El Sumo Pontífice se refirió al «contraste evidente» que existe entre «el miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa» y por otro lado «el mandato misionero de parte de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón«, al encabezar en la Plaza de San Pedro la misa por el Jubileo «de las personas que adhieren a la espiritualidad de la Divina Misericordia».

«Este contraste puede manifestarse también en nosotros, una lucha interior entre el corazón errado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos«, enfatizó el Obispo de Roma en la celebración que se conmemora el primer domingo después de Pascua y que este año coincide con la fecha de la primera celebración: 3 de abril de 2005.

De hecho, la Solemnidad de la Divina Misericordia fue instituida por San Juan Pablo II en los últimos meses de su pontificado, poco antes de su fallecimiento a las 21.37 de ese 2 de abril de 2005, justo en la víspera de la nueva solemnidad.

«Vemos ante nosotros una humanidad continuamente herida y temerosa, que tiene las cicatrices del dolor y de la incertidumbre. Ser apóstoles de la misericordia significa tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos», agregó el Santo Padre.

La misericordia de Dios «desea salir al encuentro de todas las pobrezas y liberar de tantas formas de esclavitud que afligen a nuestro mundo», agregó el Pontífice.