Por Florencia Vizzi

Si un año atrás alguien nos hubiera parado, en medio de la calle, y nos hubiera advertido que en los próximos meses un virus letal nos iba a obligar a modificar nuestras conductas cotidianas, a aislarnos y permanecer encerrados, nos iba a quitar amigos, abuelos, padres e hijos, a quienes ni siquiera podríamos despedir, e iba a poner en jaque la economía mundial, seguramente nos hubiéramos cruzado rápidamente de vereda para alejarnos de ese loco con excesos de Netflix. Pero lo impensado llegó, se llamó Covid-19 y arrasó, en cierta forma, con todo lo que conocíamos, y cuando eso pasó, quedó el estupor. Y en medio de ese desasosiego, un feroz aprendizaje sobre temor y soledad.

“Es maldito, es un virus muy maldito”. Quien así lo afirma no es una improvisada, es una enfermera que hace 29 años que pone el cuerpo en el Hospital Carrasco, hoy rotulado como “hospital Covid”. Al ser una institución con reconocida trayectoria con enfermedades infectocontagiosas, en 29 años, Adriana vio pasar tuberculosis, sida, cólera, gripe-A, solo por nombrar algunos.

“Para nosotros, para los que hace mucho que estamos, por ejemplo, yo lo comparo con el Sida, porque en su momento promovimos un área específica para quienes lo padecían y se trabajó mucho en el hospital para darles un lugar bien preparado y fuimos los promotores de las medidas de bioseguridad”, explicó Adriana. “En un principio, en aquella época, se morían 6 pacientes por guardia, chicos jóvenes, pidiendo oxígeno porque tenían una bacteria que les afectaba los pulmones y no permitía que les llegara el oxígeno a la sangre, se morían por una neumonía… fue un proceso de estudios y buscar cual era el tratamiento, yo lo comparo con eso. Pero lo distinto de la pandemia es que antes teníamos un grupo etario determinado, por ejemplo, los adictos o los homosexuales… en cambio esto es masivo y no perdona. No importa la edad o la forma de vida, nosotros, como personal de salud, estamos todos asombrados porque esto nos superó en todo lo que sabíamos y habíamos estudiado. No le podemos encontrar cómo es que entra, sabemos que a través de las gotitas de flush, o de las vías respiratorias, pero también sabemos que se volatiliza, y que también queda en las cosas, en los objetos. Además, el virus va mutando y tampoco se sabe bien cómo actúa dentro de las células, es muy maldito, llama la atención y en realidad eso es lo que se está estudiando en todo el mundo, cómo es que produce semejante infección, y todos los factores que influyen para que la persona se enferme, el stress, la exposición, el sistema inmunológico, y si encima tiene otras enfermedades, comorbilidades… Y esto es lo que nos ha superado a todo, si vos me preguntabas cuando yo me recibía, si me imaginaba algo así, yo te digo hoy que no, que nos superó en todo y no sabemos aún a ciencia cierta hasta cuando, como, cuál va a ser la solución”.

Los testimonios del Covid tienen ciertos denominadores comunes: el miedo, la soledad y la incertidumbre. De una forma u otra, pacientes o profesionales de la salud empiezan, o terminan, hablando del miedo, del no saber qué va a pasar y, sobre todo, de la soledad. Para algunos el coronavirus es una “gripecita”, con suerte, casi ni lo sienten, “una molestia”. Para otros es un virus que los dejó tirados, semanas enteras, en la cama y, aún con el alta y varios días después de haber terminado los días estipulados de reposo, no pueden con su cuerpo. De ahí, el desconcierto. Pero de una forma u otra, leve o brutal, el Covid es soledad, con todo lo que ello acarrea.

Pablo no sólo es enfermero del área Covid de Pami I, sino que también estuvo del otro lado, el de los que se contagiaron. “Como profesional de la salud y como persona que lo padeció, puedo decir que una de las peores cosas puede ser el hecho de tener que estar solo. Yo que fui paciente positivo te digo que el tema del aislamiento es muy difícil. Los primeros tres días lo pasé mal, no me podía levantar de la cama y tuve que llevar a mi familia a otro lugar y quedarme solo. Fue horrible porque yo soy joven y no tengo otras patologías, y, así y todo, los tres primeros días lo pasé mal… Estás angustiado, con fiebre, te falta el aire… y necesitas mucho de alguien que te cuide…Y para los pacientes es lo mismo, nosotros nos ponemos en el lugar de ellos, están solos en la habitación, esperando que el médico venga a dar el informe, están abatidos porque no tienen contacto con los familiares, se deprimen y no quieren comer. Lo peor es cuando son pacientes que son muy lúcidos y se dan cuenta de lo que les está pasando”.

Morir solo

“Daniel no tenía comorbilidades, era muy sano, pero tenía 65 años, entonces era una persona de riesgo por la edad”, contó a Conclusión Andrés, docente, bombero y periodista casildense, que se atrevió a contar la historia del papá de su amigo, que murió tras estar 15 días internado. “Primero estuvo en la sala común y después lo tuvieron que pasar a terapia. No tenía problemas cardíacos, ni diabetes, ni obesidad… Le hicieron el tratamiento con plasma y no resultó, no le hizo nada de nada”.

En ese momento los familiares empezaron a preguntar por el tratamiento con ibuprofeno inalado que, a esas alturas, en el mes de julio, no estaba autorizado. “Cuando la familia consultó a los médicos, le dijeron que tal vez podría haber funcionado si le hubiera practicado ese tratamiento apenas ingresaba a la sala, pero no lo podían autorizar. Podría haberle salvado la vida o no,  pero no se perdía nada con intentarlo, dado que el cuadro ya era irreversible, apuntó Andrés, al tiempo que recordaba lo duro que fue para todos.

“Estaba en la sala general y parecía que iba a estar bien. Pero después se complicó y ya tuvo que ir a terapia con respirador. Fue una situación muy difícil para todos ellos, porque además de toda la preocupación, las idas y venidas, no lo podían ver, y no lo pudieron ver, ni hablar ni despedirse… y aún siguen preguntándose si no se podría haber evitado la muerte si le suministraban el ibuprofeno inalado”.

Entre tanto, en el área Covid de Pami I la cosa es mucho más compleja, ya que los pacientes alojados allí son todos de alto riesgo en casos de contraer el virus, y el aislamiento y el miedo se tornan abrumadores.

“Son grandes, están encerrados, solos, les falta el aire, les duele la cabeza, no pueden tener contacto con la familia… se mueren solos. Tuvimos y tenemos un montón de casos. A veces pasan los días y la familia no los reclama, la morgue se satura…  es muy duro. Por eso, en algunos casos cuando fallece alguien queda varias horas en la habitación. Los pacientes positivos que fallecen son colocados en una bolsa negra, cerrada, no se les retira ningún elemento, por ejemplo, si tienen una sonda, una vía, suero, no se los toca, se les deja todo, se los envuelve en la bolsa, se lo rotula y se los rocía con lavandina. A veces vienen los familiares a ver el cuerpo, pero muy pocas. La mayor parte de las veces no viene nadie. Supongo que la gente tiene mucho miedo, pánico, no se quieren exponer… Fijate que a mi piso no quiere entrar nadie”, detalla Pablo con cierta tristeza.

Controlar el miedo

Fabiana recuerda sus primeros síntomas: un dolor de cabeza muy fuerte, dolor detrás de los ojos, en el cuerpo y nauseas. Recuerda que lo primero que hizo es ir a la guardia de un sanatorio privado, cuando la fiebre empezó a ser muy alta, y que sólo le dijeron que tenía que esperar. “Les pregunté si me iban a hisopar, era una médica muy joven y me dio la sensación de que tenía mucho miedo”.

No la hisoparon, si quería hacerlo, tenía que dejar una seña de 5.000 pesos. La mandaron a casa y le dijeron que tome paracetamol. Fabiana la pasó realmente mal cuando contrajo el virus, es asmática y, por si fuera poco, coincidió con una infección en los oídos. “Me faltaba el aire, me costaba mucho respirar y me dolía muchísimo el cuerpo”.

Al día siguiente llamó al servicio de emergencias de la medicina prepaga y tampoco obtuvo respuesta, la atendieron por videoconferencia y le dijeron, nuevamente, que tenía que esperar. Pero la cosa empeoró los días siguientes y cuatro días después, y tras varias llamados y videoconferencias, tuvo que exigir con malos modos que un médico la atendiera y que le hicieran el hisopado. “Finalmente me terminaron dando un inyectable, pero todos los médicos que me atendieron no lograron darme una respuesta”, remarca.

“En casa nos contagiamos todos, yo tuve todos los síntomas, y además un cansancio permanente que no se va nunca, aún ahora, que ya pasaron más de diez días no puedo reponerme físicamente”. “Y, lo que te genera es mucho miedo, mucha incertidumbre y, además, mucha angustia por contagiar a otros. Yo pensaba que iba a contagiar a mi mamá o a mi papá, y que se iban a morir por mi culpa”, rememora.

Así, los relatos del Covid son más que nada los relatos de esa aprensión, de ese temor casi ancestral, incontrolable, a lo que le puede ocurrir a uno mismo, pero también, a ser responsables por el contagio de otros, sobre todo, de los seres amados.

También Pablo, a pesar de que, por su profesión, está preparado para hacer frente a estas situaciones, reconoce que el miedo juega un factor importante. “No es por uno, sino porque te vas a tu casa y estás pensando en tus hijos, en tu mamá, en tu mujer, y en no contagiar a ninguno de ellos”. Con una media sonrisa, recuerda “Al principio nos aplaudían a todos, pero eso cambió totalmente y nos empezaron a mirar mal. La verdad es que cuando estuve contagiado también tenía miedo de que los vecinos terminen linchándome. Tuvo que venir el Sies un par de veces y se bajaron todos vestidos de “astronautas”, y estaban todos los vecinos mirando y murmurando. Tengo compañeros a los que les ha pasado, los vecinos les han dejado notas nada amables. La verdad es que es muy contradictorio porque nosotros estamos en las primeras líneas y ponemos lo mejor que tenemos para hacer nuestro trabajo”.

La fragilidad humana es paradojal y he ahí algún tipo de ironía: por un lado, es necesario que el paciente esté aislado por la alta contagiosidad de este coronavirus. “Pero, señala Adriana, eso es lo que más los deprime y angustia, y esa depresión, aumenta la vulnerabilidad al virus. Es que todo tiene que ver con las emociones, la seguridad, el afecto… todas las cuestiones psicológicas afectan mucho”.

Para Hugo, otro paciente positivo, lo más difícil también fue el miedo y el aislamiento. Para él, todo empezó con un dolor de cabeza brutal, que luego se extendió por todo el cuerpo y lo dejó de cama. “Me agitaba mucho, no podía respirar bien, y el dolor en todo el cuerpo era fuertísimo. Y para peor, no hay nadie con vos. Algunos compañeros me traían cosas y la dejaban fuera de casa, pero en lo cotidiano, te las tenés que arreglar solo. Tenés ganas de que alguien te abrace y se acerque a vos. Eso fue lo peor”.

Los ausentes

Durante los ocho meses que llevamos de pandemia, casi todas las organizaciones que agrupan a médicos, enfermeros, anestesistas, y todo tipo de profesionales del área de salud, han emitido varias alertas, en cuanto a las extenuantes y exigentes jornadas laborales y al alto número de contagios registrados entre los trabajadores de la salud.

Tanto Adriana como Pablo coinciden en ello. Sin ir más lejos, hace tan sólo pocas horas falleció María Zalazar, quien se desempeñaba en la admisión de la guardia del hospital Carrasco de Rosario, y días atrás corrió con la misma trágica suerte Marleni Monzón, enfermera del Heca, esposa de un compañero de Pablo que, además, cuenta que otro compañero suyo falleció también hace pocos días.

En opinión de la experimentada especialista del Hospital Carrasco, una de las razones puede estar dada por la gran exposición. “Es muchísimo el tiempo de permanencia con personas con Covid –ensaya Adriana- un turno son 6 horas, y son 6 horas de contacto permanente. Además, lo que viene pasando en este tiempo es que el personal de salud se tiene que quedar más tiempo del que debería porque no hay con quien reemplazarlo, entonces hay que hacer 12 horas o hay que irse a la casa y volver a las 6 horas. A eso hay que sumar el estado de estrés que esto produce. Yo creo que hay un montón de factores, yo soy muy positiva, pero la mayoría de los compañeros que se han contagiado, creo que tiene que ver con el stress y el miedo…el miedo paraliza, el miedo estresa, y uno no puede paralizarse, tiene que hacer todo muy bien, con mucha atención, porque no sabemos dónde y cómo nos podemos contagiar, lo único que sabemos bien es que no tenemos que tocarnos la cara, pero si tenés por ahí a uno que agarró el alcohol y no se había sacado el guante y el que viene atrás agarra el alcohol, y sin queres se toca la cara… si hiciste mal los deberes, en algún momento, por mínimo que sea el error, alguno se va a contagiar”.

Su colega del Pami opina de forma similar. “Somos muy pocos enfermeros, porque también hay varios que están con licencia porque son personal de riesgo y otros se han contagiado. Hay todo un procedimiento, toda una logística, porque permanentemente hay que estar desinfectando todo, si llevas un paciente positivo al ascensor, hay que desinfectarlo automáticamente, el pasillo, si lo llevaste a rayos… Incluso a mí me cambió notablemente el estilo de vida, porque el ambo hay que dejarlo allí, hay que irse del trabajo ya bañado o bañarse apenas llegando a casa, y la ropa lavarla aparte, hubo que hacer toda una rutina nueva en relación a la higiene. Y hay un nivel de agotamiento psíquico muy importante. Es muy desgastante”.

Pensando en ellos, en los que no están, y en los que dan la batalla todos los días contra el Covid, se enojan bastante cuando el clima general es bastante relajado. “La verdad es que a veces es extenuante y preocupa cuando ves un montón de gente, apiñados, sin barbijo, haciendo cola para ir a la isla».

“A nosotros como personal de salud nos da mucha bronca, porque la mayoría ha renunciado al contacto con sus nietos o con familiares, nos autoaislamos y la gente parece no importarle el esfuerzo que estamos haciendo todos, porque somos todos, el radiólogo, el camillero, el de mantenimiento, el personal de salud somos todos”.

Sin embargo, ambos reconocen que todos siguen al pie del cañón, tratando de hacer lo mejor posible y de dar contención y de dar pelea cuerpo a cuerpo contra el miedo y la soledad.