Casi dos millones de files afluían este viernes hacia La Meca para la peregrinación anual musulmana -el hach-, un año después de una mortífera estampida que contribuyó aumentar la fuerte tensión actual entre Arabia Saudita e Irán.

En vísperas del inicio del gran peregrinaje, que tendrá lugar el sábado, la multitud se hacía más y más densa en La Meca, donde las autoridades saudíes han reforzado las medidas de seguridad y el despliegue policial para impedir una repetición de la tragedia de 2015, que dejó unos 2.300 muertos, entre ellos más de 450 iraníes. Este año no está previsto que asista ningún peregrino de ese país.

En la Gran Mezquita y en la explanada, decenas de miles de fieles del mundo entero rezan o se pasean permanentemente. Vestidos con los trajes tradicionales de todos los rincones del mundo, los distintos grupos se cruzan, tratando de no perder de vista a sus acompañantes.

A la hora de cada una de las cinco oraciones diarias, militares con boina roja y uniforme de camuflaje colocan barreras de plástico verde para orientar a la multitud. Si un peregrino trata de cambiar de recorrido, es automáticamente bloqueado.

El viernes, con ocasión de la gran oración semanal, un helicóptero sobrevolaba el lugar de rezo, mientras que los principales ejes de la ciudad estaban cerrados a la circulación para dejar espacio a los peregrinos que convergían hacia la Kaaba, construcción cúbica hacia la que los musulmanes del mundo entero se giran para rezar.

Este año, los saudíes han empezado a equipar a los fieles con pulseras identificativas para poder saber quiénes son en caso de avalancha o pérdida de conciencia por cualquier motivo.

Estas pequeñas bandas plastificadas provistas de un código de barras legible con un smartphone incluyen toda la información necesaria para «identificar a un peregrino, especialmente los enfermos, ancianos, los que hablan idiomas poco frecuentes o los que son incapaces de comunicarse», explica a la AFP el vicesecretario del ministerio del hach, Issa Rawas.