Por Alejandro Maidana

“Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”,  Proverbio Hindú.

En la antigüedad, la forma del libro era de rollo. Sobre una de las caras se escribía el texto en columnas sucesivas. El lector iba desenrollando un extremo y enrollando la parte ya leída con el inconveniente de que todo el libro debería ser desenrollado de nuevo antes que el otro lector lo usara. Este sistema ocasionaba un gran deterioro del material que solía ser el papiro. La base para preparar el papiro eran finas tiras del tallo fibroso de una planta que crecía a orillas del Nilo.

Esta podría ser una pequeña reseña de la historia de una de las creaciones más maravillosas para contener a la historia, a los sentimientos y a la ficción.

Rubén Farías es librero de oficio, y en diálogo con Conclusión contó su maravillosa historia “Soy librero de oficio, esto quiere decir que no soy vendedor de libros, ya que lo primero que hice fue leer. La actividad que realizo me llena el alma, comencé con esto hace unos 3 años con una simple mochila ofreciendo títulos por los negocios que el camino me iba poniendo por delante. Hoy por hoy tengo una librería virtual y tiro una manta en un parque la que disfruto notablemente entre mates y charlas con los interesados”, afirmó Farías.

Amigarse con los títulos y géneros literarios, es para Rubén una tarea que disfruta de manera constante. Su hogar lejos de ser convencional, luce como una biblioteca adaptada a lo que seguramente arribaría tiempo después.

La devoción por esta actividad, la que lleva como estigma en su piel, lo ha empujado a sortear todo tipo de piedras en el camino “Cuando comencé con esto intuía que no me iba a ir del todo bien, ya que pensaba que la gente había perdido el hábito de la lectura. La verdad debo admitir que me sorprendí gratamente, vale destacar que en un fin de semana vendo entre 50 y 60 libros de aquellos que no están de moda. Esto tiene que ver que para ellos hay mucho mercado y mi “manta” apunta a clásicos de la literatura un tanto olvidados”

Difícilmente se le escape algún título, y ni mencionar a aquellos que abrazan gestas obreras a lo largo de la historia “Disfruto de sobremanera lo que hago, ya que la gente que me visita es librómana, poca gente te compra un libro sin saber lo que está haciendo. Es tan grato ese momento, ya que el hábito de la lectura esta precedido por el hábito del relato oral, del cuento, de la gente que se sentaba en una plaza a escuchar al alguien contar algo. Para mi leer es un ejercicio de libertad, por lo cual vender libros es facilitar la libertad de las personas” dijo.

Vehículo de comunicación y de la lectura, el libro trasciende generaciones y atraviesa el tiempo como esos dogmas que se transfieren a lo largo de la existencia. El paño de Rubén Farías sortea diferentes etapas, que pueden ir desde la seducción por algún policial de la genial Agatha Christie o el séptimo círculo, a las obras del talentoso Dostoievski “La filosofía de la mano de Nietzsche siempre fue un éxito de ventas, y cuando en la ciudad disfrutamos de los fines de semana largos, los turistas arrasan con el “Negro” Roberto Fontanarrosa”, enfatizó.

Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita de una vida muy larga.

Foto: Gisela Gentile