Por Florencia Vizzi

«Solo la educación es capaz de salvar a nuestras sociedades de un posible colapso, ya sea violento o gradual». Jean Piaget.

Hay trabajos que son formas de vida, declaraciones de principios. Enseñar es eso, un profundo acto de amor hacia el prójimo y un acto de fe hacia la sociedad. Del centro a la periferia, en días de pandemia y aislamiento, los maestros se han convertido en uno de los pilares que ordenan y sostienen la vida cotidiana en estos días.

Algunos desde las casas, impartiendo clases virtuales, otros repartiendo la copa de leche en los barrios o recorriendo las viviendas de sus alumnos para llevar las tareas, los que ejercen la docencia han tenido que reinventarse y han ocupado un lugar de protagonismo. Como nunca antes, atravesaron los muros, quedaron expuestos y, de golpe y porrazo, muchos comenzaron a comprender que eso que los maestros hacían día a día, no era tan fácil como parecía.

Equivocarse es aprender

Mariana Giangreco tiene 43 años y hace 15 que eligió ser maestra. No fue su primera elección cuando terminó la secundaria, sin embargo, siempre supo que su pasión era enseñar. Hoy, después de muchas escuelas recorridas, es maestra de 5º y 6º grado de la escuela Francisco de Gurruchaga.

“En tiempos ‘normales’, me dedico de lleno a este trabajo. Uno se cansa de escuchar eso de que trabajamos cuatro horas y tenemos tres meses de vacaciones. Pero la realidad es otra. En un escenario corriente, a la mañana voy a la escuela y doy clases, y toda la tarde me dedico a corregir y a preparar el material para el día siguiente. Si mis hijas tienen alguna actividad, las llevo y me llevo mi bolso con cuadernos o actividades para corregir. Para mí es un trabajo de tiempo completo y estoy totalmente abocada a esto”, contó la maestra.

Pero, de repente, la cotidianeidad mutó, la pandemia de Covid-19 finalmente llegó a la Argentina y, como en una película de ciencia ficción, hubo que encerrarse en las casas y suspender la asistencia a los colegios. Sin embargo, las clases debían continuar y, así como la vida familiar y laboral se suele organizar en torno a la escuela y sus horarios, la vida en cuarentena, al menos para una parte de la sociedad, se organizó en torno al trabajo desde el hogar, los horarios de clases virtuales, mensajes de whatsapp con instrucciones, correos electrónicos y tiempos específicos para usar la computadora. Y los maestros se convirtieron en los referentes, no sólo para los chicos, sino también para centenares de padres desbordados.

“La verdad es que esto nos agarró con lo puesto”, confesó Mariana. “Un día nos fuimos a casa y no volvimos más a la escuela, yo dejé allí los materiales, las resmas y cosas que uso cotidianamente. No pensé que no iba a volver al colegio”.

“Al principio fue medio desesperante, porque era todo nuevo y había que empezar de cero sin tiempo para practicar nada. Nos fuimos adaptando de a poco. A mí se me había roto la netbook, y para trabajar virtualmente tenía sólo el teléfono. Hubo que aprender a usa Zoom, Google Classroom, y a implementar una metodología de trabajo totalmente nueva”, relató la maestra. Y detalló: “No es fácil, uno se siente muy expuesto, estás dando clases desde tu casa y hacia la intimidad de otra casa. Es algo muy movilizante”.

A pesar del desafío, Mariana no se muestra molesta o insegura sobre estas exigencias. “Me entusiasma lo nuevo, el aprendizaje, descubrir todas estas herramientas. Estuve una tarde entera con la profesora de Informática hasta aprender algunas cosas, pero lo conseguimos y eso fue una mejora para la dinámica de trabajo»

Sin embargo, más allá de ese optimismo, la docente reconoce que el nivel de estrés es mucho mayor y hay jornadas demoledoras.“Por momentos me siento agotada, pero me atrapa porque esto es un proceso de aprendizaje. Y en este proceso me equivoco, pero eso está bien, porque equivocarse es aprender”.

En cuanto a la dinámica de trabajar desde casa, Mariana reconoce que «es mucho más difícil poner un límite». «Ayer estaba jugando con mi hija, a la tarde, y empezaron a llegar mensajes y consultas de chicos y padres y me puse a contestar y se acabó el juego. Es más complicado poner un corte, porque también pienso que el chico o los padres a lo mejor sólo disponen de ese momento para las tareas y no los quiero hacer esperar. Entonces como que terminás relegando un poco a la familia”.

Las palabras de la maestra dejan entrever un profundo amor por lo suyo, aún con la voz cansada de quien hace días que no logra dormir más de cuatro o cinco horas.

“Me apasiona lo que hago y me apasiona enseñar. Este año es más difícil porque no llegué a conocer a algunos alumnos. Esto de la educación virtual me tiene como contenida, porque no los puedo ver, conversar, intercambiar con ellos. A mí me gusta el contacto con los chicos porque todo el tiempo me transmiten energía y vitalidad”, relata con entusiasmo.

Y reconoce que extraña enormemente el día a día en la escuela. “Lo que rescato de esta experiencia es todo lo que aprendimos. Pero perdimos el contacto y eso, para mí, es lo más gratificante de la docencia. El hecho de no verle la cara a los chicos y poder conectar con ellos… La otra tarde me llamó una mamá, un poco desbordada, entonces organizamos una videollamada con su hija, y le pude ver la carita, charlar con ella, contenerla, y asi me pude sentir más cerca, pero eso es lo más difícil. Lo que más se extraña es el contacto directo con los chicos, mirarlos a los ojos y ver lo que ellos expresan»

¡Feliz cumpleaños seño!

El extremo noroeste de la ciudad de Rosario acuna al barrio conocido desde siempre como Zona Cero, aunque el año pasado fue bautizado oficialmente como Roberto Fontanarrosa. Alejado del costado amable de la metrópoli, desbordado por carencias y olvidos, tiene dos escuelas, una primaria y una secundaria. En las dos trabaja Claudia Benítez, docente de 6º y 7º grado en la escuela Nº 1400, y secretaria en la Nº 539.

Allí, la cuarentena se vive de otra forma y el trabajo, o al menos gran parte del trabajo, es totalmente diferente. Lo importante es salvar el día a día, juntar donaciones, llegar con la copa de leche a la mayor cantidad de gente posible. Y eso hacen docentes y directivos, codo a codo, de forma incansable. Desde la mañana hasta el límite de la tarde con la noche, se trabaja a destajo, ejerciendo el amor y la solidaridad, para cubrir al menos una pequeña parte de las muchas necesidades que los vecinos del barrio padecen.

“En las dos escuelas hay copa de leche. Y trabajamos mucho para hacer rendir el dinero de las partidas que nos mandan y que no han aumentado ni un peso a pesar de lo mucho que aumentaron los alimentos. Al principio teníamos para tres días a la semana, pero ahora sólo nos alcanza para dos”.

Según el crudo relato de Claudia, hay días en que son más de 20 las personas que se vuelven sin nada porque se acaba lo que hay para repartir.

“Hacemos malabares. La vicedirectora se va con su auto a hacer la compra al Banco de Alimentos. Va sola porque no puede ir más de una persona, se carga todos los bolsones y trae todo a la escuela. Y acá tenemos cuatro madres que son voluntarias y que nos ayudan a separar y repartir. Tratamos de que todos puedan llevarse un litro de leche, para que también puedan compartir con los hermanos, y los sólidos, a veces galletitas, que las embolsamos nosotras, o alfajores, lo que se consiga”.

Cuenta la maestra y secretaria que hubo que pelearla mucho en ambas escuelas hasta conseguir que les dieran la copa de leche. “Pero es sin personal, así que nos tenemos que encargar nosotros de repartirla”. “La prioridad acá son las necesidades, tratar de conseguir donaciones, buscar ropa, hay gente que viene de lejos, hacen más de 30 cuadras en bicicleta para poder llevarse su litro de leche, así que la prioridad está ahí, en este contexto los contenidos que los chicos aprenden no es lo que más nos preocupa”.

Sin embargo, y a pesar de ese orden de cosas, Claudia detalla con alegría y orgullo los esfuerzos de sus compañeros y los suyos propios para que, al menos parte de los contenidos curriculares, lleguen a los alumnos y puedan avanzar con ellos.

“Trabajamos mucho con whatsapp, hicimos grupos con los padres en la primaria y con los chicos en la secundaria. Algunos grabamos videos para explicarles detalladamente lo que tienen que hacer y los vamos mandando.Tenemos también un Facebook donde colgamos las actividades. Y también cuando van a buscar la leche nos llevan cosas para corregir o retiran material y hacen consultas”.

Todas las herramientas son válidas, pero las que destacan son la imaginación y la creatividad para hacer que la cosa funcione.

“Acá lo que contemplamos es que no todos tienen las mismas posibilidades intelectuales y tecnológicas. Pero el enfoque de las escuelas, de las dos escuelas porque trabajan en conjunto en algunas cosas, es concentrarse en un concepto más integral. La idea es que la institución pueda contener a los chicos y retenerlos, estar cerca, escucharlos y trabajar con ellos, darles un espíritu de comunidad”, explica la docente.

En cuanto a la tarea solidaria, está claro que lo que prima es el compromiso. Según su relato, la obligación del colegio es dar la copa de leche una vez por semana. “A la escuela le depositan el dinero de la partida y hay que cumplir con eso. Pero nosotros preferimos hacer esto, buscar donaciones, ir al Banco de Alimentos, encontrar la vuelta para que haya más familias que reciban alimento más días a la semana. Y tenemos estas cuatro madres que son de fierro y que tanto nos ayudan”.

Defensora acérrima de la educación pública, Claudia cuenta que hace 24 años que es maestra. “Yo vengo de una familia muy humilde y la educación me cambió la vida. Y con esa convicción soy maestra… creo realmente que la educación le va a cambiar la vida a mis alumnos. Van a aprender a leer un recibo de sueldo y van a poder defender sus derechos y evitar que los pisoteen. En las escuelas, sobre todo en la periferia, lo que más hay que enseñar es eso, más allá del contenido curricular”.

Las inflexiones de su voz transmiten emoción por lo que se vive a diario y admiración por poder compartir ese esfuerzo en forma colectiva. Con esa emoción destaca que, más allá de todo lo que se diga, estos días han servido para “revalorizar la función docente”. “Me parece que los padres se están dando cuenta de lo que realmente hacemos”, dice. Y se ríe.

Y, con una risa nueva, afirma sentirse una “privilegiada” por trabajar en lo que le gusta y por todo lo que este trabajo le da. “Cumplir los años y que en el Facebook te escriban: ‘¡Feliz cumpleaños seño!’, y el que te lo escribe tenga 35 años, tiene un valor inigualable. Una es la ‘seño’, de ese que ahora es el presidente de una comuna y no olvida algunas de esas cosas que le he enseñado”.

Uno de los videos explicativos que graban los docentes para sus alumnos

“Yo creo en la escuela pública. Todos pueden aprender, eso está al alcance de las manos. Lo que pasa es que no todos tienen la posibilidad de que les lean un cuento. Por eso yo les leo a mis alumnos, y lo hago por placer, y porque aprendí que no hay que dejar de dar. Soy una convencida de que todo eso vuelve”.