por Florencia Vizzi

En octubre de 2015, el Concejo Municipal de Rosario aprobó la ordenanza número 9.444, elaborada en base a proyectos de los concejales Carlos Comi, Jorge Boasso y Martín Rosúa. La misma modificó una ordenanza anterior, la Nº 7.703, y regula el ejercicio del comercio en la vía pública y espacios verdes e incorpora la figura de los food trucks dentro de las formas de venta de comida habilitadas por la Municipalidad.

Los food trucks tienen defensores a ultranza y detractores empedernidos que han despertado todo tipo de polémicas y hasta teorías conspirativas. Comerciantes indignados, gente a favor y en contra, quejas varias, entusiasmo y comparaciones de todo tipo con los viejos carritos que los rosarinos de más de 30 supimos frecuentar.

Pero detrás de las polémicas, debates, discusiones y críticas que se suceden alrededor de este tema, se entretejen y asoman algunas historias con vida propia. Y una de ellas puede ser la de una de las organizaciones o empresas que obtuvieron franquicia, como el caso de Communitas, una cooperativa de trabajo abocada a las adicciones, la salud mental y la vulnerabilidad social, que encuentra en esta propuesta la posibilidad de seguir creciendo en forma colectiva y acrecentar además su aporte comunitario.

El Mejunje

Según las palabras de su presidenta, Camila Bettanin, Communitas es un grupo cooperativo que apunta a generar una instancia de inclusión social y laboral de personas con padecimientos de salud mental, problemas de consumos adictivos y situaciones de vulnerabilidad.

“Las cooperativas que componen este grupo son cuatro, una es Communitas, el centro terapéutico de día; la otra es Cronopios, que se encarga de técnica y producción cultural, presta servicios de iluminación y produce la revista Que Sapa; hay una tercera que es Naranja y Verde, que se trata de una cooperativa textil que trabaja con diferentes materiales y además produce una línea propia de productos realizados con material reciclado; y El Mejunje, que es la cooperativa gastronómica y la que obtuvo el permiso para instalar el food truck”, explica Bettanin. “Todas estas cooperativas se conformaron con el respaldo de Communitas y con la idea de que lo que empezó siendo un espacio productivo dentro del centro de día pueda crecer y mejorar las condiciones laborales de los integrantes y apostar a un crecimiento que tiene que ver con nuestra forma de pensar y producir”, enfatizó la joven.

La juventud de Camila, y del secretario de la organización, Sebastián Senderey, sorprende casi tanto como la claridad para transmitir el enfoque en el que fundan el proyecto cuya dirección está puesta en trabajar la inclusión generando proyectos productivos autogestivos enfocados desde la economía social y solidaria, que permitan una salida colectiva a problemáticas individuales.

“Cuando nos enteramos de la convocatoria pensamos que esta podía ser la salida que estábamos buscando para El Mejunje, porque hay que decir que hasta hace unos días, la cooperativa gastronómica era la que estaba más complicada, en el sentido del crecimiento», señaló Senderey. “Es decir, si bien es una de las más exitosas, por la gran demanda que tiene y por lo atractiva que resulta, no lográbamos encontrarle la vuelta en el sentido de hacerla más rentable, para generar más fuentes de trabajo genuino y que eso pueda resultar en una mejora para las personas que integran el proyecto”.

El Mejunje se especializa en panificación y pizzería, pero también tiene montado un completo servicio de catering, que incluye hasta los mozos y otro servicio de pizza libre a domicilio.

“El tema es que la competencia que hay en la ciudad en ese rubro es inmensa. Y para lograr expandirnos teníamos que pensar en instalar un resturante o un bar, lo cual está muy por fuera de nuestras posibilidades. La verdad —se entusiasmó Senderey—  es que con esto de los food trucks se nos abre un escenario diferente, que también es un gran desafío y que nos da una nueva chance de salir a vender lo que se produce, sin los costos siderales que implican abrir un restaurante”.

Los voceros de Communitas cuentan que prepararon la presentación con muy poco tiempo, casi al límite de los plazos. “Así y todo, relata Senderey, hicimos un trabajo de investigación bien intensivo. En la reglamentación se explica el procedimiento de evaluación y las exigencias: el proyecto tiene que ser atractivo, de diseño novedoso, tiene que tener impacto social… una serie de requerimientos. Así que preparamos una carpeta con el trabajo de todos los que integramos Communitas, con el diseño, logo, colores, diseño del camión, propuestas de menú… fue un trabajo muy intenso, pero que valió la pena. Todo lo armaron personas de la cooperativa o que colaboran con la misma y que lo han hecho desinteresadamente, porque apuestan al proyecto”.

Cooperación, compromiso social y sueños colectivos

Communitas funciona, formalmente, desde el año 2013. Fue conformada por un grupo interdisciplinario que se conocieron trabajando en el territorio mientras realizaban pasantías para Ministerio de Trabajo de la Nación, para el cual realizaban capacitaciones.

Según el relato de Camila, “se trataba del programa ‘Jóvenes con más y mejor trabajo’. La iniciativa era generar un primer contacto con el Estado en personas que nunca lo habían tenido. Consistía en un programa de cuatro meses en los cuales se realizaba una capacitación muy básica, pero que generaba y despertaba otro tipo de inquietudes en aquellos que participaban del mismo”.

“En ese contexto –explica Senderey– ocurría que surgían muchas inquietudes de la gente que participaba y no las podíamos canalizar en tan poco tiempo. Se presentaban problemáticas que tenían que ver con el consumo y las adicciones. Lo que pasaba es que nosotros veíamos que, si bien, el programa era efectivo porque vinculaba a personas con el Estado que nunca antes se habían relacionado con el mismo, aparecían problemáticas que la estructura del curso no  permitían resolver”.

El secretario detalla, entre esas problemáticas, el consumo de drogas que comenzó a hacerse más y más masivo, personas en situación de extrema vulnerabilidad, otras personas que tenían una cuestión de salud mental y que no llegaban a tener continuidad dentro del programa por esa razón. “Ese dispositivo de capacitación a esas personas no le alcanzaba. Entonces nuestra idea fue crear algo que pudiera contener esas dos cosas, o sea que haya capacitación y que haya una estructura que pueda garantizar la asistencia de estas problemáticas”, expone Senderey.

“Así, entonces, todo el proceso fue pensar como eso se podía hacer en conjunto desde cero. No pensarlo desde las instituciones que ya existían donde, por lo general, la reinserción laboral es una prestación que se da en forma posterior al tratamiento. Nosotros dijimos “no, pará, para un sector de la población esta prestación tiene que existir al inicio del tratamiento”. Porque lo que estábamos viendo era como una doble cara: mientras la persona está consumiendo no trabaja, no estudia y eso lo que no le permite hacer eso, y se termina convirtiendo en un círculo que no tiene salida. Generalmente, lo que suele hacerse es un tratamiento en primera instancia y luego se empieza a buscar trabajo y recién allí empieza a ocuparse… y los grados de que eso pueda fracasar son altísimos”.

En ese sentido, Bettanin agrega: “Nosotros lo que nos planteamos fue un abordaje integral, pelearla desde el inicio con todas las herramientas. El problema está ahí todo el tiempo, entonces nosotros no somos partidarios de que una persona tenga que estar dos años excluido de su medio de vida para después volver a él. A veces es necesario hacerlo de forma transitoria, o tener una internación temporal, pero la idea es que eso sea lo más breve posible, porque esa persona después tiene que volver a su mundo y enfrentarlo día a día. Hay días en que estás mejor, hay días en que estás peor, es la vida misma. Entonces, desde el inicio hay que contemplar esas posibilidades y tener todas las herramientas para batallar con ellas”.

El trabajo en Communitas es interdisciplinario, precisamente para que ese abordaje sea integral. Hay trabajadores sociales, psicólogos, médicos, terapeutas ocupacionales, economistas y psiquiatras.

Sebastián enfatiza que el enfoque que tiene la cooperativa es “novedoso” dentro de lo que hay en la ciudad. “Creo que somos los únicos, no sé si hay otra institución que, en su esquema teórico de tratamiento acepten lo que son las patologías duales, donde se puede ver una psicosis con un consumo. Hay muchas instituciones que por su metodología no lo abordan así. Nosotros sí, y eso es lo que nos hace diferentes”.

Para nosotros, lo que hacemos en Communitas es muy importante. Es un compromiso y una responsabilidad y, sobre todo, significa una dimensión clara de lo que uno quiere construir, crear y transformar. Es la posibilidad de poner el compromiso en pensar estructuras de trabajo que necesiten la participación de varios para poder crear un producto que pueda competir en el mercado y que ese trabajo sea colectivo y transformador.