Por Alejandro Maidana

La falta de monitoreo de los distintos lechos fluviales de la provincia de Santa Fe preocupa tanto como exaspera. La última mortandad de peces, suscitada en el río Salado, volvió a instalar y a hacer aún más álgido un debate que, increíblemente, al día de hoy sigue contando con dos bibliotecas antagónicas.

Los argumentos provenientes del Estado, para tratar de explicar el colapso mayúsculo de la fauna ictícola, siguen teniendo su anclaje en el esmerilado “fenómeno natural”. Destacando que, tanto en las crecidas como en las bajantes, el Ministerio de Ambiente ha utilizado el mismo razonamiento para justificar un suceso alarmante, el cual tiene en su médula una trazabilidad que incluye distintos agentes, entre ellos los agroquímicos.

La expansión de las áreas urbanas, agrícolas e industriales alrededor de los ríos es una preocupación mundial, pero principalmente en América del Sur, donde los bosques nativos y los humedales se están alterando y perdiendo debido al aumento de esas expansiones. Allí diferentes tipos de contaminantes que se derivan de estas actividades, pueden llegar a los ecosistemas acuáticos. En particular los metales, que constituyen un problema en prácticamente todos los sedimentos, independientemente de su origen. Asimismo, los cultivos transgénicos como la soja, aumentaron la dependencia de los pesticidas químicos y se convirtieron en uno de los desafíos más apremiantes para el mundo.

La cuenca baja del río Salado recibe aguas residuales agrícolas, industriales y domésticas. Por ello el objetivo fue evaluar la calidad de tres sitios de muestreo que pertenecen a la cuenca del río Salado con base en parámetros fisicoquímicos, metales y análisis de pesticidas y ecotoxicidad en larvas. Las mismas fueron expuestas crónicamente a matrices complejas de agua superficial y muestras de sedimentos de cada sitio para la determinación de la tasa de supervivencia. Se analizaron biomarcadores de estrés oxidativo, neurotoxicidad y genotoxicidad después de la exposición a la matriz compleja de agua y sedimento.

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El índice de calidad del agua mostró una calidad marginal para todos los sitios, influenciado principalmente por bajos niveles de oxígeno disuelto, altos niveles de sólidos suspendidos totales, fosfato, nitrito, conductividad, Plomo, Cromo y Cobre. “Las concentraciones de metales fueron más altas en los sedimentos que en las muestras de agua (3̃4-35000 veces). En total, se detectaron treinta plaguicidas diferentes en todas las muestras de agua y sedimento, el arroyo Cululú presentó la mayor variedad (26). Se detectaron glifosato y AMPA en los sedimentos de todos los sitios, siendo más altos en la ciudad de Esperanza. Se detectaron N, N-Dietil-meta-toluamida (DEET) y atrazina en todas las muestras de agua. La mayor mortalidad se observó en las larvas expuestas a muestras del arroyo Cululú. Se observó estrés oxidativo y genotoxicidad en larvas expuestas a muestras de matriz, se observó neurotoxicidad en las larvas expuestas a todas las muestras de matriz”, sostuvieron quienes llevaron adelante una imprescindible investigación, allí debemos destacar a Julieta Peluso y Carolina Aronzon de UNSAM, Ana Paula Cucio, Paola Pelzer y Rafael Lajmanovich de la UNL, y Virginia Aparicio del INTA.

El índice de respuesta de biomarcadores integrados mostró que las larvas expuestas en los sitios del Salado mencionados con anterioridad, fueron las más afectadas.Según los datos fisicoquímicos y la evaluación de ecotoxicidad, esta importante cuenca fluvial está significativamente degradada y puede representar un riesgo para la biota acuática, especialmente las larvas.  Los contaminantes en los sedimentos amenazan la vida acuática debido a la acumulación potencial durante largos períodos. Los sedimentos acuáticos son receptores naturales de sustancias tóxicas (por ejemplo, metales, contaminantes orgánicos, pesticidas) que en muchos casos se encuentran por encima de los límites aceptados por las normas internacionales”.

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En particular, la cuenca baja del río Salado, afluente del río Paraná medio, atraviesa regiones industriales, agrícolas y urbanas del norte argentino. Estudios previos en aguas y sedimentos de esta cuenca, determinaron la presencia de metales, como Cromo, Cobre, Hiero, Manganeso y plaguicidas, como el glifosato y su metabolito (ácido aminometilfosfónico; AMPA), atrazina y 2,4-D. “De igual manera, el arroyo Cululú, perteneciente a la cuenca del río Salado del Norte (Argentina), recibe contaminantes como Cromo, Fósforo y Cadmio provenientes de las industrias del cuero, metalurgia, galvanoplastia, vidriado, espejado, agricultura, lácteos (entre otras). Los estudios que evalúan los efectos de la contaminación de la cuenca baja del río Salado sobre los organismos acuáticos, incluyen análisis de estructuras de comunidades de bentos y zooplancton”, indicaron.

Otras investigaciones utilizan múltiples biomarcadores (desintoxicación y estrés oxidativo: enzimas antioxidantes, peroxidación lipídica) en hígado, branquias y riñón de los pecesprochilodus (sábalos).La alta contaminación debido a la presencia de metales y agroquímicos, el bajo nivel de oxígeno disuelto y los aumentos abruptos de la temperatura afectan directamente a las poblaciones de peces que lo habitan, causando una mortalidad masiva en toda la cuenca del río. Tampoco hay información disponible sobre los efectos en otros organismos relacionados con esta cuenca, como los anfibios. Como se mencionó anteriormente, los sedimentos del sistema acuático son el sumidero de varios contaminantes atmosféricos y terrestres (especialmente pesticidas)”.

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Varios estudios han demostrado que los sedimentos contaminados causan mortalidad y disminuyen las tasas de crecimiento y supervivencia de las larvas de anfibios. “Es importante señalar que las larvas de anfibios interactúan fuertemente con los sedimentos durante sus primeras etapas). Las larvas de anfibios son organismos bentónicos que están constantemente en contacto con los sedimentos, ingieren partículas orgánicas e inorgánicas de la superficie del sedimento, por lo que están expuestos a contaminantes a través de su dermis y vía gastrointestinal. Los organismos bentónicos también representan una parte importante de la cadena alimentaria de los peces de fondo y otros vertebrados. Por lo tanto, son organismos cruciales para la transferencia trófica y la biomagnificación de contaminantes. En consecuencia, los organismos bentónicos son indicadores de la calidad de los sedimentos”.

En Argentina, la presencia de contaminantes en los sedimentos de la cuenca del río Paraná afectó la supervivencia, crecimiento, desarrollo y reproducción de los anfibios. Por ello, el análisis integrado de parámetros fisicoquímicos y ecotoxicológicos proporciona información relevante y realista sobre la calidad ambiental y sus consecuencias reales para las poblaciones de anfibios. “En particular, Rinella arenarumes, una especie de sapo, originaria de Argentina y ampliamente utilizada en bioensayos de toxicidad. A pesar de su estado de conservación está clasificado como preocupación menor según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, estudios previos advierten sobre la vulnerabilidad de esta especie a cambios en el ambiente. Los estudios de respuestas biológicas en organismos de prueba son alertas tempranas de ambientes contaminados y permiten caracterizar el riesgo ecológico para las larvas de anfibios”, sostuvieron quienes realizaron la investigación.

Por lo tanto, el uso de múltiples biomarcadores en anfibios ha cobrado un interés creciente en las últimas décadas debido a su relevancia ecológica a la hora de comprender el efecto de uno o una mezcla de contaminantes. “Además, debido a su sensibilidad, los biomarcadores de estrés oxidativo, como la catalasa (CAT), la superóxido dismutasa (SOD), la glutatión S-transferasa (GST), el glutatión reducido (GSH) y los niveles de peroxidación lipídica (TBARS) se utilizan con frecuencia para evalúa el efecto tóxico en anfibios expuestos a diferentes matrices. Varios contaminantes, incluyendo metales, pesticidas y productos químicos aromáticos que pueden aumentar las concentraciones de oxidantes y producir especies reactivas de oxígeno”.

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Además, los contaminantes pueden inducir daños en el ADN a través de vías directas o indirectas. “La prueba de micronúcleos se usa comúnmente en anfibios como un biomarcador de genotoxicidad. Los biomarcadores de neurotoxicidad, como la acetilcolinesterasa (AChE) y la butirilcolinesterasa (BChE), se emplean ampliamente en anfibios para evaluar los efectos tóxicos de las sustancias. El objetivo del presente estudio, fue evaluar la toxicidad letal y subletal (biomarcadores de estrés oxidativo, neurotoxicidad y genotoxicidad) de una matriz compleja de sedimentos y agua de la cuenca baja del río Salado en Rinella arenarumlarvae, una especie anfibia nativa. Además, se analizaron parámetros fisicoquímicos, metales y residuos de plaguicidas”.

Las conclusiones son tan concretas como explícitas, el profundo impacto que sufren nuestras aguas, invariablemente desemboca en la biota, el conjunto de la flora y la fauna del lugar en cuestión. “Observamos una degradación de los sitios estudiados de acuerdo con la información fisicoquímica y ecotoxicológica obtenida. Por lo tanto, se necesita un monitoreo espacio-temporal exhaustivo en cuanto a la presencia de contaminantes agrícolas e industriales. Como primera medida de mitigación, existe una necesidad urgente de aumentar la distancia de los cultivos transgénicos dependientes de plaguicidas de los ecosistemas acuáticos. En conclusión, la calidad ambiental degradada observada en la cuenca del río Salado amenaza los servicios socioculturales, la población humana y el medio ambiente”, concluyeron.