El capitán iraquí Ehsan levanta la mirada y examina el cielo sobre Mosul. Está nublado, pero la posibilidad de una lluvia no es lo que le preocupa.

«Cuando hay este tiempo los yihadistas preparan algún ataque», dice Ehsan sin bajar la mirada, y explica que las nubes no permiten a los aviones de la coalición liderada por Estados Unidos controlar los movimientos de los combatientes del Estado Islámico (EI) y atacarlos antes de que lleguen a las posiciones del Ejército iraquí.

«Ayer por la noche 14 de ellos cruzaron el río», dice Ehsan a Télam. Todos cayeron bajo las balas de las Fuerzas de Operaciones Especiales Iraquíes, también conocida como la División Dorada, la élite del ejército entrenada por Estados Unidos, y a la que pertenece Ehsan.

Son estos soldados quienes custodian la orilla oriental de Mosul frente al milenario Tigris. Tres meses les tomó reconquistar el este de la ciudad, el mayor bastión del EI en Irak. Ayudados por binoculares, hoy vigilan el lado oeste, donde viven más de 750.000 personas, y desde donde acechan los yihadistas.

Mosul, la segunda ciudad de Irak, está divida en dos. Apenas 200 metros de agua separan a los enemigos.

Desde la radio del capitán Ehsan, una voz mecánica da la alerta: un dron del EI sobrevuela la zona. Desde hace semanas los yihadistas cargan los drones con granadas y los usan para lanzar improvisados pero letales ataques aéreos que hostigan a los hombres de la División Dorada.

Todos los militares apuntan la mirada y sus fusiles al cielo. Los dedos acarician el gatillo, pero todavía nadie detecta el dron.

Hasta que una ametralladora quiebra el silencio. A unos 100 metros de altura, acecha el dron. Decenas de fusiles se unen a la balacera. Hay que derribarlo antes que deje caer sus explosivos.

Unas semanas antes, un mortero cayó en un parque en el barrio Al Murur, a pocos kilómetros del río. Por suerte las únicas víctimas fueron dos monos y una leona que formaban parte del pequeño zoológico de la zona.

Hoy, tres niños juegan dentro de la vacía jaula de los monos. No les perturba el olor que lanza el cadáver de la leona, que sigue ahí tirado. Desde las jaulas aledañas un oso y un león observan sin mayor interés la escena, enflaquecidos por la falta de comida y rodeados de sus propias inmundicias.

«Vivo cerca por eso vengo seguido al parque», dice Ali Abed Al-Jabab, que mira a los animales, demasiado débiles para ser fieras. «Nos da tristeza verlos así, pero no podemos hacer nada. Necesitan comer carne y el precio es alto. La gente quiere alimentar a sus familias, no a los animales».

A pesar de sus 23 años, Ali está recién terminando sus estudios secundarios. Como la mayoría de los niños y jóvenes mosulíes, no pudo ir a clases durante los tres años que duró el control yihadista del este de Mosul. «La vida bajo el Estado Islámico era súper aburrida. Peor que estar dentro de una jaula», dice Ali. «Eras vigilado todo el tiempo.

Para venir al parque tenías que estar acompañado de la familia, no podías venir solo. Y no podías tener esta barba o este pelo», agrega con algo de vanidad al mostrar una barba acicalada y un pelo corto cuidadosamente arreglado con gel.

«Tampoco podías hablar con las chicas», dice sonriendo un joven que escucha detrás de Ali la conversación.

A pocos minutos del parque, dos vehículos militares blindados y con soldados detrás de sus ametralladoras protegen la entrada de La Bella Dama, un emblemático restaurante de Mosul.

«Los yihadistas nos obligaron a cambiar el nombre por El Restaurante de la Fe. No les gustaba el anterior porque tenía la palabra dama», dice Khattab, de 25 años, mientras revisa que no se quemen la docena de pollos que está cocinando. Como muchos mosulíes, no quiere dar su nombre completo ni que le tomen fotos porque su familia vive en el oeste de Mosul y teme represalias por parte de los yihadistas.

«Los miembros y líderes del EI venían a comer acá. La mayoría pagaba, pero algunos no. El dueño no decía nada. Supongo que por miedo», dice Khattab, mientras da el vuelto a un cliente que acaba de pagar 10.000 dinares, unos 8,5 dólares, por uno de los pollos. «Antes los vendía por 8.000 porque la gente no tenía dinero».

Solo los miembros del EI tenían los recursos para ir al restaurante. La guerra, el miedo y la falta de trabajo impuso la austeridad en la vida de los mosulíes.

Pero esta tarde, 10 días después que su barrio fuese liberado por el Ejército, Imad se da el gusto y pide cordero y ensalada. «Acá venían sólo los del EI», dice Imad, un ingeniero que prefiere no dar su verdadero nombre.

Luego de tres meses de combates, los soldados de la División Dorada dejan el frente a manos de la 16ta División del Ejército. Los soldados de élite se retiran a descansar por unas semanas para prepararse para la segunda y, nadie lo duda, sangrienta etapa. Cruzar el Tigris y reconquistar el oeste de Mosul.