El presidente brasileño, Michel Temer, observaba ayer con preocupación los movimientos de su ex aliado, el otrora poderoso Eduardo Cunha, que amenazó revelar secretos explosivos luego de ser destituido por la Cámara de Diputados en medio de un escándalo de corrupción.

Cerca de la medianoche del lunes, 450 diputados levantaron su mano por la destitución del ex presidente de la Cámara baja, mientras sólo 10 lo hicieron por su exculpación. Esa clara mayoría lo condenó por haber violado el decoro parlamentario al afirmar, de modo falaz, que no era el titular de cuentas secretas en Suiza, donde habría depositado dinero procedente de la corrupción en Petrobras.

Además de haber sido removido, Cunha perdió los derechos políticos hasta 2027, fecha hasta la que no podrá presentar candidaturas para cargos electivos.

Por si todo eso fuera poco, quien era hasta ahora uno de los hombres más poderosos y temidos de la política brasileña, sufrirá la pérdida del fuero parlamentario que lo protegía en siete causas por corrupción, cinco vinculadas con la operación «Lava Jato» que investiga el desvío de dinero de Petrobras. Así, esos procesos dejarán de ser tramitados ante el Supremo Tribunal Federal (STF) y pasarán a la Justicia federal, concretamente al juzgado del famoso juez anticorrupción Sérgio Moro.

Analistas estiman que Moro podría decretar en breve la prisión del ex diputado, como ya lo hizo con otros políticos y empresarios envueltos en el «Petrolão». Por eso, en el Gobierno se teme que el «hombre bomba» de Brasilia, portador de numerosos secretos y a esta altura un emblema de la corrupción, podría negociar un acuerdo de delación premiada que permita ir por otros «peces gordos» para mejorar sus situación en una posible condena. Legisladores, ministros y el propio Temer, se especula, podrían ser sus blancos.

Tiempo atrás, a Cunha se le atribuyó haber dicho: «Seré recordado por haber provocado la caída de dos presidentes». Una fue Dilma. ¿Quién será el otro?