Pilas de vidrios de colores, secretos de familia, el rugido del horno, luces y sombras, colores que se funden y se transforman. El trabajo es duro, y a la vez, produce cierta ternura. La fábrica está grabada en el ADN de las familias Chiarlo y Reiniero.

La identidad se refleja en las paredes, dónde las fotos y diplomas atestiguan el largo camino que han caminado. Y en la pasión con la que hablan los herederos de un sueño familiar y colectivo.

Fundada en 1963, por dos soñadores que tuvieron la loca idea de «fabricar bolitas», la pequeña empresa familiar, ha sufrido todo tipo de golpes y vaivenes. Pero las tres familias han tenido, durante años, la misma consigna: «No dejarla caer». Hoy es la única que queda en Argentina y abastece a todo el país.