Por Alejandro Maidana

“La pobreza no es natural, es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos. Y erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”. Nelson Mandela

El departamento de Rivadavia es muy extenso y a la vez es uno de los más pobres que tiene el país. Ubicado a más de 400 km de la ciudad de Salta, lindante con el Chaco, este lugar viene padeciendo no solo el olvido en carne viva, también las inundaciones por el desborde del río Bermejo.

La vía de acceso a Rivadavia Banda Sur es la ruta provincial N° 13 que desde la Estrella comunica al municipio con el resto de la Provincia a través de 144 kilómetros de camino enripiado, frecuentemente en mal estado debido principalmente a la permanente afluencia de camiones que transportan madera talada del monte chaqueño.

Las localidades de Rivadavia Banda Sur, comprenden a La Unión, Santa Rosa, Fortín Belgrano, El Destierro, San Felipe, La Esperanza, El Ciervo Cansado y Media Luna. Parajes aislados y desprotegidos que le gritan al silencio, sus habitantes siguen esperando que el Estado usurpador y alambrador se encuentre a la altura de las circunstancias, algo que suena a utopía en estos arrabales argentos.

La bravura del Bermejo y el criollo alambrador

Las últimas inundaciones calaron hondo, como casi todo aquello que llega de manera intempestiva a un lugar sostenido solo por la dignidad de quiénes lo habitan. “Si bien las aguas han bajado, los distintos parajes que albergan diferentes comunidades de nuestra etnia, han quedado aisladas debido a que no pueden ingresar vehículos por tierra, solo lanchas o aviones”, sostuvo José Luis Pizarra, habitante de Rivadavia Banda Sur en charla con Conclusión.

Solo algunos bolsones de mercadería buscaron morigerar una situación desesperante desde todo ángulo. “Acercaron algo de comida, pero claramente fue solo un cumplido, desde la municipalidad y el gobierno provincial, todo es silencio y abandono. No existe asistencia alguna desde lo alimenticio o sanitario, estamos olvidados completamente, esta es un política de exterminio”, sostuvo.

Este territorio extenso y marginal, no superaría los 2.000 habitantes entre criollos y aborígenes. “En su mayoría son niños, para citar un ejemplo en San Felipe habitan solo 60 familias. Como dato de suma importancia, la mayoría de las viviendas y pozos de aguas que se pueden apreciar en el lugar, fueron hechos gracias al aporte desinteresado de turistas o visitantes que se comprometieron con la causa Wichí, mientras que el Estado lo miraba desde afuera”, relató Pizarra.

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El criollo alambrador, una pandemia sostenida por el poder político y legalizada por la opinión pública, a la cual podemos emparentar con la opinión de los grandes medios de comunicación. “Omar Quintar es de Jujuy se adueña de fincas, se queda con tierras de manera fraudulenta e imponiendo la fuerza de las armas. Esta persona con la excusa de la <construcción de un lugar turístico>, hoy cuenta con más de 15 fincas, y si bien ya no se ven los grupos armados que ostentaba para amedrentar a las comunidades, su avance no se ha detenido”.

Tierras fiscales que se quedan en mano de una persona que no podría moverse con tamaña impunidad de no ser por la anuencia del propio Estado. “Él obtuvo la finca por usufructo, nosotros no sabemos qué es lo que significa,  pero me parece que fue tan fácil afincarse y tener 15 fincas, mientras las comunidades viven desde hace siglos, son sobrevivientes de persecuciones y no tienen ni un pedacito de tierra declarado a su nombre. Creo que hay poca voluntad de hacer las cosas para las comunidades aborígenes de Salta. Hemos denunciado muchísimas veces esto, pero nos tienen como maleta de loco, de Orán a Rivadavia, y de Rivadavia a Orán. Solo buscan que nos cansemos”, enfatizó.

La Esperanza, un lugar con un nombre que referencia su constante realidad

Eulogio Cuesta es presidente de las comunidades de La Esperanza (Rivadavia Banda Sur) que se resisten a ser vapuleadas desde la desidia que impulsa el Estado. Sobre la realidad que los atraviesa sostuvo: “Estamos abandonados a nuestra suerte, debemos transitar 7 km de agua para poder unir los territorios y de esa manera conseguir algún tipo de ayuda alimentaria y algún teléfono para poder contar nuestro dolor”.

Las infancias vulneradas, una constante que abruma de sobremanera. “Sobrevivimos como podemos, el dolor más grande radica en ver como nuestros niños crecen como pueden rodeados de miseria y enfermedades. Solo algunas donaciones nos permiten llevar algo a nuestros estómagos, ya que por parte del Estado todo es abandono, es por ello que necesitamos de ustedes para poder difundir nuestra realidad”.

La Esperanza se encuentra separada de Rivadavia por interminables 24 km, a lo rústico del camino, hoy se le suma el avance de las aguas que hacen casi inexpugnable esta parte del territorio. “Quince días atrás llegó un vehículo aéreo con algo de alimento y la promesa de seguir recorriendo las comunidades, eso nunca pasó. Estamos imposibilitados de movernos ya que no contamos con lanchas o canoas, estamos solos y con un dolor inmenso, ya que no tenemos nada para poder comer”, expresó Cuesta.

A los hermanos se les resquebraja la voz cuando cuentan que los niños lloran de hambre, el helicóptero ya no pasa, cuando lo hizo solo acercó muy pocas provisiones. Caminan, nadan, luchan contra las distintas piedras que les antepone el camino con la sola idea de conseguir algo para engañar al estómago.

Sostienen que la ayuda se centra en los lugares donde viven los criollos, no titubean a la hora de sostener que lo que están padeciendo las comunidades indígenas es un genocidio sistemático. Desde la provincia y la municipalidad prefieren mirar hacia otro lado, consolidando esa perversa y deshumanizante idea de naturalizar el abandono. Mientras tanto, los medios solo hablan del Coronavirus, cuando en nuestra tierra niñas y niños Wichi siguen muriendo de la manera más ruin y deleznable.

La toma del Colegio 5.235 de la Misión Wichi de Rivadavia Banda Sur expone las distintas formas que toma la  desidia estatal

Luego de 5 años de gestiones y a un año de haber sido «inaugurado» el edificio escolar, aún sigue funcionando sin presupuesto, sin albergue ni personal a cargo del mismo, sin secretario, preceptores ni maestranzas, sin trabajadores administrativos, con ordenanzas sin contrato ni nombramiento como son los casos de José Luis Pizarra y José Rafael Oliva, perjudicando el buen funcionamiento institucional, como se merece el pueblo de Rivadavia Banda Sur.

Quiénes no se resignan, siguen impulsando medidas sumamente necesarias para poder incluir a quiénes más las necesitan. “Además es imprescindible contar con el albergue y un comedor escolar. Muchos jóvenes provienen de parajes y comunidades alejadas del pueblo, que sufren del mal tiempo, las lluvias y las crecidas del río, por eso el albergue sería una solución, para que no queden aislados ni pierdan días de clases”, comentaron desde la Misión.

El comedor es fundamental porque se vive una situación crítica en lo que refiere a alimentación y salud, sin una buena alimentación cuesta mucho estudiar y rendir bien, además favorece la aparición de enfermedades relacionadas a la pobreza. Mientras que los medios aturden generando paranoia con el Coronavirus, hermanas y hermanos de distintas comunidades indígenas, siguen padeciendo en su humanidad patologías que a esta altura de la vida, deberían haber sido erradicadas.

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Cinco años gestionando, reclamando, luchando, por la educación de las futuras generaciones; es hora de que el Estado se haga presente para regularizar el colegio y que funcione dignamente, como corresponde; suficiente esfuerzo han hecho jóvenes, mujeres, familias, dirigentes y docentes, como para seguir así. Esperamos que el gobierno esté a la altura de las necesidades del pueblo de Rivadavia y brinde una respuesta favorable de manera urgente, para que se pueda dar inicio al ciclo lectivo de la mejor manera”, indicaron desde la Misión Wichi Rivadavia Banda Sur.

Historias que se funden con otras desde la misma matriz, la de un genocidio sistemático que se muestra impúdico ante la vista de una sociedad selectiva a la hora de expresar su empatía. Pueblos preexistentes al Estado que siguen transitando su espinoso derrotero, sobre una historia que buscó desde siempre invisibilizarlos.