Por Alejandro Maidana

“La tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la codicia de cada hombre” Mahatma Gandhi.

De manera insistente y sin doblegarse, el camino estoico del debate sobre la soberanía alimentaria, avanza profundizando la necesidad de transformar aquellas matrices productivas que atentan contra las mayorías. La alimentación pensada como un derecho y no como la deshumanizante mercancía de los grupos económicos.

Resulta una quimera intentar graficar un mundo nuevo con el sostenimiento de viejas cadenas que no nos permitan participar en la definición de política agraria. Priorizar la producción agrícola local para alimentar a la población, el acceso del campesinado (el verdadero campo que produce alimento y no commodities) y los sin tierra a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito.

Si bien la aparición del covid-19 a nivel mundial parece haber pateado el tablero económico, los hilos siguen siendo manejados por los grupos concentrados de poder que lejos de sentirse arrinconados, han apostado en muchos de los casos, a maquillarse detrás del denominado “capitalismo verde”. Pero claro, el cambio de paradigma no debe incluirlos, el nuevo horizonte debe traer aparejado la protección e impulso de la producción local, regional, frente a un modelo agroexportador que no se quedará de brazos cruzados.

Te puede interesar: Desvío a la Raíz: un lugar en donde la agricultura ancestral rebrota

Un mundo donde quepan muchos mundos, una tierra en donde las semillas modificadas genéticamente le den paso nuevamente a la simiente, donde el suelo vuelva a respirar y a convertirse en ese vientre cobijador de una biodiversidad avasallada. Las organizaciones campesinas avanzan, no se detienen, profundizan el debate, educan, y si bien buscan ser desarticuladas en su conjunto, el tiempo de la agroecología y la autonomía, terminará por imponerse, más temprano que tarde.

Con la intención de conocer más detalles sobre la importancia de avanzar hacia la emancipadora soberanía alimentaria Conclusión dialogó con Marta Sánchez, economista social con experiencia en agroecología (maestría en la Universidad de CBA, España, y docente) quién gentilmente compartió sus conocimientos allanando el terreno del saber.

Para poder repensar qué tipo de producción agrícola necesitamos, es menester poder definir de que se trata la soberanía alimentaria.

– A mí me gusta mucho de todas las definiciones existentes, la que tiene la Vía Campesina Internacional, que la define como el derecho de los pueblos y comunidades a definir su propia política alimentaria, que sea ecológica, social, económica y culturalmente apropiada, según sus circunstancias y reclamando la alimentación como derecho.

Como verás, se trata de una definición bien política, que engloba un montón de aristas y no solo la seguridad alimentaria como plantea por ejemplo la FAO, que solo hace referencia al acceso físico y económico a los alimentos inocuos, sino que parte de una definición mucho más política y transformadora. Para mí eso es la soberanía alimentaria y la agroeocología como propuesta, apunta justamente a conseguir la mencionada soberanía de una comunidad o de un territorio. En este sentido, si uno piensa en términos de alimentación, esta definición de soberanía alimentaria está planteando el derecho de todo ser humano a una alimentación sana, nutritiva y social y culturalmente apropiada a sus circunstancias, lo que le brinda una herramienta sumamente poderosa al individuo para definir su propia política alimentaria para llamarla de alguna manera.

– Si tomamos como referencia la anterior definición, es menester realizar una pregunta ¿Existe soberanía alimentaria bajo el contexto de “normalidad”, o bajo este contexto de pandemia?

– La respuesta a las dos es un rotundo NO, es más, lo que evidenció la pandemia fue de alguna manera poner en jaque lo que ya estaba bastante en evidencia, que es que dependemos de una especie de superestructura de una cadena global de suministros.

Te puede interesar: El otro campo toma la palabra 

En el tema alimentario, son los grupos económicos que deciden qué comemos, a qué precio, en dónde encontramos lo que comemos, y encima suelen ser alimentos que vienen atravesando grandes distancias que se conocen como alimentos kilométricos, con grandes impactos sociales y ambientales, además de estar poco procesados y no ser nutritivos, en fin, éstas son las variables del sistema alimentario del cual estamos insertos. Como te decía, en este contexto de pandemia, esta dependencia se evidenció muchísimo más, ya que carecemos de toda autonomía con respecto a lo que comemos.

– Frente a esta dependencia a la que haces referencia ¿Son las personas citadinas la que sufren el mayor impacto?

– Si bien todas las personas somos en mayor o menor medida dependientes, resulta mucho más visible en las ciudades, ya que se depende de los supermercados, shopping y tiendas en donde el manejo de los alimentos depende de estos grupos económicos concentrados, por ahí en los ámbitos rurales hay una mayor cercanía al acceso de los alimentos, incluso para determinar de dónde proceden los mismos, pero en las grandes ciudades y urbes se da una dependencia mayor. Frente a este contexto, mucho más puesto en evidencia y en jaque en la pandemia, lo que encontramos es la propuesta de la agroecología, que plantea justamente sistemas agroalimentarios locales, territorializados y que cuenten con una mayor autonomía.

– Cuando hablas de autonomía, referencias a los sistemas agroalimentarios locales y territorializados ¿Podrías explicitar los beneficios de los mismos?

– Lo que ellos hacen es articular la producción, la distribución y el consumo, generando una producción y consumo de cercanía, vinculando productores y consumidores en circuitos cortos, donde el consumidor conoce perfectamente el origen de lo que consume, sabe de dónde vienen, y que son de producción agroecológica, es decir, sin pesticidas que atenten contra la salud del ambiente y las personas. Por el lado de los productores, generan un vínculo de confianza con los consumidores, generando un circuito virtuoso.

En ese sentido, los sistemas agroalimentarios locales y circuitos cortos de la alimentación agroecológica, cuentan con muchísimas experiencias dentro del país. Lo que sucede es que están generalmente desarticuladas, son pocos visibles, en muchos casos se las invisibiliza por el poder endógeno que tienen esas experiencias, pero precisamente, al menos en mi país y en Cataluña, han cobrado mucha fuerza en este contexto, porque han permitido bajo la circunstancia del aislamiento social, vincularse de manera más directa entre productores y consumidores, revalorizando estas cadenas cortas en donde la importancia primordial es la salud de las personas con el vehículo del alimento como transmisor, y la salud del ambiente y de la economía de quienes integran esta cadena.

– Insistir en un cambio de paradigma en la manera de producir, nos conduce indudablemente a interpelar el presente y a complejizar la discusión ¿Coincidís en que esto deben ser algunos de los requisitos? 

– Como interrogante e interpelación, lo primero es pensar que deberíamos preguntarnos más a menudo, cual es el origen de lo que producimos y consumimos, y si es posible una transformación real de las formas en que se producen. Hoy tenemos tanto en Argentina como en otros países del mundo, una producción de alimentos con un manejo intensivo, con una producción convencional con mucho eje en los agrotóxicos, y con prácticas productivas que arrasan los suelos, degradan el ambiente y mitigan la biodiversidad.

Te puede interesar: ¿Es posible pensar en un nuevo mundo profundizando el extractivismo y la contaminación?

Estos grupos piensan la alimentación como una mercancía, no como un derecho. Por ello, creo que el desafío de la Argentina es repensar políticamente su matriz productiva que hoy es agroexportadora, para focalizarla en economías regionales, haciendo más foco en que las comunidades tengan más autonomía en garantizar sus propios alimentos.

– Si bien existe un consenso social en torno a esto, el Estado cumple un rol preponderante en el sostenimiento de la matriz agroexportadora ¿Se puede pensar al mismo marginando las rentas que provienen de dicho sector?

– El Estado como medida primordial debería fortalecer primero la seguridad alimentaria de las personas y comunidades, y tener como horizonte la soberanía alimentaria, que es un concepto más transgresor y ambicioso, pero que es a lo que debemos apuntar como comunidad, como civilización. Lo que hoy podemos percibir es una tensión permanente entre un Estado, que percibe rentas a partir de la agroexportación de commodities, que se cotizan muy alto de una manera especulativa, y que a priori redistribuye en políticas sociales, eso por un lado, por el otro, esa política tiene un alto costo, un alto precio desde lo social y ambiental. Allí nace el desafío de pensar políticas alimentarias más sostenibles desde el punto de vista humano, poniendo en el centro la vida. Desde ahí tenemos que pensar en políticas que garanticen que las personas organizadas en sus comunidades, en los distintos territorios, puedan tener libre acceso a los alimentos, producir los mismos y llegar a consumirlos. Claramente esa es una política alimentaria que no compromete la salud socioambiental, que hoy está en serio riesgo.