Por Alejandro Maidana

Impotencia, desolación, abandono, desidia, un añejo combo que sigue envolviendo con sus tentáculos los días de las y los fumigados. Gritos que emergen desde la dignidad, pero que rápidamente se funden en la hoguera de los inescrupulosos, marionetistas perversos de un destino que nadie elegiría, pero que le es otorgado de manera inconsulta y por la imposición de la fuerza.

Mientras el mundo debate cómo será el mañana después de la pandemia, las distintas teorías dejan pulular un susurro abrazador de las sienes. Bastaría solo con contemplar la manifestación de la naturaleza, para poder comprender lo destructivo que resulta una raza que pese a estar aislada, sigue dando coletazos apocalípticos.

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Resultaría primordial avanzar en una igualitaria reforma agraria, la tierra y las decisiones en pocas manos, en las mezquinas fauces de aquellos que solo producen commodities en un país que ha trocado alimentos, por bienes transables. La especulación, contaminación, degradación y explotación de todos los elementos, nos ha empujado a un necesario cambio de paradigma. Si bien el gobierno nacional habilitó la minería y la industria forestal en medio de la cuarentena, sumado a la acérrima protección que recibe el agronegocio envenenador, el debate sobre la necesidad de contar con otra manera de producir, se consolida en los distintos rincones del país.

Entre Ríos, una de las provincias más fumigadas del planeta

Investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -Conicet- revelaron que Entre Ríos registra niveles de acumulación del herbicida cancerígeno glifosato, de los más altos que existen a nivel mundial. Algo que a la clase política entrerriana no le ha movido el amperímetro en absoluto, todo lo contrario, uno de los lobistas más furiosos del modelo industrial, es su gobernador Gustavo Bordet.

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El Sexto Distrito es una localidad que se encuentra ubicada entre las ciudades de Victoria y Gualeguay, rodeada de campos y sembradíos de transgénicos, ha comenzado con la cosecha de denuncias y reclamos por el accionar inhumano de propietarios y arrendatarios de tierras.

“Tengo severos problemas respiratorios y los cornetes de la nariz quemados producto de las constantes fumigaciones. Distintos facultativos médicos que me han atendido coinciden que mis afecciones son producto del uso de agrotóxicos”, le dijo a Conclusión Zulema Cansi, quién cansada de tutearse con el silencio, recurrió a este diario para visibilizar su calvario.

La cuarentena para quiénes envenenan no es obligatoria. “Resulta enajenante que el aislamiento obligatorio sea solo aplicable para la enorme mayoría, mientras que la minoría fumigadora sigue su curso como si nada. En este lugar es imposible lograr que la policía se haga cargo, desoyen de manera sistemática todos los reclamos y las denuncias”, enfatizó.

La soledad, el desamparo y el abuso, un tridente que ha puesto en jaque la vida de Zulema. “Soy una mujer sola que se las arregla para cuidar a sus animales, en esta oportunidad tuve que esperar a mi hermana para que pueda ayudarme con los mismos, ya que no me encuentro en condiciones físicas. Me tuve que parar en el medio del campo para que el aplicador deje de rociarme con venenos, me fumigan a escasos metros del tejido, han condicionado la vida en todas su manifestaciones”.

Los colores que pintan la naturaleza se van opacando, van apagándose ante el avance de los biocidas. “Las fumigaciones me han secado el parque, las plantas y los árboles han sucumbido ante los venenos que aplican. A todo esto el ingeniero agrónomo Diego Curmona, arrendatario del campo, no me responde los mensajes donde le solicito que se haga cargo del daño. Hace tiempo que vengo luchando contra esto en soledad, lamentablemente el problema de salud que arrastro se transformó en crónico”.

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“Desde el 2018 mis denuncias por las reiteradas fumigaciones son recurrentes, me brotan ronchas desde los pies a la cintura cada vez que aplican agrotóxicos ¿Qué debo hacer ante la soledad a la que estoy expuesta? El veneno llegó hasta mi huerta, algo que la condicionó y no creo que muchas de las verduras sigan de pie”, sostuvo.

La imperiosa necesidad de obtener una respuesta choca con las barreras que levanta el propio sistema. Hoy Zulema cuenta solo con el apoyo del Foro Ambiental de Gualeguay, quién facilitó que la denuncia en fiscalía encuentre su cauce. “El dueño del campo es Alfredo Reggiardo, que debo admitir que cuando él estaba a cargo del mismo las fumigaciones estaban controladas, algo que hoy se ha convertido en un verdadero calvario para mi vida. La última fumigación a cargo de Jesús Broin fue la gota que hizo rebalsar el vaso, esto es insostenible, el Estado y la justicia no pueden abandonar a las personas a suerte como está sucediendo” concluyó.

El Artículo 41 de la Constitución Nacional sostiene que: <Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo>.

Mientras que la Constitución Nacional sea manoteada de polvorientas bibliotecas con el único afán de preservar el status quo de toda manifestación y clamor social, las corporaciones seguirán con su camino arrollador e impúdico. El Estado y su rol <materno>,  quedan expuestos ante una realidad que por más que se la intente camuflar, se abre paso a través de las grietas que exhibe el discurso hegemónico.