolor continúan su lucha para encontrar un poco de paz frente a tanto dolor, para seguir viviendo y sobre todo para buscar justicia “por nuestros muertos” y que los culpables “paguen por lo que hicieron”, remarcan.

La vida golpea fuerte en muchas ocasiones, “pero la pérdida de un hijo o un hermano es irreparable”, describen María Elena, mamá de Jonatan Herrera; Martín, hermano de Mauricio Brandán y Enrique, papá de Mariano Bertini.

Todos ellos murieron en el marco de un hecho de inseguridad, y estas son sus historias, quienes fueron, quienes querían ser y quienes ya no serán porque alguien arbitrariamente y sin ningún motivo decidió poner fin a esa historia.

Jonatan Herrera tenía 22 años, lo mataron el 4 de enero de 2015 en barrio La Tablada cuando cuatro agentes de la Policía de Acción Táctica observaron una persecución policial, bajaron de un colectivo y comenzaron a disparar a mansalva. Jonatan estaba lavando el auto en la puerta de la casa y tres disparos mortales terminaron con su vida.

Pero no sólo terminaron con su vida, sino con la vida de toda la familia, compuesta por al menos unos cincuenta integrantes, entre abuelos, madres, padres, hermanos, primos, sobrinos, tíos que todos los domingos se reunían a compartir hermosos momentos que ya no volverán a ser los mismos.

María Elena no puede contener las lágrimas al hablar de su hijo. “Jonatan era un ejemplo para mucha gente, para muchos chicos, eso lo supe después de lo que pasó. Las personas que lo conocían me dicen que el siempre los aconsejaba para que estudien y salgan adelante”.

La numerosa familia Herrera tiene un origen humilde, “pero somos gente de trabajo, mi hijo no era un delincuente, era un chico que estudiaba y trabajaba y siempre estaba pendiente que no nos faltara nada”.

Luego de graduarse en la escuela Naval, logró ingresar a trabajar a una conocida tienda de la ciudad “y estaba muy contento, cuando lo mataron hacía quince días que estaba trabajando en Falabella y al día siguiente (a la muerte) tenía que cobrar su sueldo”, contó María Elena.

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María Elena Herrera

La vida cambió para toda la familia, que está integrada por María Elena, su pareja Marcelo, que la ayudó a criar a los más grandes, Julieta que hoy tiene 26 años, a los mellizos Jonatan, a quien mataron a los 22  y Nahuel que hoy tiene 24; Nadia de 22 y Rodrigo de 18; y con quien tiene cuatro hijos más, Leandro de 17, Lautaro de 16, Juan de 14 y Martín de 13. En total, eran nueve hermanos, hoy quedan ocho y el dolor de la ausencia es insoportable.

“Para el mellizo fue terrible, porque él estaba cuando pasó todo. Desde ese momento sufre ataques de epilepsia. A todos los más chicos les afectó de distintas maneras. Tienen ataques de llanto, de gritos, pesadillas o se encierran a escuchar la música que le gustaba a Jonatan. Otros sienten su presencia y todavía esperan que atraviese la puerta como siempre son su sonrisa y la alegría que lo caracterizaba”, graficó Julieta, la mayor de los hermanos.

Su forma de ser le hizo ganar muchos amigos, “era un chico muy querido, lo supe después que lo mataron. En todas partes me felicitaban por lo que era mi hijo. En la escuela pintaron un mural para homenajearlo y eso me llena de orgullo a pesar del dolor de no tenerlo más conmigo”, aseguró María Elena.

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El mural está en Virasoro y Buenos Aires

Así nació el lema “Basta de matar a nuestros alumnos”, impulsado por el preceptor de la escuela que siempre decía “Jonatan era ochenta kilos de buena persona”, graficó María Elena.

Los proyectos quedaron truncos contó su madre, “Jonatan ya se había anotado para estudiar radiología. Y también tenía pensado rendir para entrar en la Armada. Siempre trataba de hacer cosas para progresar y aconsejaba a sus amigos para que hicieran lo mismo. Y así lo recuerdan todos”.

Quien no podrá tener un recuerdo vívido de Jonatan es su hijo, que tenía apenas un mes y medio cuando mataron a su padre. Producto de una relación que ya había terminado seis meses antes de la muerte, nació el pequeño, a quien reconoció y le dio todo cuanto pudo.

“El recuerdo nos llena de orgullo, pero la ausencia es insoportable. Lo único que buscamos es Justicia y que los culpables paguen por lo que hicieron”, sentenciaron.

Las historias no terminan. Otro hecho similar, las mismas causas, las mismas consecuencias y todo sigue igual.

Mauricio Brandán tenía 32 años y “una vida sin proyectos a largo plazo. Vivía el día a día, siempre con una sonrisa y con la chispa de hacer reír a quien se  cruzara en su camino”, así lo describió su hermano Martín quien tuvo que, a la fuerza, convertirse en el sostén de la familia “que quedó destruida después del asesinato de mi hermano”.

La vida de Mauricio se apagó el 26 de septiembre de 2015, en manos de un delincuente que junto a tres cómplices ingresaron al local de ropa que tenía con su hermano mayor en zona oeste y luego de robarle la billetera, el celular y algo de mercadería le dispararon a sangre fría, aunque la víctima nunca se resistió.

Una familia típica, con descendencia italiana compuesta por el matrimonio, José y Graciela y sus tres hijos. Cristian, el mayor de los tres hermanos y el más parecido a su padre en el carácter y temperamento, quien ya formó su familia y tiene dos hijos. Le sigue Martín, el del medio, que como es habitual en la mayoría de las familias, es en apariencia el más fuerte pero a la vez el más abnegado, y quien más cerca estaba de Mauricio.

“Nosotros éramos una familia normal, como cualquier otra. Estábamos siempre juntos, a pesar de las diferencias que existen en todas las familias, nos reuníamos a comer los domingos, bien a la italiana. El almuerzo era el momento de encuentro de todos, aunque cada uno tenía su vida independiente, sus trabajos, la reunión familiar y el compartir era sagrado”, rememoró Martín.

Martín Brandán

Martín Brandán

“La muerte de Mauricio  nos causó mucho desorden a todos, hoy lidiamos con muchas cosas que no se las deseo a nadie. Ver a mi mamá encerrada en su pieza rodeada de fotos de mi hermano y llorando, es terrible, es lo más triste que te puede pasar”, contó el hermano de Mauricio.

Superar la perdida se hace cuesta arriba, “trato de ponerme en blanco y estar tranquilo porque esto te lleva a hacer cualquier locura. Te deja toda una familia destruida, es como un rompecabezas que no sabés por dónde empezar a  armar”, graficó Martín.

“Él tenía la virtud de hacer reír a todo el mundo, siempre te sacaba una sonrisa. Dejó un vacío enorme en la familia. A veces me despierto y quiero pensar que es un sueño, que no me está pasando a mí, no es fácil reponerse”, contó Martín para demostrar el inmenso dolor que ocasionó la pérdida de su hermano menor.

Si hay algo importante para Martín es buscar justicia por la muerte de su hermano y aseguró que “voy a luchar hasta el último día de mi vida para que los culpables paguen por lo que hicieron”, porque “mi familia está destruida, con tratamiento psicológico y medicados, pero no encontrás respuestas, queda un vació enorme que no llenás con nada”.

“Es una lucha constante, es agotador”, la usencia de Mauricio dejó un vació muy grande en muchos lugares “sus amigos están todos bajo tratamiento”.

A diferencia de otras personas, “Mauricio no tenía objetivos en la vida, él vivía el día a día, siempre con una sonrisa, vivía como él quería, disfrutaba, un día estaba acá otro día allá. Nosotros discutíamos mucho, porque salía, faltaba al trabajo y lo retaba siempre”, pero a pesar de las diferencias y el carácter fuerte de Martín lograron compartir los últimos años de su vida en armonía porque “en después me decía que tenía razón y comenzamos a tener proyectos juntos”.

“Mis padres no tienen consuelo, y trato de llevarle a mi hijo para darles una razón para que los movilice, la familia quedó destruida”, aseguró Martín.

“Los últimos años lo vivimos muy unidos y hoy lo extraño mucho porque estábamos muy pendientes uno del otro y compartíamos muchas cosas, la música, ir a comer y esta pérdida dejó un vacío enorme”, y no es fácil encontrar consuelo para la familia.

“El caso de mi hermano no va a quedar impune, voy a hacer lo que tenga que hacer. No soy fácil de cansar y voy a llegar hasta las últimas consecuencias. Lo mataron en el mejor momento de su vida y no voy a parar. Voy a luchar hasta el último día de mi vida”, concluyó Martín.

El dolor no termina y la lista suma cada día una víctima más. Mariano Bertini fue asesinado el 15 de agosto de 2014 cuando su padre ingresaba a su casa y el bajó de su habitación para ayudarlo a cerrar el portón. En ese momento dos delincuentes armados intentaron asaltar a su padre y luego le dispararon en la cabeza.

Después de vivir una tragedia de tal magnitud, como es la pérdida de un hijo “hay un quiebre en la vida de una persona”, explica su padre Enrique.

La situación es tan abrumadora que es necesario buscar una salida alternativa para mitigar tanto dolor y “en mi caso tomé la postura de empezar a leer, estar informado y participar para mejorar algo”.

“Uno toma conciencia después que le pasa, es como que hay dos vidas paralelas y uno sólo ve una”, graficó Enrique.

La familia estaba conformada por el matrimonio y tres hijos, Mariano que al momento de su asesinato tenía 22 años, Patricio que hoy tiene 22 y Valentina de 16. “Éramos una familia como cualquier otra, que vivíamos una vida ideal, de trabajo, de estudio, de salir con amigos y muy de cuento de hadas. Un grupo muy unido, no sólo el grupo familiar sino con el resto de la familia. De reunirnos los domingos y compartir”.

A pesar de las diferencias normales que existen en todas las familias “vivíamos muy aislados en un mundo ideal”.

Enrique Bertini

Enrique Bertini

Mariano estudiaba en ingeniería industrial y participaba en otras actividades sociales, además le gustaba tocar la guitarra, pero a pesar “de no estar de acuerdo, porque para un padre que un hijo toque la guitarra y non estudie es pecaminoso, pero lo apoyé y tocaba muy bien, para él era muy importante”.

A diferencia de su padre, Mariano tenía una parte humana y se involucraba en actividades sociales, así “se vinculó con la fundación El desafío quienes instalaron minibliotecas en el parque España y la frase que le pegaban a las bibliotecas le pusieron la frase que fue elegida por Mariano “Por un mundo mejor”, contó con orgullo el padre.

Las anécdotas son interminables, “él ya marcaba una veta social y humana muy importante” que a veces como padres no entendemos, “queremos que sean una proyección nuestra” y no es así.

“Cuando nos pasó esto yo estaba en paz con él, porque no es fácil ser padres de adolescentes y él era un poco rebelde. Pero pudimos superar las diferencias y estábamos bien”.

La pérdida de un hijo es irreparable e incomprensible, y no fue distinto para la familia Bertini, los cambios fueron profundos porque “volví a la fe cristiana que tenía olvidada, nos mudamos de casa y tratamos que la herida vaya cicatrizando y sobrellevar el día a día como se puede”.

Enrique recuerda a su hijo y no puede evitar las lágrimas porque Mariano “era un chico al que todos describen como un amigo de todos y que no tiene problemas con nadie, un chico de buen corazón”.

A pesar del dolor, Enrique hace hincapié en que “es necesario que la sociedad participe, porque los  cambios no viene  solos, es necesario que el ciudadano tome conciencia y participe de cualquier forma para poder generar cambios reales”.

La pérdida de un ser querido, el dolor, el vacío y la impotencia de tener que aceptar una situación que saben es irreversible, todos los familiares de víctimas, que también se consideran víctimas, coinciden en que es necesario participar y hacer reclamos para modificar la realidad. “La pérdida te cambia el calendario, empezás a contar desde el momento del hecho».

En todos los casos la pérdida es irreparable, pero todos coinciden en que necesitan una respuesta de la Justicia para encontrar un poco de paz, que los asesinos paguen por lo que hicieron.