Si la lengua debiera ser «inclusiva» o «no sexista», si el idioma compartido por Latinoamérica y España es el castellano o el español, qué relaciones de poder encierran esas denominaciones y qué contiendas cotidianas sugieren desde el habla fueron eje de un encuentro entre Jorge Fondebrider, Ivonne Bordelois y Jorge Volpi, este sábado, en el 8° Congreso de la Lengua.

La falta de disposición de la Real Academia Española (RAE) a debatir sobre el lenguaje inclusivo, evidenciada en la programación de este congreso, fue tema este mediodía en la mesa sobre «Corrección política y lenguaje», que reunió a estos escritores en la Facultad de ciencias Exactas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Una audiencia populosa siguió el intercambio con entusiasmo, especialmente cuando Volpi hizo notar que «siendo esta la única mesa donde se puede hablar del sexismo en la lengua, no deja de ser extraño que los que estemos aquí seamos cinco varones y sólo una mujer», en referencia a los invitados, que se completaban con el periodista Alex Grijelmo y el filólogo Pedro Álvarez de Miranda.

«Me sorprende que la discusión del lenguaje inclusivo o no sexista ocupe tan poco lugar en este congreso y que numerosos académicos se opongan a él sin reconocer la desigualdad entre varones y mujeres que existe en el centro mismo del lengua», dijo Volpi.

Aunque para Álvarez de Miranda «los subterfugios ideados para eludir la cuestión del sexismo lingüístico -el arroba y la impronunciable equis- son agotadores y no se pueden llevar hasta sus últimas consecuencias».

«El éxito relativamente mayor en el intento de sustituir la ‘o’ por la ‘e’ no debería escandalizar a nadie», retrucó el escritor mexicano.

«El lenguaje es de quien lo habla e imponer cambios en la lengua desde arriba parece un ejercicio más inútil que autoritario», señaló Volpi y en eso coincidió con el ibérico, quien sostuvo que «nadie, ninguna minoría selecta, ninguna academia, ni siquiera todas las academias hermanadas, tienen poder para actuar sobre el rumbo del idioma, porque sus casi 600 millones de hablantes son soberanos, la lengua es el territorio de la libertad».

Volpi fue más lejos y añadió una propuesta: «luchar contra la discriminación implícita en el lenguaje a través de la educación formal e informal».

«En los ámbitos escolares y universitarios debería ser función de los maestros enseñar a distinguir los rasgos discriminatorios del español», consignó el autor de «La paz de los sepulcros».

Esto fue otro motivo de disidencia en el panel: ¿Es español o castellano lo que hablamos?, planteó Fondebrider, ¿O es otra cosa, un panhispánico que no alcanza a convencer a sus hablantes, 90 por ciento americanos, 10 por ciento españoles, cuando no hay reciprocidad en la representación de sus diccionarios, los que marcan el canon, la corrección en el habla.

«Al decirle español al castellano, se deja afuera al gallego, al catalán, al vasco y ni hablar de Latinoamérica, donde se usan variedades de ese castellano, en mi caso la rioplatense. Eso podría suponer que, españoles que no hablan el castellano como primera lengua o americanos que lo usan con variaciones, como la rioplatense, constituyeran categorías de segunda», remarcó.

En este sentido, Fondebrider puntualizó que «si bien muchas de las palabras del Diccionario de la Real Academia Española indican ´americanismo´, ‘argentinismo’ o ‘mexicanismo’, nunca indican ‘españolismo’, como si lo que se hablara de este lado del Atlántico fuera el defecto de una norma».
«Con algún simplismo, habrá quien intente despolitizar estas cuestiones -dijo-, pero ¿qué hace acá el monarca español presidiendo un congreso? ¿Preside el rey los congresos de los dentistas?», preguntó ante las risas de la audiencia.

«No, porque los intereses que hay en juego cuando se trata de la lengua son otros -respondió-. Lo sabemos desde que Antonio de Nebrija le dijo a los reyes católicos que sin una gramática no podrían conquistar América».

Si el apego a la corrección es síntoma de un alma mediocre, intervino Ivonne Bordelois (citando a Albert Camus), y la afición por lo correcto es un eufemismo para señalar escasa brillantez de méritos, «¿Por qué entonces insistir en la corrección política?», se preguntó.

A entender de la autora de «El alegre apocalipsis» o «Etimología de las pasiones», porque «la corrección política, así como el sentido común o la convicción de legitimidad de nuestros derechos inalienables, resguardan la dignidad de nuestras personas y nuestra cultura, del lugar desde donde se juega nuestra identidad».

Como toda construcción cultural, reforzó Volpi, «el lenguaje políticamente correcto nació para visibilizar las discriminaciones de comunidades que se han esforzado por sustituir los términos cargados de injusticia, como las mujeres, la mitad de los hablantes».

El lenguaje «es performativo, tiene efectos en la realidad, y «la lengua refleja la repartición desigual de poder en las comunidades que la han hablado», por eso, subrayó, «el español tiene inevitables sesgos homofóbicos, eurocéntricos y patriarcales en su propia estructura y lo mejor sería reconocer que ese sustrato discriminatorio existe».