Por Alejandro Maidana

“Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios.” Eduardo Galeano.

Los presos, los privados no sólo de la libertad, aquellos que pelean por reinsertarse en una sociedad que ya le cercenó esa posibilidad cuando las suelas se gastaban en las calles, y no en el transitar errante de los pabellones. Qué mundo les espera fuera de esa comunidad tumbera conformada por los olvidados, los desechados, por los que siempre han pululado en los márgenes de un libro escrito por miserables embusteros.

Como supo decir Michel Foucault, “el tejido carcelario de la sociedad asegura, a la vez, las captaciones reales del cuerpo y su perpetua observación; es; por sus propiedades intrínsecas, el aparato de castigo más apropiado para la nueva economía del poder y el instrumento para la formación del saber que esta economía misma necesita”.

Por ello quienes transitan el encierro, esa enorme jaula deshumanizante facilitadora de un castigo cuasi medieval, son en su enorme mayoría hijos e hijas de trabajadores y personas vulneradas en todos sus derechos. No es casualidad que el estado diga presente dentro de las unidades carcelarias, y desaparezca en el afuera para darle paso a la consolidación de una violencia que no deja de eclosionar gracias a la profunda desigualdad.

Las preguntas siguen siendo las mismas desde hace décadas ¿Qué les depara el afuera a quienes deben purgar una condena? ¿Es posible pensar en la reinserción laboral cuando son pocos los que están dispuestos a tenderles una mano? En ese marco, son las mujeres quienes resultan doblemente  criminalizadas, ya que se trata de quienes llevan adelante la crianza de sus hijos, y las responsables de garantizar un plato de comida para los mismos cuando la libertad vuelve a hacerse presente.

La historia de Milagros es una de las tantas que se replican de manera incesante cuando es la necesidad, la que se encarga de romper el silencio impuesto por un sistema que de la estigmatización hizo su bandera. “Ingresé a la Unidad 5 de mujeres en 2019, al pabellón de madres, enterándome allí de mi embarazo que llevaba una gestación de 5 meses. El de madres fue el único pabellón que conocí, destacando que también tengo un nene de 5 años, y que en ese momento tenía un año y seis meses. Así fue como comienzo a familiarizarme con las mamás del lugar, todas peleaban por lo mismo, por la necesidad de hacer digna la convivencia con sus hijos en el encierro«.

Más allá de lo hostil del lugar, la necesidad de marternar se impuso por sobre las sombras que se desprenden del encierro. “Mi hijo se encontraba en Córdoba junto a mi familia, y si bien mi decisión no fue acompañada por la mayoría, el derecho me avalaba y así fue como comenzó la historia con mis hijos dentro de la cárcel. Si bien tanto el juez de mi causa, como la Defensoría y diferentes institucione no dudaron en argumentar que todos los derechos intramuros iban a estar garantizados, la realidad fue otra. Había apostado a esto, pero lo único que pude realizar en la cárcel fue maternar, ya que, si tenía intenciones de estudiar y centralizarme en los talleres, muchos de ellos se tornaron inaccesibles por no poder delegar a mis hijos al menos por esos momentos. Así fue como comencé a plantear la problemática y a realizar preguntas ¿Por qué los niños no iban al jardín ¿Por qué no tenían actividades lúdicas ¿Por qué no había alguien al cuidado de ellos cuando yo estaba realizando mis actividades?

Debido a su insistencia y militancia intramuros, Milagros logró que sus hijos puedan frecuentar el CAF (Centro de Asistencia Familiar) espacio que sostienen los vínculos con juventudes vulneradas, y con los niños que transitan el encierro con sus madres. “La policía se encarga de retirarlos por la mañana y llevarlos al jardín que se encuentra en zona oeste, para luego acercarlos nuevamente al pabellón de madres, en definitiva, de llevarlos y traerlos. El año pasado se inauguró el jardín Grillitos de Pan que se encuentra dentro de la cárcel, mi hija tuvo la oportunidad de estar asistiendo a ese jardín y de generar un muy buen vínculo con las maestras”.

El relato de Milagros deja en claro que no hay conquista posible de derechos, si no es a través de la lucha e insistencia. Las infancias y sus trayectos, las madres y su resiliencia, caminos que fluyen desde el amor y un sueño de libertad. “La posibilidad de escolarizar a mis hijos me permitió poder finalizar la escuela y de participar de varios talleres. Tuve tres años de formación en la animación de eventos, entonces yo ya sabía que el día de mañana cuando se cumpliese mi condena, mi pena, iba a tener una formación en el oficio que había elegido. Me aferré a una capacitación que duró tres años, ya que la misma me iba a permitir criar a mis hijos, creyendo que afuera me iba a estar esperando el Estado para tenderme una mano, cosa que no sucedió. Lo que sí pude armar fue una red, allí me vinculé con personas y en conjunto nos propusimos avanzar sin dejar de exigir lo que nos corresponde por derecho”.

Muchas son las mujeres que deben transitar el proceso del arresto domiciliario sin la intervención alguna de las instituciones. “El abandono es sistemático, esto también le sucede a pibas con salidas transitorias, la necesidad de sentirse acompañadas por el Estado es vital. Tenemos una compañera trans que recuperó la libertad después de estar seis años y ocho meses detenida, y de no ser por nuestro acompañamiento, el que le brindamos la organización de liberadas y liberados, estaría abandonada a su suerte. En lo particular cuando recobré mi libertad, me encontré con que no había nadie, estábamos tan solo nosotros, las y los pibes liberados. Por ello nos acompañamos y sostenemos entre nosotros, con el acompañamiento de la UNR y algunas organizaciones, pero del estado nada”.

Si bien las violaciones constitucionales tanto dentro como fuera del encierro son concretas, la reinserción laboral ocupa un papel preponderante para quienes recuperan su libertad. “No nos espera un trabajo, no nos espera un subsidio para focalizarlo en un emprendimiento, no nos espera nada, todo lo tenemos que inventar nosotros o ir a mendigar tocando puertas, y claramente eso no corresponde. Sabemos que contamos con derechos que nos respaldan, nuestra idea es trabajar en eso, insistir en que instituciones como la Defensoría del Niño se encarguen de acompañarnos en los arrestos domiciliarios. Como así también instituciones como el Patronato de Liderado, lleven adelante la asistencia con nosotros, con los pibes liberados. Ya que si el Patronato llegaría junto a la Defensoría del Niño a una casa donde se encuentra una madre con sus hijos, la piba evitaría sufrir una crisis por el hecho de pensar que podrían sacarle la criatura, sabiendo que esto viene sucediendo desde hace mucho tiempo. La idea es concreta, poder presentarnos nosotros junto a una trabajadora social, con alguien de Defensoría, con el organismo que corresponda, accionando de la manera que corresponde para poder asistir a la mujer”.

El trabajo es un derecho del que gozan todos los condenados sin excepción, estén cumpliendo la pena en un centro de reclusión, en su domicilio o morada, o en cualquier sitio de reclusión, como mecanismo adecuado para la resocialización que persigue la medida punitiva. “Hoy por hoy somos las y los liberados el mecanismo para que los acompañamientos pos encierro ocurran. Una mujer con arresto domiciliario, con condicional, con salidas transitorias o con pena cumplida, un pibe, una disidencia o una infancia que intenta acostumbrarse a la vida no carcelaria, no reciben la contención y el respaldo que deberían tener por parte del estado. Nosotros estamos dispuestos a ser esa herramienta, nos proponemos, estamos capacitados para hacerlo como organización de liberados, deben entender que somos parte de la solución y no el problema”, concluyó.