Por Franco Albornoz

“Profe, vamos a bailar“, repite Celeste una y otra vez. “El tema de Lali”, insiste. Arranca la canción, escucha y sonríe. Practica giros y piruetas al ritmo de la música, mientras la profesora le recuerda la coreografía. Tiene 13 años y es una de las tantas personas con síndrome de down. Al igual que otras chicas que asisten a la escuela inclusiva de baile “Corazones Latinos”, se traslada con las melodías a un mundo que comprende, a un universo de diversión donde se siente segura.

El acceso a una academia normalizada de baile o teatro es un problema para una persona con discapacidad. «En la mayoría de los casos, no entran», reconoce Brenda Zaragoza, estudiante de Psicología y profesora de “Corazones Latinos”, una escuela de danza que comenzó hace más de 4 años y brinda un espacio a aquellas que no tienen lugar en otras academias.

“Hay madres que nos cuentan que pasaron por muchos lugares que no las aceptan. No son demasiados los que tienen la voluntad de incluir. Por eso la felicidad de los padres es grande al notar que su hija es una más. Que es parte de un grupo de amigas, juega y se divierte con las demás. No es algo común aunque debería serlo”, agrega Zaragoza.

El aprendizaje es lento, y cada una realiza la rutina de acuerdo a sus posibilidades. Pero con imaginación, todos los desafíos parecen superables. “Tratamos de asociar cada paso con algo concreto, le ponemos a otras niñas de guías para que no se pierdan. A diferencia de otras escuelas de baile acá no hay competencia. Cuando pensamos una coreo el único objetivo es resaltar lo mejor de cada una”, asegura Dayi Cañizales, maestra integradora y bailarina de la institución, que hoy recibe a más de 10 alumnas por clase, todos lunes y miércoles de 18 a 19 en la Mutual de Ayuda Entre Lisiados y Adherentes (Maela).

“La danza las ayuda muchísimo. A partir del baile pueden proyectar emociones, expresarse y sociabilizar. Más allá de ensayar un paso, aprenden a vincularse con las demás. Es una experiencia enriquecedora que sirve para la vida y día a día vemos los progresos”, explica.

Las docentes aseguran que antes las personas con alguna discapacidad se encerraban más en sí mismos, pero que en la actualidad “eso cambió y debemos adecuar la infraestructura para recibirlos y apoyarlos. Hay teatros que no tienen ni las mínimas condiciones para ello. Es necesario que como sociedad tomemos conciencia”.

“Ojalá que cada vez más chicas sientan la experiencia de integrarse. Sólo hay que animarse. El ‘no puedo’ no existe. Es algo mágico romper con las barreras y prejuicios”.

La idea de dar clase a personas con discapacidad, explica Zaragoza, nace en 2011 “por una idea de Lorena, otra de las profesoras, que tiene un hijo con Síndrome de Tourette y vio que este tipo de establecimientos funcionaba con grandes resultados en otras partes del país”.

“En principio la pensamos como una escuela solo para personas con discapacidad. Y luego nos dimos la posibilidad de abrir las puertas a todos para que tenga valor inclusivo. Integrar es poder abrir ese espacio”, detalla Cañizales.

Las bailarinas contaron que los comienzos no fueron fáciles pero que con el tiempo, “aprendimos y entendimos que es posible adaptar la danza en la diversidad, nada más se necesita tiempo, comprensión y creatividad”. “A nosotras nos apasiona este proyecto. Acá importa la vocación y las ganas por sobre la formación”.

“La venimos luchando hace mucho porque somos una escuela móvil. Nuestro sueño, sin dudas, es tener un lugar propio”.

Espectáculo de fin de año

El día 7 de diciembre en el teatro Saulo Benavente, con horario a confirmar, la escuela de Baile “Corazones Latinos” realizará una demostración del trabajo de todo el año. Para más información contactarse con la página de Facebook: Esc Corazones Latinos.