El descarrilamiento de un tren de Norfolk Southern, ocurrido el 3 de febrero en las inmediaciones del límite entre Ohio y Pennsylvania en Estados Unidos, sigue siendo un problema y una fuente de temor por las habitantes del lugar.

Tras la explosión por el accidente, más de 50 vagones, la mitad de la longitud del tren, quedaron destrozados y varios de ellos produjeron un incendio con el peligro de que explote la carga de materiales peligrosos, entre ellos, cloruro de vinilo.

Según consignó Javier Jiménez de Xataka, “pese a la gravedad medioambiental del incidente y que los medios lo cubrieron en el momento, el accidente ha pasado bastante desapercibido”.

Enseguida señaló que ello fue así “hasta que el miércoles 8 de febrero un periodista, Evan Lambert, fue detenido mientras investigaba el alcance de la catástrofe y las dudas legítimas (y las teorías de la conspiración) se adueñaron del asunto. ¿De verdad estamos ante un ‘Chernóbil químico’? ¿Por qué hay tan poca información sobre el asunto? ¿Qué sabemos sobre lo que ha pasado exactamente en Ohio?”.

Al respecto, indicó que Associated Press describió la situación como “una masa destrozada y carbonizada de vagones en llamas» y que no obstante, las fotos que han ido trascendiendo de las afueras de East Palestine, el pueblo (de unas 5.000 personas) donde se han producido los hechos son terribles. Pese a ellas, no se evacuaron las cercanías de la vía hasta el domingo por la tarde”.

Además, citó las palabras del Gobernador que dijo que “existe la posibilidad de una falla catastrófica del camión cisterna que podría causar una explosión con una metralla mortal en un radio de una milla». El motivo aparente es los equipos de extinción no estaban siendo capaces de controlar el fuego y empezaba a acercarse a 14 vagones cisterna llenos de cloruro de vinilo”.

“¿Cloruro de vinilo? Aunque no es muy conocido, se trata de una de las sustancias químicas que se utilizan en la fabricación del PVC (que, de hecho, este es una polimerización de aquel). El problema es que, a diferencia de su derivado plástico, el cloruro de vinilo es inflamable, tóxico y cancerígeno (al menos, para el cerebro, los pulmones, la sangre y el hígado). Tener 14 contenedores de esta sustancia al fuego era una bomba de relojería”, añadió.

El problema es que no había forma de sacarlo de allí. El cloruro de vinilo es un líquido tremendamente volátil y, como rápidamente explicaron los expertos, ni siquiera era seguro pasarlo a otros tanques. Así que las autoridades decidieron quemarlo de forma controlada. Era la única idea viable, pero tenía consecuencias: la más evidente es que iba a producir una nube de humo relativamente tóxico e intensas lluvias ácidas por toda la comarca.

“Y mientras tanto… las autoridades estaban tratando de solucionar el problema del cloruro de vinilo, el tren llevaba muchas más sustancias peligrosas que de facto se estaban vertiendo al entorno. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) reconoció que muchas de esas sustancias se estaban filtrando hacia las vías fluviales cercanas y muchos peces murieron casi de inmediato”, detalló Jiménez.

La Agencia explicó que, aunque se habían «tomado medidas para minimizar» este impacto, los esfuerzos se habían centrado en la «protección» del agua potable. Agua que, siempre según la Agencia, no se había visto afectada. A finales de la semana pasada, de hecho, la EPA anunció que el resto de los marcadores de contaminación habían recuperado la normalidad.

“Inseguridad sobre el terreno. Como es razonable ante un accidente tan espectacular como este, los residentes tienen dudas. Dudas que no han hecho más que crecer tras la detención de Evan Lambert el miércoles (y su puesta en libertad ante «la falta de caso» que avalara la detención)” subraya, y agrega: “Si tenemos en cuenta que hay testimonios que llegan a decir que ‘podías olerlo y saborearlo, y me dolía la cabeza’ y las declaraciones en las que se dice que llegaron a ‘temer por sus vidas’, cabe preguntarse el porqué de que no se está hablando más sobre el accidente.

Inmediatamente, se preguntó y contestó: “¿Por qué no estamos hablando de esto? La respuesta más obvia es que, en menos de dos días, la National Transportation Safety Board identificó un problema mecánico como el responsable del accidente y la EPA declaró que el daño ambiental era (dentro de la magnitud del incidente) limitado. Esto apagaba la historia del ‘Chernóbil químico’ y la orientaba a algo más corporativo: el relato de cómo la misma Norfolk Southern había ‘hecho lobby’ para retirar la obligatoriedad de los mecanismos que hubieran impedido el accidente. Exitosamente”.

“Y ahí entra en juego el contexto”, admite Jiménez que enseguida señala que “el accidente coincide con una de las grandes polémicas de los últimos años: el conflicto abierto en los ferrocarriles norteamericanos que, ante la amenaza de una huelga general a finales de 2022, llevó al Congreso a aprobar una ley para impedirla. Es decir, viene a ocurrir en un momento en el que Gobierno, legisladores, empresas y sindicatos mantienen un pulso a todos los niveles que incrementa las sobras sobre la gestión del accidente”.

Así, otra pregunta se impuso y a partir de ella ensaya una reflexión: “¿Cuál es la dimensión real del problema? Lamentablemente, hoy por hoy, no tenemos muchos más datos que los oficiales y, con estos en la mano, hablar de un ‘Chernóbil químico’ es claramente precipitado. Es cierto que podemos rastrear noticias sobre ganado muerto y casos extraños; pero, por el momento, es material de tabloide y está poco contrastado.

“No se puede descartar que los efectos a medio plazo sean enormes, pero (más allá de imágenes espectaculares y testimonios de parte), lo que sabemos es esto: que el accidente ha sido tremendamente espectacular, pero que sus consecuencias están aún por determinar”, finalizó.